El camino hecho al andar

Un oftalmólogo ceutí volvió el domingo de una estancia voluntaria en Chad, país subsahariano donde ha realizado 170 intervenciones quirúrgicas en dos semanas

En Chad no suele pasar el autobús de las ocho. Tampoco el de las nueve, de las diez y así sucesivamente. Los ciudadanos de este país del África subsahariana tienen los pies como medio de locomoción prioritario. Cuando a las poblaciones de los alrededores de Lai oyeron acerca de la llegada de un oftalmólogo europeo al hospital, centenares de vecinos iniciaron el camino que los llevaría horas, incluso días, hasta el quirófano. Andando es como se hace habitualmente en Chad el camino, aunque las distancias sean de hasta 400 km.

En el hospital de Lai, punto de destino de los varios de centenares de enfermos oculares de la comarca, aguardaba Aurelio Rocha, oftalmólogo ceutí. La Fundación Ilumina África se dedica al voluntariado en los países más deprimidos del continente, desde donde dedica los esfuerzos a la curación de enfermedades oculares, principalmente cataratas reversibles. Y allí fue a colaborar Rocha. “El obispo es un sacerdote zaragozano que lleva unos 25 años en la región”, explicó Rocha. “Al proyecto que más atención le presta es al hospital, donde intenta reclutar a médicos españoles como voluntarios”, añadió.

Hay gente que, en caso de poder escoger, prefiriría  perder un brazo antes que los ojos. La no visión supone una mayor pérdida en los países de África central, en cuyos modos de vida el sentido de la vista puede llegar a convertirse en una cuestión de vida o muerte. La naturaleza no es un asunto ajeno en África. Está ahí, al acecho, próximo, como el vecino de arriba. Un simple mosquito –el paludismo– o una serpiente pueden traer la muerte fulminante. El ciego es en África un ser más desvalido. Pero hay cegueras reversibles, producidas a menudo por cataratas curables, al menos por los médicos y los aparatos europeos.

En Chad amanece sobre las 5:30 de la madrugada. Durante sus dos semanas como médico voluntario, el médico del Instituto Oftalmológico ceutí se levantaba a la par del sol, siguiendo así las costumbres de estas regiones . “A esa hora encontrábamos ya gente esperando la hora de la consulta. Eran familias enteras, que habrían llegado durante la noche de poblados a cientos de kilómetros”, desgranó Rocha mientras mostraba una foto en la que aparecía un descampado de tierra junto al centro hospitalario. La sala de espera no era más que un pequeño espacio sombreado por un árbol.

“Había dolencias que solo había visto en los manuales de patología de la carrera”, relataba Rocha al tiempo que explicaba las herramientas de las que ha dispuesto en el centro sanitario de Lai. Limitado por unos aparatos donados en su mayoría o traídos directamente en una modesta maleta, el médico ceutí se vio en la obligación de hacer uso de técnicas más agresivas de lo usualmente practicado. A veces, la tecnología o aun la patología obligaba incluso a decirle a algunos pacientes que su enfermedad era incurable. “Era llamativo observar la resignación con la que aceptaban su no curación. Decían gracias y adiós y se iban”, volviendo de regreso a pie a sus lugares de origen. A veces a cientos de kilómetros de distancia.

Han sido unas 400 consultas, 170 intervenciones quirúrgicas y unas 150 gafas entregadas. Eso después de 2 semanas de trabajo de voluntariado de sol a sol. “Hacíamos una parada de una hora para descansar. Nos demorábamos y solíamos encontrar la comida fría. ¿Qué comíamos? Cosas básicas, arroz... Los embutidos que llevamos acabamos compartiéndolos con todos”, reveló un Rocha que, al igual que los oriundos, ha hecho al andar su propio camino.

La conclusión de la jornada laboral era la que dictaba el número de consultas y de operaciones. A esa hora, sobre el raso, bajo el árbol y en sus alrededores, más pacientes se encontraban ya esperando el inicio de la jornada siguiente. Un señor ciego llegaba en bicicleta acompañado de su lazarillo también en bicicleta. Con el camino marcado en los pies, que descalzos se asemejan al metal, el hombre llegó a la sala de espera y aguardó su turno. Frente a él, un médico le habla en idioma extranjero, misma lengua que oye en la sala de ingresados. Al quitarse la venda, aprecia los colores de la infancia. Y gente alrededor que también hace su propio camino.

El próximo proyecto de voluntariado, en Mozambique
“Ya tengo ganas de volver”, declaró Aurelio Rocha, oftalmólogo ceutí que ha pasado dos semanas curando en Chad. Otra cosa es que pueda permitirse dejar de trabajar 15 días sin llevar el dinero a su casa tras curar a sus pacientes españoles. “Yo también tengo que ganarme el pan”. No se le han pasado a Rocha las motivaciones de ayudar y por eso ya ha creado contactos con una fundación de los Padres Agustinos que están desarrollando un proyecto en Mozambique. “Claro que antes tendremos que hacer una viaje de exploración a la región”. Mientras, antes de culminar lo que podría convertirse en la próxima expedición al África subsahariana, Rocha comparte los pequeños detalles que hacen sentirse a uno en casa. “Dormir en la cama y ducharme con agua caliente”.

Un obispo de Zaragoza tras 25 años en la diócesis de Lai
La diócesis de Lai cuenta con unas infraestructuras que ahora son básicas. La labor del obispo, de origen zaragozano, ha llevado a dotar a la comarca de 12 escuelas, un centro de acogida para niños huérfanos y madres maltratadas, tres centros de salud y un hospital. Naturalmente, esta labor social no se lleva a cabo en dos días sino tras una labor de 25 años. En la diócesis hay trabajando una decena de profesionales cuya labor voluntaria se aplica para cada una de las labores necesarias en una tierra yerma como la de Chad. Hay un arquitecto, un médico que hace de gerente y administrativo. Y médicos que, como el ceutí Aurelio Rocha, se encargan de acudir periódicamente para que no falte una asistencia que salva vidas con una simple incisión. Pero hay que estar allí.