El amanecer de los albores

La sección “Tercio de Quites” se destaca por su nombre taurino y por la habilidad de arrimarse a la realidad con los arreos de la palabra, asumiendo el riesgo de las cornadas de quien no tiene la bravura para aguantar los alfileres de colores de la opinión o de los mansos que sólo embisten contra las tablas escondidas en la soledad de los corrales. Pero son más los perfiles de la sección y, sin duda alguna, la morada que evoca la cofrade primavera, pues así se me dio la palabra en “El Faro” hace una década y llevo a gala mantenerla cuando se acerca la Semana Santa.
El primer viernes de cuaresma abre de nuevo las puertas y con el vuelven a nuestro recuerdo tantos momentos vividos…
Cuando las tardes se alargan, cuando costales y capirotes de los altillos bajan, cuando el reencuentro con los amigos alimenta el alma, cuando la vida se resume en una semana...
Recuerdos que llenan de nostalgia los corazones de quien se crió bajo el amor a Cristo y María, comenzando el rito marcado por los tiempos de ayuno y abstinencia. Tradición que alza el vuelo en cada víspera de Semana Santa, aunque el cofrade supo alargar esos cuarenta días con una precuaresma que en muchos lugares comienza tras la Navidad. Porque la liturgia de las hermandades es única y se fue amoldando a los tiempos, muchas veces incomprendida por la Iglesia (Iglesia que cumple puntualmente, pero pocas veces participa del día a día, una hermandad necesita algo más de un pastor que la aparición puntual y exclusiva en la semana de cultos).
Las casas de hermandad comenzarán a recuperar su pulso en estos días y los cultos se irán sucediendo, colmando los templos de cristianos que quizás no son tan fieles el resto del año, pero conservan a través de la devoción a sus imágenes una cercanía al culto que los mantiene ligados a su fe.
La ilusión se renueva y se llenarán las calles de armazones llenos de kilos para ensayar en el frío de la noche, chicotá tras chicotá por las desiertas calles y siempre soñando con ser los pies de Cristo, dulce mística costalera de quien reza a su manera. Frío agradecido por la recompensa futura llena dicha y de emoción contenida bajo unos faldones. Convivencia entre jóvenes y no tan jóvenes que a las oscuras horas recorren imaginarios itinerarios, siempre con esfuerzo bajo unas andas desnudas de Dios pero repletas de una ardua labor heredada en el tiempo.
Se adivina ya la cercanía, olor a canela, a azahar y a telas limpias del airear de las túnicas esperando su día. Rumor de fechas señaladas, suspiros desesperados de quien ansía una tarde de primavera, corriendo a buscar el sosiego del amor confortante de Dios.
Aurora de sensaciones que irán creciendo conforme se vaya acercando la Semana Santa, jornadas cruciales para ser constante en la difusión de nuestras tradiciones e inculcar esos valores a los más jóvenes. Camino de fe que debe ser apreciado por la Iglesia, pues nuestra forma de manifestar y expresar nuestra devoción no debe ser razón para discriminarnos, sino para ser apreciado en un tiempo donde el compromiso se distingue por mantenerse en el desuso.  Y con paciencia esperaremos, sin prisas, que pronto la primera estará en la calle…