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El asunto Benaisa

Una vez calmadas las aguas de la vorágine mediática, resulta interesante analizar con cierta distancia, el revuelo provocado por las declaraciones de Benaisa en RTVCE.    Desde la perspectiva de la competencia entre partidos, al PSOE se le había presentado la oportunidad de poner en un brete a los dos partidos rivales en la ciudad gracias a un solo envite político, oportunidad que no ha desaprovechado. Por un lado acusaba al PP en el gobierno local de permitir, o en el mejor de los casos, de no controlar, los contenidos de las emisiones del ente público, en un asunto tan apreciado electoralmente por los socialistas como es el de la desigualdad de la mujer, y en ese mismo envite, dejar a los pies de los caballos a Caballas (valga la expresión), coalición con la que pugna por una parte del mismo electorado y a la que acusaba de indiferente a las afirmaciones del tal Benaisa. Como respuesta, el PP se mantuvo en un perfil bajo, amparándose en la libertad de expresión y acudiendo a los principios constitucionales, si bien, posteriormente, el delegado del gobierno endureció el discurso, al iniciar una posible vía judicial, en lo que constituía una nueva evidencia de las distintas “sensibilidades” del PP de la ciudad y el de la delegación, en asuntos tan delicados como este.
En cuanto a la coalición Caballas, entró en el juego y por enésima vez, confundió la crítica hacia una persona que manifestaba ciertas opiniones en un medio público, con la crítica a un colectivo, volviendo al recurso del victimismo, adjudicándose la representación del conjunto de los musulmanes ceutíes, y errando además al ofrecer apoyo jurídico a Benaisa. Una maniobra que intento encauzar, posteriormente, acudiendo a declaraciones poco acertadas sobre el perfume de la mujer propia. Pero el daño ya estaba hecho y de nuevo la Coalición aparecía como un ente político en el que el progresismo termina donde empieza la religión, algo que sin duda tendrá un efecto negativo sobre los, cada vez más escasos, votantes no musulmanes de la coalición.
En el ámbito del juego de partidos, el PSOE, sin duda, ha sabido apuntarse un tanto y Caballas, que parecía no ser el objetivo principal, ha resultado la más perjudicada.
En cuanto a la reacción de los ciudadanos y de algunos colectivos, hemos visto de todo, desde la crítica más dura al considerar las palabras del estudioso como una clara vejación a la mujer y a la igualdad, conseguida con esfuerzo en las últimas décadas, hasta aquellos que han diluido las culpas ajenas recurriendo a comparaciones con el pasado católico, en una nueva demostración de ese complejo biempensante que evita la crítica directa y considera a todas las religiones como iguales. Es este un argumento habitual entre los más rigoristas del islam, el acudir a este tipo de comparaciones, tal y como hizo el propio Benaisa, refiriéndose al hiyab y estableciendo un paralelismo con las tocas de las monjas. Esta comparación, malintencionada por falaz, obvia que las monjas son personas consagradas, que el hábito es también un uniforme institucional y que muchas órdenes, ya no llevan toca. El hiyab sin embargo es presentado como una obligación para el conjunto de las mujeres (no existe nada parecido a las monjas en el islam) y uno de sus principales objetivos, según el propio Benaisa, es ocultarla de las miradas de los hombres, ya que el hiyab no es solo el pañuelo que cubre el pelo, es también la ocultación de las formas de la mujer. Larga ha sido la discusión académica sobre si el hiyab era un elemento cultural o religioso, pero Benaisa lo tiene claro: un elemento religioso, cuyo significado es la sumisión a Dios y a los hombres (“para no ser molestadas”) mediante el ocultamiento del cuerpo.
Otras reacciones suscitadas han sido las de sorpresa ante este tipo de predicas que muchos consideraban como algo propio del pasado. Pero Benaisa no hace más que una interpretación del texto sagrado muy habitual en las corrientes rigoristas en auge. Esta sorpresa nace de la ingenuidad de una parte de la sociedad ceutí que vive en un contexto muy secularizado. Para esta parte de la población, la religión es considerada como algo propio del ámbito privado, aunque pueda manifestarse en público, pero no se considera ya fuente de legitimidad ni guía principal de las relaciones sociales. A esto se añade lo que supone en el imaginario colectivo, el costoso triunfo de la mayor revolución del siglo XX, la emancipación de la mujer, que aun intenta superar los discursos sociales diferenciados. Frente a esto, una gran parte de la población islámica ceutí vive en un momento religioso distinto, con un altísimo grado de práctica y donde la religión es considerada como importante o muy importante para el 94%, y además los predicadores de está religión, guste o no, mantiene un discurso diferenciando según el sexo. Dos realidades distintas en un mismo espacio social en el que este tipo de pequeñas crisis se seguirán produciendo e incluso podrán ir en aumento.  
En cuanto a los intentos de justificar el contenido de lo expuesto por Benaisa, estos no han hecho sino agravar la percepción negativa del asunto. El propio Benaisa, en un intento fallido de desmontar las críticas, ha asegurado que sus afirmaciones iban dirigidas solo a las mujeres musulmanas, profundizando así en el discurso diferenciado entre hombres y mujeres, una moral distinta para cada sexo. Pero peor han sido las declaraciones de Maateis al reconocer que este tipo de discursos no deben darse en Europa o América, en lo que no es sino una demostración palpable de que existe un ocultamiento deliberado de lo que verdaderamente piensan estos líderes religiosos, una versión actualizada de la tradicional taqiyya. Y siguiendo la línea de Benaisa, ha profundizado en ese discurso diferenciado por sexos al criticar que se ofrezca trabajo a las mujeres antes que a sus maridos, para terminar parapetándose tras el victimismo y las manidas acusaciones de racismo.
La posibilidad de crítica es sin duda, la gran conquista de las sociedades occidentales. Tras largos siglos de luchas, reformas y cismas, en las sociedades europeas se puede ejercer la crítica a la religión, ya sea sobre sus aspectos doctrinales, su aplicación o sobre aquellos que la predican. No habrá encaje pleno de los musulmanes en las sociedades europeas mientras sus elites religiosas y políticas no acepten este hecho,  mientras ante el menor atisbo de crítica se escuden en el victimismo impostado  y las acusaciones de racismo. Maateis, en un ejercicio de libertad de crítica, hablaba recientemente de los casos de pederastia en la Iglesia; su derecho a la crítica es el mismo que el que podamos ejercer los demás en aquellos aspectos que no nos parezcan adecuados en el islam, en sus aspectos doctrinales o en aquellos que lo predican. Hasta que no entiendan que si ellos puede hacer una crítica, los demás también, la convivencia no será más que mera coexistencia.

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