Empieza a resultar difícil escurrir el bulto cuando se trata de opinar sobre la crisis económica que nos aflige, cuando uno comparte caminata o se encuentra, durante su transcurso, con algún amigo deseoso de pegar la hebra. La hibernación de las pensiones, la reducción salarial a los funcionarios, el aumento del IPC que ya alcanza el 1,8%, el “decretazo” laboral que nos espera mañana, y la subida de la electricidad y del IVA, entre otras, empiezan a inquietar al personal, de ahí que muchos, preocupados, sientan necesidad de intercambiar opiniones al respecto.
Es curioso, sin embargo, que algunos de ellos –y yo mismo- consideremos razonables y necesarias las medidas que se están tomando al respecto, que afectan notablemente al estado de bienestar en que hemos estado anclados durante las dos últimas décadas, y que van a representar un deterioro notable en nuestras formas de vida. Y esto es así, porque ni nosotros, ni el Gobierno –los gobiernos, pues el fenómeno afecta a todo el mundo- vemos la más remota posibilidad de superar los graves problemas que nos incumben, y que, en el fondo, no son más que parches para aguantar un primer embate.
Todos saben que la única solución a la crisis, es la creación de puestos de trabajo, utopía imposible de alcanzar a causa del disparatado sistema de la economía de mercado (antes capitalismo) en que hemos vivido hasta hace un par de años. Consiguieron hacernos creer que éramos ricos, mediante la “generosa” concesión de créditos superiores a nuestras posibilidades, mientras trasladaban las fuentes de trabajo a países del tercer mundo, en busca de mano de obra barata, dócil y productiva, con objeto de aumentar sus beneficios.
No contentos con ello y apoyados en las avanzadas y eficaces tecnologías, supieron implantar la táctica de la “globalización”, que permite manejar, anónimamente, la economía mundial en fracciones de segundo, de tal manera que los valores de las grandes empresas manufactureras, los bancos o los propios gobiernos, pueden ser manipulados y desacreditados impunemente, mediante la simple presión de una tecla de un ordenador. Nada de lo que puede leerse en las grandes pantallas de las bolsas mundiales, se corresponde con la realidad. Todo es mentira, mentira que juega su papel y obliga a los gobiernos a desprenderse de ingentes cantidades de dinero para mantener con alfileres el tinglado industrial y bancario ( que en breves días, y tras del “decretazo” laboral, se consumará con la pantomima de las fusiones de las cajas de ahorro) sin el cual el mundo caería en el caos más absoluto.
Los millones de parados a quienes no se puede abandonar a su suerte, obligan a los gobiernos, por otra parte, a buscar recursos para prestarles ayuda. ¿Hasta cuando y como?... Sin duda repartiendo lo poco que tienen algunos, con los que no tienen nada, es decir, reduciendo la sociedad del bienestar a un bello recuerdo del pasado, que probablemente jamás volveremos a recuperar.
Empieza a decirse que alguien maneja con secretas y sutiles intenciones, desde el limbo, los hilos que conducen a la Humanidad al retroceso y la precariedad de los inicios del pasado siglo. Se dice que el responsable es “El Mercado”, un fantasma que inventa y desvirtúa mediante calificaciones interesadas las capacidades de los gobiernos que han perdido la posibilidad de manejar sus economías. Y lo grave del asunto es que algunos de quienes puedan leer esto, - los conspicuos bolsistas, por ejemplo- lo saben, y se aprovechan de las circunstancias, para obtener, todavía hoy, pingües beneficios en rio revuelto. En el fondo, todos somos, por haber aceptado las reglas del juego, víctimas y al propio tiempo cooperadores en el Contubernio que nos conduce a la pérdida del bienestar, que tanto vamos a echar de menos.
Cabe preguntarse si el Mundo será capaz de descubrir y desmantelar la hábil estrategia de los protagonistas… que, más listos que el hambre, siempre van por delante de los acontecimientos. ¿Qué piensan ustedes?...