Categorías: Opinión

El arroyo se hizo viejo

Puede que mi espíritu renazca, o puede que se pierda lo vivido. Puede que el agua que bebemos sea clara, o puede que sea largo el estío. Quien sufre de sed, sufre de olvido. El arroyo del Monte Hacho discurre con la precisión de un reloj extranjero; las lluvias de abril lo tienen bien lleno.
Un día, el sol relampagueó en lo alto y los tiempos se confundieron: Pasaban los años sin nadie, y el arroyo se hacía viejo.
“¿Quién dará de beber entonces al pastor y a sus borregos?”- dice el espíritu del lugar. Entonces medito el final, por si hay solución, por si hay regreso.
Entonces me pongo a soñar: “En el día que se abra el Libro de los Deseos, el agua del arroyo tendrá propiedad mágica, podrán verse los ciegos”.
Claro, que la vida discurre según el prisma con que la miremos: ¿qué fue antes, la ceniza, o es que acaso fue el fuego? La ceniza puede dar vida si la esparcimos por el suelo, o puede causar quebranto si el bosque es el sustento.
Entonces, ideé una leyenda para distraer mi atención. Hablaba de un ser creador, que prefirió nuestros senderos.
Era experto en el dibujo, pero su vista cansada no veía lo de lejos. Sin embargo, en sus cuartillas, el cielo era de azul radiante, y las aguas, de parecidos cristales, brillaban de contento. Le gustaba descansar cerca del río, el rumor nacía en sus oídos.
“¿Qué es aquello que atraviesa el universo sino el gusto por lo bello?” - se decía. Durante años vivió cerca de la corriente, e inmortalizó el pequeño salto de agua, la fuente que lo mantiene, y las piedras engarzadas, donde figura la fecha, en idioma desconocido, en que el líquido elemento se convertiría en líquido dador.
Habría que decir del personaje que se ocultaba entre los matojos, y que cazaba culebras, como el gavilán de los acantilados.
Y fue el primero que caminó por el monte,  por lo que, aparte de dibujante y cazador, era inventor de caminos.
...Pero, habrás notado que falta algo en todo lo que digo... ¿De dónde sacaba los colores  el bendito? Pues del arco iris, de donde si no, que se forma en el horizonte cada vez que ha llovido… ¿Y de dónde sacaba los pliegos? Pues del comerciante Emilio, de quien si no, que pasa por allí como cada solsticio.
Los tiempos se confunden cuando dos luces se encuentran en el camino, no así cuando el Monte Hacho reconoce a sus hijos. La luz lo impregna todo, su aliento es infinito. Las letras son sus pasos, y la historia es su destino.

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