El 23% de los reclusos del Centro Penitenciario se autolesiona, la mayoría causándose cortes

Cae al 12% en el caso de las internas, propensas a arrancarse el pelo. Ellos cumplen condena por atentado contra la autoridad y conducción temeraria, y ellas por violencia.

El 23 por ciento de los reclusos se autolesiona en el Centro Penitenciario de Ceuta, mientras que, en el caso de las mujeres internas en Los Rosales, su cifra cae hasta el 12 por ciento, es decir, la prevalencia es mayor en los hombres. Esta es una de las conclusiones de la Tesis Doctoral ‘Autolesiones en el medio penitenciario’ con la que su autor, Ajaj Ahmadieh Jurdi, obtuvo recientemente el reconocimiento Cum Laude en la Universidad de Extremadura. Un estudio que analiza las autolesiones en esta prisión durante los últimos diez años.  
La muestra tomada por este funcionario del Ministerio del Interior en Ceuta desde hace 15 años comprende a 460 internos –360 hombres y 100 mujeres–, pero también contempla a la población general con la misma proporción de cuestionarios. En este segmento, el 5 por ciento de los ceutíes se lastima así mismo frente al 7 por ciento de féminas, lo cual se traduce en que la incidencia es mayor en mujeres que en hombres en la ciudad autónoma.
Pero, ¿qué es una autolesión? Este miembro del Cuerpo de Facultativos, con destino en Ceuta, la describe como el acto “intencionado” de hacerse daño en los tejidos, “pero sin intención suicida”, puntualizó. El individuo logra “aliviar la tensión que siente, intolerar un estado emocional que no puede ser contenido o expresado de una manera más adaptativa, estar en estado de ansiedad, culpa o despersonalización, en necesidad de estimulación sensorial para regresar a la sociedad”. Una conducta que es “muy frecuente” en las prisiones.
Existe una “infinidad” de autolesiones, “cada día sorprenden con algo nuevo”, valoró el doctor. Por tipos de lesión, el 77 por ciento de los presos se provocan cortes –sobre todo en brazos–; en segundo lugar están los golpes contra objetos, con el 26,5 por ciento y, en tercero, las quemaduras con el 7,2, cerrando las categorías: introducción de cuerpo extraño (6); ingestión de cuerpo extraño (13); arañarse y pellizcarse; así como tirarse y arrancarse el pelo. Mientras que la población reclusa femenina es propensa a tirarse y arrancarse el pelo, con un 50 por ciento de los casos; seguido de arañarse y pellizcarse, con el 41,7 por ciento, situándose muy por detrás del resto.
La prevalencia en la cárcel de Los Rosales “no es menos” que en otros centros peninsulares, pero  por el tipo de delito por el que cumplen condena –contra la salud pública y derechos de los trabajadores, fundamentalmente–, “las cifras disminuyen en comparación con otros sitios”.
En su estudio, comprobó que quienes más se autolesionan son los jóvenes por debajo de los 25 años; las personas impulsivas; quienes se sienten infravalorados; con la autoestima baja; proceden de familias desestructuradas; con antecedentes traumáticos como abusos en la infancia; drogodependientes –consumo de psicofármacos–; déficit de alfabetización emocional o quienes presentan patologías psiquiátricas.   
La población penitenciaria tiene mayor carga de psicopatología, sobre todo, en la escala de la ansiedad y la depresión, aunque también presentan otras enfermedades mentales. “El porcentaje de internos que sufren una patología mental es de un 10 por ciento que, si se acompaña con el trastorno de personalidad, puede llegar al 40 por ciento”, estimó el autor de la Tesis Doctoral.
Aparte de los cuadros psicóticos, la investigación se centra en la “moderada superficial”, es decir, los individuos carecen de “capacidad de comunicación y les es más fácil tolerar el dolor físico que psíquico”. El nivel académico también influye así como la situación socioeconómica del sujeto en cuestión. Cuanto más bajo, mayor riesgo de inducirse autolesiones, “lo cual no significa que no se de en universitarios”.
Ahmadieh Jurdi, que ha sido jefe de los Servicios Médicos del Centro Penitenciario de Ceuta seis o siete años, lamentó la inexistencia de un programa específico de autolesiones. “Saltan todas las alarmas cuando sospechamos el riesgo de suicidio, pero cuando hablamos de estas conductas, no hay protocolo o guía”, precisó quien también fue condecorado con la Medalla de Plata al Mérito Penitenciario en 2010.
“Nuestra intención es llevar a cabo un protocolo de actuación extrapolable a otras prisiones, y no solo eso, sino que sea el principio de una guía en colaboración con Sanidad Penitenciaria e incluso con la Universidad de Extremadura”, adelantó. Además, Ahmadieh Jurdi pretende que el DSM-5 –la biblia de la Psiquiatría– lo incluya como síndrome.
Este integrante del Cuerpo General de Sanidad Penitenciaria explica que la dedicación de este servicio estaba antes más enfocada a las enfermedades infectocontagiosas (tuberculosis, hepatitis, sida...), pero hoy día, no. “La gran asignatura es la Salud Mental”, resaltó.

Otros apuntes

Estado civil
Solteros y casadas recurren a esta válvula de escape
Los internos que más se autolesionan son aquellos que cumplen condena por atentado contra la autoridad, conducción temeraria y son solteros –factor de riesgo–. En el caso de las reclusas, son aquellas que están en prisión por delitos violentos, y las casadas. Los reincidentes son los que más daños se provocan a sí mismos.
Drogas
Alucinógenos, cocaína, heroína y benzodiazepinas
Los drogodependientes también se infligen daños mayores, sobre todo, con el consumo de alucinógenos; benzodiazepinas; cocaína y heroína, estas tres últimas sustancias “por el síndrome de abstinencia”.
Utilización
Llamar la atención o mostrarse como líder
Muchos se autolesionan para llamar la atención; como forma de manipulación; medida de extorsión y para demostrar ante el grupo la figura del líder. El estudio intenta desmitificar a este colectivo.

Agradecimientos

Ajaj Ahmadieh Jurdi agradeció el trabajo de los directores de la tesis: Jesús Ramírez Rodrigo, decano de la Facultad de Ciencias de la Salud de Ceuta; Diego Peral Pacheco, de la Facultad de Medicina de Badajoz; y de Joaquín Ingelmo Fernández, psiquiatra de la Universidad de Badajoz. Tampoco quiso olvidar la ayuda del informático Youssef Betti Daifi y el funcionario Marcelino Rey Bellot. “Detrás de la tesis también hay una familia que me ha apoyado y ha sufrido mucho hasta terminarla, mis hijas y mi mujer”, señaló.

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