Me voy a ocupar hoy de un tema que sé que es bastante escabroso y no exento de polémica por buena parte de la sociedad: el aborto.
Y es que para mí es una cuestión de principios y de conciencia, aun cuando en modo alguno pretendo estar en posesión de la verdad absoluta, y por eso soy sumamente respetuoso con la opinión de los demás, lo que no es óbice para que exponga y defienda la mía propia como cada uno puede hacer con la suya. Es cierto que el aborto genera muchas opiniones contradictorias. Dentro de su contexto intervienen principios éticos, morales, jurídicos, religiosos, médicos, prácticos, y de salud pública. No pretendo hacer aquí ninguna exposición técnica ni científica de cada uno de ellos, porque no soy experto en la materia; si acaso podría exponer el punto de vista jurídico a la luz de la Constitución, de la sentencia del Tribunal Constitucional nº 53/1985, de 10 de abril y de los principios generales del Derecho Internacional, que creo avalan la postura que defiendo. Pero sólo me voy a ceñir a mis propios argumentos desde el sentido común y de forma razonada.
Sé que no es fácil establecer prioridades entre valores éticos conflictivos, pero sí es necesario reflexionar seriamente sobre la legítima necesidad de proteger, de un lado, los derechos humanos de las mujeres y su autonomía como seres individuales; pero, de otra parte, también hay que defender los derechos del concebido no nacido, porque la vida es el bien más preciado y el más grande de los valores que tenemos los humanos. Si no hay vida, todo lo demás sobra y carece de sentido, porque ni el mismo sentido existe sin ella. Por eso pienso que el aborto es una aberración, un desvío y una iniquidad que tuerce el curso normal de la naturaleza y de la vida misma a costa de hacer desaparecer a un ser humano indefenso. Y todo lo que vaya contra natura creo que no es bueno. No alcanzo a comprender que se pueda negar e impedir nacer a un ser humano que tiene el mismo derecho a venir a la vida que quienes se arrogan el derecho - que no tienen - a negarle la vida misma mediante el aborto. Si los padres de los partidarios del aborto (abuelos del naciturus) hubieran procedido de la misma forma por la que ellos abogan con el aborto, ni siquiera ellos mismos podrían haber nacido, sino que se hubieran quedado en simples desechos humanos triturados por una máquina para ser arrojados a un contenedor de basura.
El ser humano, aunque sea feto, es sencillamente eso, “humano”. La fecundación es portadora de los genes, cromosomas humanos y otros elementos hereditarios, y no puede desarrollarse como algo que no sea un ser humano. La inmensa mayoría de los biólogos atestiguan que la vida fetal es distinta de la vida de la madre, pese a que los dos estén unidos por el cordón umbilical durante el período de gestación. Entonces, creo que no es defendible eso que algunos piensan de que el ser concebido es un trozo del propio de la madre encinta, y que es a ella a quien corresponde poder decidir sobre su propio cuerpo, incluido el ser que lleva dentro. Pero, aun si pudiéramos demostrar que el feto humano no fuera una persona, por el solo hecho de estar en expectativa de serlo ya tendría derecho a vivir. La única forma de tratar esta cuestión consiste en considerar al embrión o feto humano como una persona humana con todos los derechos, sobre todo el de la vida que es el más esencial, y me parece algo horrendo que alguien pretenda quitarle la vida. Pienso que todos los seres humanos son iguales en cuanto a su derecho a vivir, y la edad no nata no confiere a nadie prioridad alguna ni derecho alguno a ser eliminado.
Se alega en favor del aborto el derecho de la madre a decidir (“nosotras parimos, nosotras decidimos”, es su lema). Pero pienso que, por encima del derecho a la libre sexualidad y al goce y disfrute de la misma, debe prevalecer y darse prioridad al derecho a nacer del concebido. Una colisión de derechos, no puede decidirse dando muerte a una persona inocente e indefensa que con el aborto no se hace sino arrebatarle su derecho a la vida. En tal caso, el derecho de cada uno, cede ante el deber de cada uno, y ni uno ni otro han de matarse. La madre no puede exterminar a ninguno de sus hijos nacidos para descargarse de sus diversas responsabilidades. ¿Por qué debería poder hacerlo con el nonato?. Parece absurdo considerar a un niño no nacido como un estorbo o un agresor contra sus padres, quienes por su propio acto voluntario lo engendraron, y creo que ambos deben responsabilizarse de sus propios actos. Ningún moralista desea que los médicos sean remisos en su deber profesional de salvar vidas humanas. El hecho de que el niño nonato no pueda defenderse a sí mismo no significa que su derecho puede ser violado a voluntad de cualquiera. Todo el mundo reconoce la importancia del cariño de los padres en la vida del niño, aun tratándose de un niño no querido por sus padres, ¿es que no hay otra solución nada más que matarlo?. Pongamos más bien la culpa del hecho de que el niño no sea deseado sobre aquellos a quienes corresponde, o sea, a quienes lo concibieron, que deben ser consecuentes con sus propios actos, porque al realizarlos se expusieron al riesgo del embarazo y ambos son responsables del resultado. Tanto si unos padres pueden aprender como si no a experimentar cariño emocional hacia el niño, ambos tienen la obligación de cuidar de él y de mostrarle todo el amor de hijo que sólo por serlo merece. De tener uso de razón, incluso un niño no querido preferiría vivir a ser matado. ¿Quién tiene el derecho de adoptar la decisión por él antes de que nazca?
