Lo hablaba el otro día con un amigo. En este pueblo se estila el choriceo a gran altura, ese que protagonizan los ladrones de altos vuelos que lo mismo te atracan un banco que atienden peticiones interesadas para favorecer a empresarios y llevarse la oportuna mordida; y los chorizos más bajunos. Esos son casi peores, porque te ponen carita de ‘yo no he roto un plato’ cuando se están dedicando a quitarle las habichuelas a la víctima más pobre de las pobres. Se vanaglorian de quedarse con cuatro matojos de verduras y dos pescados que le han decomisado a una mujer con físico de anciana que no tendrá más de 40 años. Llena de arrugas y marcada por una sociedad machista que le obliga a tener hijos hasta parir el varón y a trabajar para alimentarlos, se ve además sometida al sinvergüenza de turno que la maltrata, la golpea y encima le quita las cuatro perras del día. El sinvergüenza se lleva pescado gratis a la olla y encima se vanagloria de la hazaña cometida. Es un chorizo, igual que lo es el político corrupto, el conspirador de terrenos o el que engaña a su jefe pasándole facturas falsas de comidas de empresa o gastos de taxi. Es un chorizo igual que el utiliza una asociación para cobrar subvenciones que luego gasta a su antojo, pasándose por alto los estatutos y mintiendo no al Gobierno sino a toda la población que lo sustenta. Es un chorizo, igual que el que se queda con productos que no son suyos y al igual que el que, sabiendo que ha engañado a una dependienta, se vanagloria de haberle sacado 5 euros por la cara sin que ‘la tonta’ se haya enterado que se equivocó en el cambio.
Somos así, capaces de acudir a las puertas de un juzgado para insultar ‘ladrona, ladrona’ a la enjuiciada de turno, mientras buscamos la manera de quedarnos con algo que no es nuestro, aunque sea el periódico del suscriptor de turno que le dejan en el buzón. Nos provoca un orgasmo eso de ‘dársela a uno con queso’ que nos conduce a un acelerón tal que requiere de otro engaño para seguir la senda. Y así seguimos, choriceando a lo bajuno mientras nos llevamos las manos a la cabeza leyendo los últimos resúmenes sumariales que publica El País sobre la Pantoja y Cía. Pues eso, qué haríamos si fuéramos pantojas, madre.
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