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El caos racional de la naturaleza

Las ordenaciones naturales no pueden imitarse, al menos en una dirección racionalista y geométrica, pues la naturaleza es ante todo caótica en su desarrollo y expresiones. Los jardines franceses ilustrados son un ingenuo intento de control, muy propio de una época en la que se estaba desarrollando el pensamiento científico moderno y, por tanto, la ciencia comenzaba su andadura para convertirse en el nuevo culto que cualquier inculto invoca como conjuro contra todo mal. Construir redes para pescar imitando las estrategias de muchas especies de arañas puede concluirse como una utilización sabia de un patrón natural muy testado; es en definitiva un éxito evolutivo del que los seres humanos hemos sabido sacar partido cultural, imitar y aprehender los aspectos  adaptativos de una especie, éstos que han condicionado parte de su éxito evolutivo, que pueden considerarse desde luego como un buen indicio de desarrollo cultural del hombre. Esquilmar los mares utilizando una versión más sofisticada de las redes mencionadas es una deformación impuesta por el mercado y sobre todo por las “necesidades” del capital, y es también una actuación profundamente estúpida en términos de gestión de los recursos naturales marinos. La observación de las especies vegetales ha aportado inmensos beneficios. Gracias a esta ciencia de la observación se ha edificado la civilización humana, en base a las especies que todavía nos alimentan.
Este tipo de ciencia paciente, que trabaja directamente con los organismos y con los hábitats, está en peligro de desaparecer por causa de la estupidez humana; nos hemos erigido en un dios tecno-cientifista y además deseamos recrearlo todo dentro de una pipeta o una probeta. La invasión del sistema capitalista en todas las realidades humanas, de las que en otros momentos estuvieron ausentes, ha sido el peor y acaso postrero veneno para rematar lo que quedaba de auténtico y valioso en nuestras comunidades. El precepto capitalista de máximo rendimiento en el menor tiempo posible es un aniquilador del trabajo paciente y las obras de gran calado. La comprensión de la naturaleza desde la perspectiva naturalista es el propio entendimiento y convivencia intelectual con el desorden; al contrario que aquellos que desean matematizar la organización de los hábitats y las especies. Mientras tanto, cada vez quedan menos científicos capaces de observar, aprender de las especies y diagnosticar, pero como fuente de compensación inagotable, al mismo tiempo crecen legiones de “abobados” que pretenden ordenar y gestionar la naturaleza sin la indispensable observación, sino tan solo a través de las pantallas de sus bases de datos y ordenadores que, por arte de magia, convierten el desorden en un bonito orden ininteligible de invenciones sobre algo que no saben nada. Esto es la naturaleza, más modernamente denominado las especies y sus hábitats para ciertos técnicos. Estos muchachos/as suelen ser todos expertos en SIG (Sistemas de Información Geográfica) y están adiestrados en todo, menos en lo esencial, el trabajo de campo y el contacto frecuente con la materia que deben interpretar. A través de la obra del brillante Martí Domínguez podemos conocer que Buffon, el gran naturalista francés, fue un paciente observador y pensador, que creía mucho en “el gran obrero que es el tiempo” en relación a la formación de un buen científico del mundo natural.      
El caos de la naturaleza y en particular el aparente desorden de los organismos que se fijan a un sustrato determinado pueden racionalizarse a través del prisma del naturalista. Esto es muy diferente a los vanos intentos de clasificar geométricamente, tanto a los organismos como a los hábitats, en compartimentos como si estuviéramos en las estanterías de un gran supermercado o centro comercial. Al conde de Buffon le molestaban las colecciones frívolas que hacían algunos aristócratas y también comerciantes de fortuna. Todas estas piezas se hallaban, en el mejor de los casos, bien conservadas, pero la disposición indicaba que no se habían llegado a relacionar entre sí. En estos lugares convergía la mejor representación de la colección de objetos naturales inmersos en un gran caos que solo representaba la obsesión por la colección pero no por el entendimiento de los fenómenos naturales a través de la relación y estudio de los objetos coleccionados. Podríamos interpretar este afán por coleccionar como un dieciochesco consumo de objetos que simplemente prestigiaban a su poseedor y hacían muy bonito cuando se invitaban a ilustres personajes a visitar la mansión. Desde siempre el consumo, pero en especial en nuestros días, está teñido de un afán de acaparar objetos banales y poseer provisiones de una forma bastante irracional, vana y estúpidamente decadente. Solo debemos echar una mirada, no hace falta que sea crítica, sobre los bienes dispuestos en las viviendas, acumulados en tongas de objetos amontonados en maletas, armarios o cajones. Podemos deleitarnos con la lectura de una mirada esperpéntica de estas acumulaciones de objetos sin uso en algunos capítulos de la obra más vendida de Eduardo Mendoza, “Sin noticias de Gurb”. Aquellos más ordenados y geométricos pueden ordenar formalmente sus objetos y conseguir una decoración esmerada para ofrecer algún tipo de contemplación placentera pero superficial. Nosotros más bien optamos por pensar como Buffon y elevamos la paz hasta una de las formas más puras de felicidad a las que puede aspirar el ser humano, no vemos nada apacible en el consumo y en la acumulación de riqueza, más bien ajetreo y mucho estrés. Además, a diferencia sustancial de la naturaleza, los objetos no cooperan, ni compiten ni emiten comportamiento alguno, son simplemente materia inerte. Para que un objeto inerte adquiera otras cualidades necesita de la intervención del arte o de la cultura que dota de emotividad, y por tanto de valor, a ciertos objetos que pueden llegar a actuar como piedras de paso que nos permiten aferrarnos a ellas a lo largo del mar de nuestra efímera vida. Cuando nos elevamos del barro consumista, creador de holgazanes mentales y también físico-deportivos, es posible sentir otro tipo de estímulos más atávicos que nos arrastran hacia otras direcciones pero siempre señalan el norte natural como la patria verdadera. Rousseau parece que solamente se sentía plenamente ser humano entre la naturaleza, paseando por bosques y herborizando plantas, un comportamiento plenamente humano, que diría el sabio Mumford.  
El caos aparente de la naturaleza es su propia esencia racional o lo que es lo mismo un caleidoscopio de alianzas y rechazos. La construcción del edificio natural está salpicada de avances y retrocesos a los que no era ajeno el autor de las épocas de la naturaleza, Monsieur de Buffon. En parte, las críticas que vertió a la obra de Linneo (padre del sistema de clasificación binomial) no solamente eran expresión de un rechazo a su recalcitrante pomposidad y cursilería sino que también eran debidas a un cierto distanciamiento del medio natural y de la observación de los hábitats y demás detalles ecológicos por parte del botánico suizo. La desconexión entre especies y hábitats ha sido siempre una gran fuente de problemas para la ciencia y todavía colea, sobre todo ahora que la desaparición de una forma muy humana de hacer ciencia está desapareciendo borrada por los molecularistas y sus adeptos tecno-científicos. Va a llegar el día en el que tengamos grandes mapas de hábitats de los que no sabremos prácticamente nada de lo que necesitamos.

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