Si es que hasta los animales irracionales se comportan y actúan con amor materno, sienten la maternidad que les va a llegar. Si son las aves, construyendo de la mejor forma el nido. Y tanto los roedores como otras especies, hasta se arrancan sus propios pelos para prepararles el cubil a la camada que va a nacer y así protegerlos con la mayor ternura y delicadeza, y es que llevan en su interior el instinto natural de la maternidad. A ninguna madre por muy animal irracional que sea se le ocurre matar o ni siquiera abandonar a sus hijos; muy por el contrario, con tal de defenderlos y protegerlos, vivirá pegada a su lado hasta que sus pequeñines puedan habérselas por sí mismo, y son capaces hasta de dar su vida en defensa de sus hijos, y muchas de ellas tratan luego a sus hijos con tanta o mayor delicadeza que los padres humanos que quieren a sus hijos. Paradójicamente, suele ocurrir que muchos de los que son partidarios del aborto son luego férreos defensores del nacimiento de los animales. Que a nadie se le ocurra castrar a los padres para evitar que los hijos nazcan, o hacer objeto de malos trato a cualquier animal, porque enseguida la arman, se manifiestan, recurren a las redes sociales, denuncian, y hasta llegan a llamar “criminal” a quien maltrate a un animal, y con mucha razón se suele protestar para que a los animales que se llevan al matadero tengan la muerte más digna posible. Y creo que hacen muy bien, porque también son seres que, aunque irracionales, tienen derecho a nacer, derecho a vivir, derecho a no ser tratado con crueldad y derecho a tener una muerte digna. Pero, ¿por qué no se ve así el caso del feto humano que va a venir a la vida?. El sacrificio de un perro por razones nacionales de prevención sanitaria, con todo lo dolorosa que es, ¿cómo puede movilizar a más gente que los más de 4.000 muertos por ébola en África?. En una escala de valores la vida humana debe estar por encima de la vida animal, pero si hay quienes no piensan así, al menos que se conceda a las personas el mismo derecho a nacer y a la vida que a los animales. Es lo menos que se puede pedir.
Antes de arrancar a una madre de su seno un trozo de sus propias entrañas, a un ser concebido y que está en formación y desarrollo, creo que debería reflexionarse mucho y pensar en otras soluciones más racionales y más humanas. Por ejemplo, aun suponiendo que pueda haber padres que no deseen tener a sus propios hijos engendrados – que ya de por sí ello supondría una grave irresponsabilidad y una desgracia familiar sin paliativos – llama poderosamente la atención el hecho innegable de que paralelamente a esos padres que prefieren negar la vida a un ser que biológicamente tiene mucho de su naturaleza y mismas propiedades, pues resulta que miles y miles de otros padres van a China, Rusia, África, y hasta el fin del mundo si es necesario, en busca de la paternidad adoptiva, en algunos casos incluso sintiendo el deseo de adoptar hasta niños deficientes físicos o mentales, que eso sí que tiene mérito. Piénsese que en España estamos teniendo una media de cien mil abortos al año, y por otro lado, que también tenemos una de las poblaciones más envejecidas de Europa. ¿Qué va a ser del futuro de nuestro país?. ¿Quiénes van a quedar con vida laboral dentro de 20, 30 ó 40 años?. Pero, cualquiera que sea la solución que pueda adoptarse, habrá de concordar con la moralidad. Y el aborto de ninguna manera constituye la respuesta moral, que es la que nos enseña a hacer el bien y a evitar el mal.
Cuando las madres se deciden a abortar por el motivo que sea, pasados los años, cuando ven a los demás niños que serían de la edad del que ella expulsó mediante tan radical tortura de su seno, muchas terminan luego arrepintiéndose de lo que hicieron, se suelen sentir psicológicamente mal, se dan cuenta de que les nace un cargo de conciencia y también un serio trauma que ya les acompañará durante toda su vida. Por todo ello, por favor, antes de segar la vida de un ser inocente no nacido, reflexionemos seria y responsablemente sobre los efectos perversos y las fatales consecuencias que tal acción comporta y los graves inconvenientes que de ello se derivan.
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