Me dirán ustedes que qué hago yo contando cuentos. La verdad es que nunca me han salido bien, por eso a mi José Luis se los cuenta su padre, más bregado en esas lides. Pero mi cuento del día no es un cuento para niños chicos, ni pretendo que lo sea. Es un cuento para quien quiera coger su sentido, que lo tiene. Mi José Luis, a sus cinco años, no lo entendería; pero otro José Luis, que le pasa en edad y en otras cosas, sí. O al menos debe. Pero vamos con el cuento, no me vaya a quedar sin columna. Mi cuento habla de la explotación, la que sufre en silencio más de una mujer al comprobar que ya no tiene los veintitantos, ni tiene ese físico que gusta tanto al ‘jefe’. Porque al ‘jefe’ le van las jovencitas, le van las guapitas, le van aquellas que le van a dar el sí, las que van a formar parte de su libreta de direcciones con derecho a roce porque así funciona el sistema, y aquí no existe el ‘o lo tomas o lo dejas’, en este cuento lo tienes que ‘tomar’ por cojones, porque si no, sencillamente, te mueres de hambre.
En el cuento aparecen muchos actores. Hombres de bien que saben que el sistema tiene que terminar, que alguien tiene que romperlo, pero ¿cómo? Nadie habla, todas callan y el círculo vicioso sigue igual. Las que ya pasan de los cuarenta, aunque más de uno pensara que tienen sesenta, se miran unas a otras y después... callan. Las que tienen los veintitantos lo asumen como una realidad impuesta en la que ellas son una pieza más que ‘voluntariamente’ participa del sistema. Y así se van escribiendo capítulos de un cuento de mentiras, de sometimientos, de explotación y de cortijos de sinvergüenzas. En definitiva de historias no aptas para un niño de cinco años, pero sí para quienes alardean de actuar si tienen conocimiento de algo. Y yo me pregunto, ¿cuesta tanto esforzarse por tener conocimiento de ese algo que se murmura en los pasillos, de ese algo que se conoce, de ese algo que se acepta como normal?
Ya les adelanté que no se me da nada bien contar cuentos, ni soy quien para dar consejos. Lo único de lo que sí soy consciente es de que si algún día topara con la más mínima prueba para transformar mi cuento en realidad no dudaría un segundo en buscar la justicia: por el bien de los cuentos aunque sean los que se escuchan al otro lado de la frontera.