El Banco de España y España no es un Banco

Nunca he sido, defensor de la Banca, de la Bolsa y el Capital. En cualquier caso, siempre que puedo trato de explicar que los mayores piratas –y no del Caribe- están en este triunvirato. En ellos se asocian eso que llaman la avaricia, la ruina y la miseria, tres sustantivos que avalan (nunca mejor dicho) la plaga que azota a la sociedad actual. De los bancos, (cajas incluidas) que les voy a contar que no sepan, tienen la desvergüenza de presentar ganancias cifradas en miles de millones de euros en un momento en el que muchas familias españolas tratan de subsistir comiendo en casa de su “santa madre” que no tenía bastante con la hija parada, separada y con dos niños. Son los Morgan, Drake  y Barbarroja de estos tiempos, no existe isla donde enterrar este tesoro cada año, ni comprando Australia… Y de la Bolsa mejor no hablar. Este país se va a pique por culpa de unos “especuladores” que venden acciones a porrillo y nos dejan en la ruina más vil de bilis y encima, va mi amigo Juanito (no el presi) y compra acciones de los huevos de Ruiz Mateos, o de los flanes, ¡que se yo!, pá matarlo... Mientras tanto el Capital, o sea, los que le dicen que invierta y compre acciones a mi compañero Juan (que no se apellida Vivas), siguen “exportando” billetes desde Gibraltar y acumulando riqueza en Suiza, vía paraíso fiscal de las Islas Caimán, precisamente, con el dinero sudado por mi colega Juanillo (no el que manda) y que tantos años le ha costado reunir. En definitiva, si esto es lo que nos espera, mi mejor consejo es el de mi vieja: “el dinero en el colchón, que en invierno dá calor”.
Ahora, -cuando más lo necesitamos-, nos dice adiós el Banco de España. Nos abandona. Nos deja un símbolo nacional que los tecnócratas de Madrid despegan de la pared y, como tantos otros , termina en los libros de historia. El Banco de España no es cualquier cosa, es algo más que un banco cualquiera. Es el cajero del Estado. El vigilante del dinero público. Es el ditero de los bancos y cajas, dicho esto, llevarse el Banco de España no es llevarse España, ni mucho menos, (no seamos catetos), el dinero es dinero y, en la actualidad, solo se trata de una transacción por Internet, o sea, que no repercute en cuanto a la liquidez de las entidades bancarias en nuestra ciudad, lo verdaderamente jodido es el significado. ¿Qué sensaciones dá el hecho de llevarse una de las marcas de España de un territorio demasiado sensible con el vecino fronterizo? Ni tan siquiera el hecho de tener un capítulo de operaciones ínfimas supondría un problema “de mantenimiento” para el Estado. Los gobiernos, deben hacer un esfuerzo por mantener las garantías constitucionales, y sin duda alguna,  la territorialidad de España sería una de ellas. Por lo tanto, el Ejecutivo, en su responsabilidad de Estado debe ejercer, cueste lo que cueste, como tal, y no decretar, ni hacer que se decrete, la irresponsabilidad de eliminar los símbolos que identifican a un pueblo, el suyo. Sin duda alguna, el Banco de España representa a todos los españoles, de lo contrario sería el banco de Churriana, de Vejer o de Villalpando. Quizás por ello, y pese a que desaparezca de 43 ciudades más, a nosotros nos afecte sicológicamente y, no olvidemos, que una de las bazas de conquista en los planes militares de cualquier invasor, es la guerra sicológica. Mal hace el Gobierno en no pensar las cosas y las consecuencias de cerrar una Entidad que le costaba 4 euros, por decir algo.
Otro día, en otra ocasión, le dedicaré unas líneas a los “descontroladores”. Esos, –no puedo decir señores-, que le echan muchos güevos a los pobrecitos que tienen que coger un avión, pero que se “jiñan” cuando se les pone la Constitución por delante y a los militares por detrás…Menudas nenazas con su “huelga salvaje” y su “llorera fascistoide”. Si es verdad que van a abrirles expediente disciplinario, que lo hagan, pero con todas sus consecuencias, porque si son capaces, como empleados públicos de desentenderse de  miles de ciudadanos, tienen que serlo para las consecuencias que se derivan de sus actos, y éstos, precisamente, no son los más honestos en los tiempos que corren..¡Y no he hablado de sus sueldos!