He esperado mi tiempo. He dejado pasar los días para detenerme en lo sucedido el pasado sábado, cuando esta ciudad fue escenario de la celebración de diversos actos protagonizados por diferentes culturas. Y todo ello tuvo lugar enmarcado en la normalidad, sin protagonismos mediáticos, sin autoridad que venga a arrebatar el protagonismo al pueblo. Al Idrissi, valiente, sacó de nuevo a la calle a la chavalería arrastrando a los vecinos y recuperando la tradición. Lo hacía por la mañana, dejando espacio a que, ya de tarde, se celebrara el Corpus chico, que también tuvo su oportuno seguimiento. La ciudadanía vivió sus tradiciones sin tener que echar mano de inventivas o de fundaciones sacadas de la manga como sucede con la Crisol de Culturas que, de momento, tan sólo ha servido para darle un sueldo a Fortes y obligarnos a pasar por el aro de lo que supone, de entrada, una indecencia. Porque indecente es crear una Fundación que para seguir existiendo necesita ser subvencionada por la Ciudad, con cargo a los presupuestos de todos. Porque indecente es buscarle una excusa por mor de celebrar unos acontecimientos que están creando, por la cara, un enfrentamiento entre culturas. Y porque indecente es mantener una Fundación basada en la farsa de la convivencia que explota la clase política (ésa no es la que se vive en la calle), y que al final nos va a costar dinero a todos, convirtiéndose en el descalabro al estilo ‘los actos de la Pepa’ (pregunten a Teófila).
Desde que a la clase política le dio por meter las narices en la convivencia lo jodió todo. Si dejara que el pueblo viviera y organizara sus actos a su manera, sin colar a la figurita de marras, todo funcionaría mejor. Pero no, nunca ha sido así, siempre han tenido que aprovecharse del voto. Lo han hecho gobernantes y oposición, sin reparar siquiera en el diabólico juego por ellos explotado bajo falsas promesas o contaminación de los auténticos valores que debieran regir la acción política.
Pero eso no interesa. Aquí se pone en juego la parcela de poder y se transforman actos religiosos en pasarela de políticos que no tienen idea ni del significado de los mismos, pero allá que van con tal de ganarse lo que ellos persiguen.
La convivencia entre culturas, las relaciones buenas o malas entre vecinos se gestan en la calle, celebrando con normalidad las tradiciones, sin que nadie se meta a juzgador, a crítico, a entendido o a maquinador de falsas ideas con tal de sacar partido de las mismas.
Cuánto daño han hecho a este pueblo esos asesores, esos chivatos, esos espías de poca monta con los dimes y diretes sobre unos y otros, con la creación de intereses en torno a la convivencia jugando con los apoyos de todos para ganar intereses de unos. El crisol de culturas está en la calle, déjelo vivir con sus apegos y sus roces, sin querer transformarlo en un negocio que es lo que se está haciendo.
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