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El delirio de los votos

No hemos podido substraernos a la tragedia de la muerte masiva de tantos inocentes pero tampoco deseamos ofrecer un fingido tono melodramático y oportunista santificando a los vociferantes y condenando a los que tienen el poder de los cargos. Las tragedias nos indignan a todos cuando se producen, solo los psicópatas responderían con una sonrisa ante tales acontecimientos, pero también creemos que un análisis más holístico y retrospectivo podría ayudar a entender cómo llegamos a contemplar estos horrores sin pestañear mucho. Como todos conocemos, no es la primera vez que mueren personas intentando penetrar en nuestra ciudad de forma ilegal y nuestro cementerio tiene una macabra historia al respecto. De acuerdo con lo expresado por nuestra amiga Carmen Echarri, no se está a la altura de las circunstancias y esto pasa constantemente en nuestras sociedades de humanos modernos.
Los horrores se suceden y no se pueden esconder las responsabilidades históricas de Occidente debajo de la alfombra. La superpoblación, las matanzas étnicas, los delirios que provoca el consumo, la destrucción de los hábitats y la falta de recursos o de acceso a los recursos son cuestiones que no sólo competen a los países en vías de desarrollo sino que en una parte importante alimenta nuestro despilfarrador estilo de vida. En este capitalismo agresivo, hoy más que nunca por la escasez de recursos y la enorme competencia entre seres humanos, tenemos una enorme responsabilidad ante otros seres humanos condenados a vivir durísimas travesías vitales. Mientras tanto, los procesos históricos se aceleran y los problemas se amontonan sin que lleguen las soluciones. Los tribalismos encerrados en sus ancestralismos unidos a los fanatismos religiosos están provocando situaciones de choque sin protección contra las vallas del sistema despilfarrador del mundo desarrollado. Lo que es peor, muchos desean ser despilfarradores pero conservando sus mentalidades apareciendo entonces una de las peores formas de tecno-barbarie.
Para nosotros, como ya es bien conocido por nuestros pacientes lectores, la pérdida de una parte importante de nuestra humanidad coincide con la desaparición del sentido común y de la reflexión sobre nuestras propias limitaciones morales; la radicalización y ampliación atolondrada del capitalismo hacia ámbitos de la existencia moral y el binomio consumo-superpoblación son consecuencias de nuestra paranoia. No obstante, las paranoias se suceden a velocidad de vértigo y en una de ellas nos encontramos bien inmersos, es el delirio electoralista que proyecta la ficción introspectiva de creerse un verdadero aristócrata de las urnas, alguien que haya escalado mucho o poco en los rocódromos de los partidos políticos se ve eternamente prebendado de un puesto a otro. Prácticamente todos o una parte significativa de los políticos en ejercicio europeos lo son aunque con muchos matices según los países. Para perpetuarse en política se hace prácticamente todo o casi todo y sobre todo es conveniente una buena proporción de deshumanización, que como ya hemos indicado no es exclusiva de los políticos sino que viene de mucho antes.
Por ese motivo, se explica la sarta de acusaciones, mentiras y comportamientos inapropiados que hemos estado viendo estos últimos días desde el desgraciado incidente fronterizo. Entre los adversarios políticos se acepta la Ley del Talión del “ojo por ojo y diente por diente” sin pestañear, y por eso siempre están enfrascados en auténticas batallas mediáticas de unos contra los otros. Esa deshumanización tan característica de los políticos es la misma que subyace en la masa social que los vota, es decir en nosotros mismos. De hecho, una parte del sentimiento de repugnancia que nos alberga cuando criticamos a los políticos creo que debe ser debido al horror que produce nuestro reflejo en el espejo mediático en el que nos miramos. Ciertamente los políticos no han bajado de la Luna. La costumbre de mirar hacia otro lado constantemente hace de bálsamo ante nuestro reflejo por eso cada vez hay más desafectos de los partidos políticos y de las votaciones dónde no hay mucho en juego, se huye del reflejo propio. Por todo esto, no conviene rasgarse mucho las vestiduras e indignarse demasiado al menos que se decida cambiar interiormente e implicarse activamente en los movimientos cívicos que son en gran medida los grandes opositores al sistema económico y político instaurado o eso parece.
