Mariano mira, como de costumbre, de soslayo y le ha dicho a José Mari (no es el que se imaginan): “José Mari, te pido que le rompas la cara a todos los que dicen que soy un inepto y que estoy rodeado de gente mucho más inútil... ¡Mira que llamarlos palmeros... ! ¡a la Loli, a la Matos, al Pons y al Floriano! Y mi amigo José Mari, con la fuerza que se acumula en su brazo, acostumbrado a levantar gruas como si fuesen pesas, sin pensarlo ni un instante, le ha dado un directo a la pantalla plana, saliendo el puño por detrás del televisor. Entre dientes ha balbuceado: “¡Vete con tu puñetera madre!”.
Mi amigo se rebela cada tarde cuando nos encontramos en los escalones de nuestras casas. Le irrita cada día más, sentirse un número entre los seis millones de parados de este país; también que se le incluya entre los que ya tienen cincuenta años, desconfiando que la leva que pudiera hacer el INEM, no vaya a contar con él. Se quedará, como otros tantos, esperando a Godot. Pero lo que más le revienta son las pastorales de los “marianitos” caballas, sin duda obligados por la secta. José Mari ha sido de los que, de la noche a la mañana, se han visto en la calle; su empresa desmantelada y los patronos buscando nuevas geografías (sobre todo en tierras vecinas) donde poder continuar con la experiencia de explotadores, perfectamente aprendida aquí.
No es sólo porque le tenga cariño, pero mi amigo es un trabajador nato, como muchísimos de los que ya ni aparecen en las oficinas de empleo, más por vergüenza y pundonor que por necesidad. Se cree, como todos, envuelto en una desesperación que le hace sentirse extraño con los suyos y, por supuesto, consigo mismo; que le provoca vigilia nocturna, no duerme; ya hasta ha llegado a pensar que los calambrazos de sus manos, no son más que consecuencias de tenerlas quietas, como paralizadas. Menos mal que en la cabeza le bullen otras ideas: la de guiar con delicado mimo los sarmientos de su parra; en canalizar las aguas que descienden por los tejados para dirigirse en cascadas a una calle sin enlosar; o ensimismarse con los gritos y las alegrías de los que con él conviven...
Mi amigo José Mari sabe que los obreros actuales ya no son como aquellos de hacen cien años. Es cierto, tan cierto como que un pobre de hoy es más pobre que otro del siglo XIX, sobre todo porque carece de bastantes cosas. Entonces, no tenían nada que pareciera una nevera, ni pensaban que pudieran existir. No eran propietarios de televisores, ni de automóviles ni de ordenadores, que hoy se pueden adquirir con más o menos dificultad. Y es que, y mi amigo lo sabe, para que el sistema siga funcionando, no sólo deben subsistir, sino que, además, se debe consumir lo que otros obreros, como él, producen. Es lo que se llama “participación en el consumo”. Pero, de igual manera, el consumo se está yendo a hacer puñetas. Claro que para que esto no ocurra, la delegada del gobierno en Cataluña (PP) aclaró que tenemos a los pijos y a los ricachones. Ellos, gastando, son los verdaderos salvadores de la patria (¡menuda desvergüenza!). La señora es otro de los “palmeros” que no pierden oportunidad para afirmar eso de “como se ha vivido por encima de las posibilidades”, o “ahora que se jodan”, frase bíblica de otra iluminada del PP, de los que, a diario, echan gasolina a un fuego enrabiado.
“ Toquen, toquen las palmas”.
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