Indignante. El caso de la comandante Zaida ha vuelto a levantar una de esas alfombras debajo de las que se esconde la suciedad humana. La mediatización del asunto ha servido para que esta mujer recabe la atención que merece lo padecido aunque conociendo los intereses de políticos y periodistas, será usada y olvidada como tantos otros en situaciones similares. Quedémonos al menos con que por una vez, los medios de comunicación han ejercido su función social de control a las administraciones.
Cientos de periodistas y “opinologos” se han lanzado estos días a la búsqueda de las causas por las que existen casos de acoso sexual en el Ejercito y han llegado a la sesuda conclusión de que la razón de esta grave disfunción es que la institución militar no es “democrática”. Ninguna institución lo es. La democracia es un sistema político no una forma de actuación de las instituciones y de las administraciones. ¿Es acaso democrática la educación, donde el docente decide quien pasa a la siguiente fase educativa y quien no, teniendo en su mano el futuro escalafón social del alumno? ¿Es la sanidad democrática, donde los errores médicos son “inexistentes”? ¿Es democrática la justicia en sus mecanismos internos? Siento defraudar a los opinadores pero no es esa la razón porque de ser así, no existirían casos de acoso sexual en el resto de administraciones ni tampoco en las empresas. Pero existen, y muchos. En las empresas privadas donde suelen acabar con el abandono del puesto de trabajo por parte de la acosada y en las administraciones civiles donde incluso se dan casos de departamentos dedicados a promocionar y defender a las mujeres que siguen contratando a acosadores por el simple hecho de pertenecer a la misma religión de quien dirige la citada institución.
La diferencia entre el Ejército y el resto de las administraciones es que se rigen por principios distintos. En las administraciones civiles puede primar más la eficiencia, los resultados o la rendición de cuentas, pero en el caso del Ejército el principio rector es la disciplina. Un principio necesario para las funciones guerreras de la institución (“aquí estamos para matar y destruir” nos arengaba mi comandante en la academia), pero que también permite el abuso de autoridad con relativa facilidad. Es muy difícil establecer el límite entre la obediencia y el abuso, entre la disciplina y la chulería. Las mujeres en el ejercito, además de al abuso de autoridad, se enfrentan en demasiadas ocasiones con el acoso sexual. Todos los que hemos pasado por la milicia hemos vivido o conocido las insinuaciones más o menos veladas a compañeras, los tocamientos más o menos descarados, las presiones. La solución no es un cambio de la legislación militar, ni el que los delitos civiles sean juzgados fuera de la jurisdicción militar como propone algún partido, porque como en este caso, el acosador podrá ser condenado pero eso no evitará la condescendencia de sus compañeros y superiores. Porque esta es la raíz del problema. El superior que conociendo lo que sucede mira para otro lado, el que a pesar de sentencia, sigue más preocupado de la carrera de su compañero que del daño moral y psicológico sufrido por esa mujer, el que prefiere taparlo todo para que su nombre no aparezcan en ningún procedimiento, el que confunde el compañerismo con el corporativismo y convierte su servicio a la nación en algo indigno. Mientras no se actúe en esa línea, seguirá habiendo muchas Zaidas.
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