Reconducir la situación humana sin que se produzca un gran colapso civilizatorio es una cuestión de tiempo y paciencia para unos y una utopía para otros entre los que me encuentro. En definitiva, una de las mayores perversiones ha sido la banalización de la maldad y del mal descrito por la gran mente de H. Arendt. Lo que nunca le perdonaron a la genial pensadora los que vivían en sus Torres de Marfil intelectual es que sacara a la luz que la gran masa social era capaz por idiotez pura, falta de reflexión y por tanto por deshumanización de dejar que se cometieran actos tan horribles como las matanzas organizadas de grupos de personas concretas. Cómo no van a suceder crímenes horrendos contra la humanidad si cualquiera es capaz de hacer cualquier cosa para mantener un carguito político o conseguir un puestecito en la administración. Digo más, los partidos políticos consagran todo a conseguir el voto por el medio que sea y cualquier estrategia es buena para su consecución. No existe nobleza en la contienda electoral sino juego sucio constante, al igual que acontece en el mundo de los negocios, en la ciencia y en tantas otras expresiones de la civilización que nos ofrece tanto confort como repugnancia.
La transformación de Kafka es en cierta medida el horror del ser humano que se ve rechazado y deshumanizado por los que no toleran verse desenmascarados o simplemente expuestos a la mirada de la persona con altura moral. Dejar de pensar y mirar para otro lado es lo más frecuente, por eso cuesta tanto que se atiendan problemas de primera magnitud como la tragedia humana sucedida días atrás. Por esa distancia que ponemos entre la realidad y nosotros cuesta tanto evitar las matanzas de tortugas marinas en nuestro litoral; creo firmemente que si pudiéramos acumular los cuerpos putrefactos de muchas tortugas en la entrada de las dependencias de la dirección provincial de fomento de la  Delegación del Gobierno en Ceuta se terminaría con este bochornoso problema o al menos cambiaría sustancialmente. Lo mismo podríamos decir de los descartes de pescado en los barcos de arrastre, pero vivimos muy alejados para sentir el pulso del planeta y volver a vivir como un animal humano.
La etología tal y como la estudia Frans de Waal es un gran ejercicio de retrospección que nos pone en contacto con el ayer de nuestra especie y la ecología humanística que practica Munford nos ilustra sobre cómo ha sido la enorme transformación inapropiada del ser humano y las fuentes perversas de sus venenos psicóticos y sus delirios. Por todo lo expuesto, queremos decir que al igual que nuestra amiga Carmen Echarri pensamos que no se ha estado a la altura de las circunstancias en el caso de eso pobres desgraciados que perdieron su vida a escasos metros de la costa. Un simple grupo de socorristas bien entrenados hubiera bastado para salvar a los que perdieron sus vidas y auxiliar al resto, pero no se piensa en el mar como fuerza poderosa de la naturaleza sino para bañarse en verano y tomar copitas. Todo seguirá igual en materia de seguridad fronteriza y nuestros políticos continuarán combatiendo entre ellos innoblemente sin atender a la necesidad del consenso y del pacto en muchos asuntos ya que su negocio depende de la eterna discordia; por supuesto jamás abandonarán el electoralismo pues su delirio los envuelve. Los señores de la UE también seguirán en sus poltronas sin asumir responsabilidades, la sociedad seguirá mirando para otro lado y la seguridad de los inmigrantes por fortuna continuará dependiendo del valor humano de los agentes de seguridad sean estos españoles o marroquíes. Los agentes de seguridad, como se encuentran en primera fila, saben mirar a los ojos de los que intenta asaltar la valla convertidos de repente en adversarios, y seguro que como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial (véase La edad de la empatía, de Frans de Waal) no tirarán a dar sino que la mayor parte de ellos intentarán errar el tiro y si pueden no dañarán injustamente a estas personas, en muchos casos seguro que serán empáticos con ellos y los ayudarán. En el cara a cara somos empáticos pero cuando ponemos distancia y población de por medio nos volvemos tan insensibles como las rocas.

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