Categorías: Opinión

El camino al infierno

El dicho nos recuerda, en efecto, que el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Y a continuación nos aconseja que no seamos piedras  de ese camino. Y, sin apenas darnos cuenta, nos estamos convirtiendo en piedras de ese camino que nos conduce derechos al mismísimo infierno. Esto es así, porque estamos manejando el problema de la inmigración ilegal, como muchos otros, no con objetividad y razonablemente, sino tan sólo con ‘buenas intenciones’. No se argumenta, sino se insulta y se amenaza. Es lugar común establecer un juego maniqueo de buenos y de malos. Se ha asumido que, en este tablero, la sociedad de acogida, con todo lo que ella contiene, instituciones, Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado, ciudadanos, leyes, etcétera, es la mala de la película, y si se le concede algún derecho a defender sus fronteras ha de ser siempre cediendo ante el empuje violento de quienes quieren entrar por la fuerza, dañando, incluso, a quienes tienen la obligación por ley de evitar que eso suceda. Si, en efecto, ocurre algún percance, hay fallecidos o heridos entre los asaltantes, entonces, se busca imperiosamente al culpable de ello entre las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado, que están para evitar que alguien entre en el país por donde no debe, o, bien, al partido político en el gobierno por ser responsable de esas Fuerzas y Cuerpos. Por el contario, si en la refriega un miembro de esas Fuerzas del Orden resulta herido y enviado al hospital, nadie se conduele por ese miembro de las Fuerzas del Orden, pareciera que estaba ahí para que le agredieran como si de un muñeco de feria se tratase.
Como era de esperar, en el último asalto a Ceuta por el Tarajal, que se ha sustanciado, por el momento, con el lamentable drama humano de catorce inmigrantes fallecidos, ha faltado tiempo para verter acusaciones sobre los miembros de las Fuerzas del Orden que custodian el perímetro, en especial, contra los miembros de la Guardia Civil. No se ha esperado a que se lleve a cabo la investigación correspondiente, no, pareciera una carrera para disputarse el honor de ser el primero en descalificar a esos miembros de la Guardia Civil y acusarlos sin remilgos. Les han acusado de hacer uso de medios antidisturbios. Recuérdese que las Fuerzas y Cuerpos del Estado hacen uso de esos medios antidisturbios contra manifestaciones agresivas y violentas de ciudadanos españoles. Sabemos de ciudadanos españoles que han sido dañados (han perdido un ojo) por las bolas de goma de esos medios antidisturbios. Asimismo, se ha publicado con demasiada ligereza que hay testigos que señalan culposamente a miembros de la Guardia Civil. Entre unos y otros se han afanado y apresurado a echar tierra y lodo encima de la Benemérita. Vergonzosa actitud. No es de recibo. Ellos sólo se han limitado a cumplir las órdenes de impedir que entren inmigrantes ilegales a España. Además, fueron atacados dura y violentamente por los asaltantes del jueves.
Las fronteras han de ser protegidas y respetadas, caso contrario, no sabremos quiénes entran, de dónde vienen, con qué intenciones y si han cometido algún hecho delictivo en sus países de origen. A este respecto, el sociólogo Carlos Rontomé, a su vuelta de La Haya, en donde asistió a un simposio sobre yijadistas europeos en el conflicto de Siria, hizo, el martes, unas declaraciones en la Cope local en las que manifestaba que los alemanes presentes en el simposio se echaban las manos a la cabeza al tiempo que manifestaban que “no es política de la UE bloquear fronteras”, que no es políticamente correcto “reforzar el control” sobre el paso del Tarajal, cuando Rontomé apuntó la idea de hacer un control exhaustivo de las personas que entran por el citado Tarajal.
He aquí otra piedra con la que estamos pavimentando el camino al infierno: “lo políticamente correcto”. Junto con las buenas intenciones, las otras piedras, la ausencia de debate sobre la inmigración masiva a Europa; el mito y el timo de la sociedad multicultural; la globalización ideológica imperante; la manipulación para sembrar el sentimiento de culpabilidad en los ciudadanos; el mito del inmigrante bueno y el ciudadano de la sociedad de acogida malo; haber convertido la sociedad en lo que el periodista A. Robles llama la “sociedad inerte”, sometida a la telebasura, el sectarismo, la mediocridad, el pensamiento único social y políticamente correcto; permitir, no ya la entrada de cualquiera, sino que las minorías obren a su antojo y utilicen los derechos que les son reconocidos para perjudicar a las mayorías; encuadrar estas avalanchas en un espacio de normalidad, de naturalidad, en el que hemos de acostumbrarnos a que nuestras fronteras sean violadas una y otra vez y sin posibilidad de rechazar esas avalanchas, caso contrario, ya le buscarán las cosquillas al miembro de las Fuerzas del Orden que se afane en cumplir con su deber; y “lo políticamente correcto” como clave de bóveda, como piedra angular, de esa globalización ideológica, de modo que quien mantenga una postura disidente con lo establecido como verdad unánime, será condenado, no ya al ostracismo, sino insultado, perseguido y, al fin, encarcelado; pues bien, todas ellas, todas esas piedras, nos conducen sin parada intermedia a que la convivencia sea un infierno y a la destrucción del tejido social de los países europeos. Un país no debe hundirse por una ola de buenas intenciones. Pero, eso sí, lo único cierto a todas luces, se mire por donde se mire, es que esta inmigración masiva es indefendible.

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