Categorías: Opinión

El chispazo

La vida pública en nuestra Ciudad está reducida a la mínima expresión. Vivimos en una especie de diáspora permanente, intermitente y variopinta que castra todo intento de articular un espacio de confluencia en el ámbito social. El movimiento asociativo se encuentra sumamente debilitado, sin que nadie quede a salvo de la escualidez. Ya sean partidos políticos, sindicatos, asociaciones vecinales, o cualquier otra entidad colectiva, todas, sin excepción, carecen de una militancia activa suficiente. El vínculo de sus integrantes está sujeto, en un elevadísimo porcentaje,  a un interés personal, directo e inmediato. La vocación por lo público, sin más condiciones, sólo está presente en dosis insignificantes. Este hecho, indubitado, explica en buena parte nuestra exasperante indiferencia. Lo que ocurre es que no es fácil discernir si se trata de la causa o del efecto. Probablemente ambas cosas.
Una suma de seres humanos, para constituirse en una sociedad, necesita causas comunes con las que identificarse. Es imposible la existencia de una conciencia de pertenencia a un grupo sin compartir anhelos, esperanzas y emociones. En Ceuta hace demasiado tiempo que carecemos de estos elementos básicos.   No encontramos la manera de reconstruir lazos sentimentales. La causa principal de este problema es la manifiesta incapacidad (hasta ahora) para  alumbrar una sociedad sincera y efectivamente intercultural. En la medida en que se igualan aritméticamente las dos comunidades hegemónicas, la necesidad se hace más imperiosa. Y las consecuencias de la disgregación, más preocupantes.  Este fenómeno  es, así mismo, el origen de la paulatina deserción de muchos ceutíes militantes que cada vez se sienten más distantes. Ya queda  muy poca gente que crea en el futuro de Ceuta.
En este contexto resulta muy complicado interpretar en clave colectiva cualquier desafío. En ausencia de de afecto mutuo y, por tanto de solidaridad activa, prevalece la envidia, la desconfianza, la suspicacia, la rencilla y hasta el odio. Y así no ha hay forma de hacer nada juntos. Siempre hay un “pero” que facilita la inhibición sin remordimiento. ¿Cómo es posible que en la Ciudad de los catorce mil parados, las convocatorias contra el paro se saldan con sonoros fracasos? Esta es la pregunta que se repite como un tormento entre las personas de mayor sensibilidad. Y, sin embargo, la respuesta es más sencilla de lo que parece. Nadie se fía de nadie. Nadie confía en una solución colectiva. No se entiende el paro como un problema social, sino como una cuestión individual que cada cual debe resolver como mejor pueda (siempre con el enchufe como referencia). Esta es la norma, de aplicación prácticamente universal.
Por este motivo tiene tanto valor la manifestación que celebramos el pasado día diez de marzo. Algo distinto. Un chispazo entre tanta oscuridad. Resultó muy emocionante, y estimulante, compartir por unos instantes una causa común con ceutíes de procedencia diversa en todos los sentidos. Muchos de ellos, jóvenes. Por una vez, Ceuta pareció recobrar el espíritu de Ciudad comprometida.
Quienes allí estuvimos, física o moralmente, estamos ante un ilusionante reto y una enorme responsabilidad. Un chispazo puede ser el inicio de un gran incendio, o sólo una efímera anécdota para el recuerdo. Está en nuestras manos. Todo dependerá de nuestra capacidad para exigirnos un profundo exorcismo actitudinal. La clave está en contagiar generosidad. Aprender y enseñar que la vida entre todos es más gratificante y mejor.

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