Categorías: Opinión

El desánimo del espectador

Llega un momento, en la vida de cualquier persona, en el que se adquiere la condición de espectador; ya no tiene un puesto concreto desde el que debía desarrollar una misión determinada y ahora contempla lo que ocurre a su alrededor.
A veces se hace crítico con la labor de los que le sucedieron y también hace extensiva esa crítica - aunque con otras características - a otras funciones más generales y que, por ello, afectan simultáneamente a otras muchas personas.
Hubo una época, en nuestro país, en la que se acometieron muchas obras materiales y ello supuso un gran espectáculo para todo ese conjunto de personas que no tenían alguna obligación personal.
Eran muchos los que se pasaban algún tiempo - especialmente si la temperatura ambiente era agradable - contemplando lo que otros hacían con unas técnicas y equipos más modernos que los que ellos usaron, generalmente con mucho mayor esfuerzo físico.
Ya había desaparecido de las carreteras el picapedrero, ese hombre que, con un martillo de mango muy largo y flexible, iba golpeando las piedras, una a una, hasta reducirlas al tamaño necesario para que sirvieran de base al alquitrán que las iba a recubrir.
Era un trabajo que requería habilidad en el manejo del martillo y una paciencia infinita para ir, piedra a piedra, consiguiendo una base lo más plana posible. Cada piedra tenía su tratamiento, porque así lo requería su tamaño, figura y dureza.
Era una estupenda labor de cantería que iba a quedar oculta por las capas de alquitrán, pero que siempre se hacía notar al rodar los coches sobre esos caminos; la obra bien hecha estaba debajo, oculta a la vista pero que se hacía notar por sus efectos beneficiosos para el rodar de los coches.
Hoy día hay un campo muy especial e importante para la observación del espectador forzoso, del que ya no tiene otro trabajo que observar lo que otros hacen, aunque a veces no le resulte grato porque le gustaría ejercer alguna actividad.
Ese campo es el del gobierno y desarrollo del país y en él se espera ver trabajar a gente tan laboriosa y eficaz como aquél picapedrero, que nunca se ufanaba de lo que hacía en sus jornadas de sol a sol, en las que le acompañaba un botijo para ayudarle a calmar su sed.
Su trabajo se basa en otras técnicas y métodos que, a veces, no acaban de ser comprendidos suficientemente; quizá hablan demasiado y no suelen hacer caso a lo que otros les dicen porque lo consideran erróneo o inoportuno.
Tal vez sería mejor, para ellos y para todos, que se explicaran mejor, pues a veces no se entiende bien alguna que otra alianza a cambio de favores especiales; parece un trabajo mal hecho, ese y algunos que otros más, bien distintos a aquél del picapedrero que se hacía a la vista de todo el mundo y que no presumía de ello y que, además, tenía un sueldo muy modesto.
El espectador forzoso se encuentra, por ello, desanimado. Siente disgusto porque no llega a ver una labor bien hecha, bien tratada y bien acabada; con detalles que resulten atractivos y eficaces.
Sin embargo mantiene la esperanza de que lleguen a darse cuenta de lo importante y necesario que es trabajar con sencillez y eficacia para las necesidades de todos y sin buscar aplausos interesados .
El picapedrero no recibía aplauso de nadie y su labor, callada , era fundamental.

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