Opinión

El comino

Confieso que, hasta la presente investidura, nunca antes había sido capaz de seguir en directo un debate en el Parlamento español. La razón no era otra que la nula confianza que me inspiraban nuestros parlamentarios y el discurso huero al que nos tenían acostumbrados. Y no es que haya variado mucho la situación, o mi percepción al respecto. Quizás se trate de que el paso de los años lo van haciendo a uno más pragmático, a su vez que tolerante con los defectos ajenos. Pero también porque tenía la percepción de que estábamos ante un momento histórico. Por primera vez, desde la II República española, se acordaba una coalición de gobierno entre fuerzas progresistas, que, además, contaba con muy escaso margen para salir adelante, a la vez que con poderosos enemigos para hacerla saltar por los aires.

Las razones anteriores me llevaron a aguantar estoicamente ante el televisor, tanto el primer debate, el de la mayoría absoluta fallida, como el segundo, el definitivo de la mayoría simple. Por tanto, fui testigo directo de la cantidad de grandezas y miserias que se iban sucediendo ante la mirada de incredulidad e indignación que, como en mi caso, supongo que se iba produciendo entre los miles de espectadores que, desde el salón de sus casas, o desde la barra del bar, contemplaban el esperpento, por llamarlo de una forma amable. Lo que más pesaba de todo era la seguridad del precipicio al que nos acercábamos si, por algún tipo de error o imprevisto, finalmente no se conseguían esos dos votos de diferencia necesarios para acabar con casi un año de letal bloqueo político. Algunas anécdotas me llamaron poderosamente la atención.

Algo que me esperaba fue la cara de “mala leche” y de enfado permanente del ciudadano Abascal y de todos los suyos. También su marcha, en perfecta formación paramilitar, cuando obedeciendo la llamada de su jefe, comenzaron a salir del hemiciclo para no escuchar la voz de los representantes de Bildu. Se trata de personajes que no dudan en criminalizar a los inmigrantes, o a las mujeres, o a los homosexuales, es decir, a los más débiles y desprotegidos, y que tampoco han condenado el golpe de estado que perpetró el dictador Franco, ni los más de dos millones de represaliados posteriores, o los estados de los dictadorzuelos americanos. Lo curioso es que se comporten así ante formaciones a las que siempre se les reclamó que abandonaran la lucha armada y se integraran en las instituciones democráticas, cuando sus herederos políticos lo hacen justamente ahora.

Sin embargo, confieso que no me esperaba una actuación tan frívola, a la vez que poco fundamentada y antidemocrática de la ciudadana Inés Arrimadas. La verdad es que ya apuntaba maneras cuando la dejó en la estacada su jefe Albert Rivera. Pero no. No pasó de simples ocurrencias, apelando a los “valientes” del partido socialista para que cambiaran el sentido de su voto, traicionando así a los suyos y, de paso, a los que los eligieron. Lo que apelaba era a un fraude electoral puro y duro, y al ejercicio antidemocrático de la representación. Mucho me temo que, si a su partido le queda poco en la escena política española, a ella le quede aún menos, si es que sigue habiendo algo de cordura en los mermados cuadros directivos de Ciudadanos. Respecto al ciudadano Casado, poco tengo que resaltar. Salvo la irrelevancia de su pobre actuación y el claro alineamiento con la ultraderecha española. Sus ¡vivas! al Rey y a la Constitución, en un acto patético y seguidista, más propio de patio de cuartel que del hemiciclo en el que está depositada, teóricamente, la Soberanía del pueblo español, lo retrataron. En general, el bloque de derechas y algunos “salva patrias” que los acompañaron, demostraron mucho afán de revancha, además de un deseo irrefrenable de continuar con el bloqueo político y provocar unas terceras elecciones. Llamar traidor al presidente Pedro Sánchez por haber firmado un acuerdo con los republicanos catalanes para retomar el dialogo político a través de una comisión bilateral con la Generalitat catalana, conforme se regula en el Estatuto catalán y en la mayoría de los estatutos autonómicos españoles (véase por ejemplo el artículo 220 del Estatuto andaluz), aprobados en su día por Leyes orgánicas, demuestra un grado de ignorancia totalmente impropio de un parlamentario español e inaceptable en un supuesto jefe de la oposición.

Pero la guinda del esperpento fue puesta, casi al final, por la representante de los republicanos catalanes de ERC, que actuó en sustitución de Rufián, Montserrat Bassa, hermana de la exconsellera Dolors Bassa, condenada a 12 años de prisión por el Tribunal Supremo. Se suele decir, que siempre puede venir alguien que haga bueno a su predecesor. La señora Bassa lo consiguió. Después de contarnos lo felices que eran ella, sus hermanas y madre en esas largas sobremesas charlando de la vida, y de lo “verdugos” que eran los socialistas y los “españoles” en general, por haberle arrebatado a su hermana por defender la “libertad”, nos espetó que a ella le importaba “un comino” la estabilidad de la política española.

Sin querer ser tan grosero como ella, le digo que, a mí, y creo que, a muchos españoles de bien, sí nos importa la situación política española y catalana. Sobre todo, por el triste y patético espectáculo internacional que están dando el grupo de políticos presos, que no presos políticos, además de los huidos de la Justicia, por haber usado las instituciones democráticas para violentar la norma, despreciar a sus conciudadanos y pretender forzar una situación totalmente incompatible con el ordenamiento jurídico vigente. No sé si pensaban que el resto de los españoles somos idiotas o que los jueces están para aplicar las leyes sólo a algunos. Afortunadamente, hemos investido a un presidente valiente, que no traidor, que va a intentar retornar a la senda del diálogo político para encauzar un contencioso territorial histórico, que va más allá del simple deseo de independencia de unos cuantos iluminados del catalanismo.

Por todo ello, pese a la pobre intervención de la señora Bassa y al triste espectáculo que nos dieron algunos indignos representantes del pueblo español, confieso que cuando vi que el número de votos favorables a la investidura superaban a los negativos, me emocioné y lloré junto a Pablo Iglesias, a la vicepresidenta Carmen Calvo y a muchos miles de españoles y españolas que comprobaban el fin del injusto bloqueo al que nos habían sometido unos políticos irresponsables, sin el más mínimo sentido de servicio a los ciudadanos.

Evidentemente el camino no va a ser fácil. Soy consciente de que las zancadillas van a ser continuas. Pero estoy seguro de que muchos vamos a estar ayudando y colaborando, en la medida de nuestras posibilidades, para que el país salga adelante.

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