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Eduardo Mallea, un escritor marginado (I)

Nacido en Bahía Blanca (Argentina) en 1903, Eduardo Mallea es, indiscutiblemente y pese a pretericiones o ignorancias, una de las figuras cimeras de la literatura hispanoamericana. Su nombre en España, por desgracia, es casi totalmente desconocido: algo injustificable dadas sus muy reconocidas excelencias y el gran tonelaje de su obra.

Rafael Conte, en un lejano artículo titulado “La encrucijada de la novela latinoamericana actual”, tras dejar sentado que lo que se llamó boom fue una operación política y cultural, nucleada en torno a una realidad en aquel entonces nueva –el triunfo de la revolución castrista en Cuba- y el éxito de una serie de obras y de autores que irrumpieron en tromba en el mercado editorial occidental, dice al respecto: “Otros casos hay de escritores más o menos olvidados, a pesar de tratarse de verdaderos precursores del boom. Se aceptan algunos nombres, como los de los peruanos Ciro Alegría y José María Arguedas, el del venezolano Rómulo Gallegos, la novela de la revolución mexicana con Mariano Azuela a la cabeza, el propio Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, o el uruguayo Horacio Quiroga. Pero otros, que asimismo anunciaron con su obra la inminencia del reconocimiento universal, han quedado por completo olvidados, siendo el caso más injusto el del argentino Eduardo Mallea”.
Dámaso Santos, por su parte, en una entrevista que le hizo al autor en Buenos Aires para el suplemento que entonces dirigía, Pueblo Literario, confesaba que para muchos de su generación Mallea fue en los primeros años de nuestra posguerra un escritor apasionante. Uno de los que daban más decisivamente una llamada de atención hacia una nueva literatura hispanoamericana.
Julián Marías, en España –justo es destacarlo-, fue desde muy temprano uno de los más perseverantes y entusiastas panegiristas de la obra del escritor de Bahía Blanca. En su artículo “Eduardo Mallea”, escrito con motivo de la muerte de este, acaecida en 1982, dijo: “Precisamente cuando se inicia la moda de la literatura hispanoamericana –y especialmente de la novela- entra en la zona de silencio el que ha sido probablemente el más grande novelista de América del Sur”.
Ya antes, en otro artículo en el que analizaba esta injustificable preterición, había escrito: “(…) cuando se habla de la nueva literatura hispanoamericana surgen automáticamente unos cuantos nombres, siempre los mismos, acompañados de tres o cuatro más que pueden aparecer  o no”. Los “inevitables”, según él, eran Vargas Llosa, Cortázar, Fuentes, García Márquez (más Neruda cuando se habla de literatura en general y no de novela); los “probables”, Asturias, Carpentier, Rulfo, Sábato y Onetti, que se turnan en las listas. Quedan fuera de ellas algunos de los más valiosos escritores del continente: el caso del venezolano Úslar Pietri, personalmente, lo tengo como el caso más sangrante. Se podrían encontrar a esto explicaciones en algunos casos: tal autor había muerto, otro escribía poco, un tercero ha cultivado más otros géneros y hacía tiempo que no escribía novelas… Marías, después de detenerse en prolijas consideraciones, la única explicación que encontró a aquel olvido fue que  Mallea “nunca se preocupó demasiado de buscar su puesto en una lista, de promocionarse: le bastaba con escribir. Porque esa era su vocación. Mallea es un escritor. No un propagandista, ni un agente, ni un intrigante, ni un funcionario”. Al no haber ingresado en ninguna cofradía que le sirviera de agencia de publicidad, dice Marías en otra parte, “son muchos los que no se enteran. Son hoy legión los que no se enteran de nada que valga la pena”.
Berenguer Carisomo, en su conocido manual Literatura argentina, coincide con Julián Marías a la hora de valorar la obra malleana: “Frente al temor insalvable de juzgar a todo escritor viviente y en producción nos atreveríamos a concluir diciendo  que la obra de Mallea, señera y aislada en su época, sin compromisos con esto o aquello, será, entre las más recientes, una de las pocas que quizá salve indemne y para un futuro lejano esa revisión y descarte operado sin piedad por las nuevas generaciones sobre los antecesores”.
Pese a la solidaridad que siempre mostró hacia él –como cuando le negaron el Premio Nacional de Literatura o cuando fue “degradado” por el gobierno de Perón de bibliotecario a “inspector de aves y conejos en los mercados y ferias municipales”-, nunca llegué a comprender la actitud de Borges hacia el escritor de Bahía Blanca: sus pullitas, remoquetes y gracietas fueron continuas; por ejemplo, la que jugaba con el título de una de sus novelas, que más adelante comento: Todo “lector” perecerá… Por otra parte, las páginas que le dedica a Mallea en El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti una persona tan sensata y ecuánime como Vargas Llosa me resultan igualmente inexplicables.
Idea de la marginación en que se tiene a Mallea la da un hecho: hace unos años le encargué a un amigo que viajó a Argentina que me comprara las Obras completas y algún título suelto del autor que me faltaba. Después de pasarse varios días recorriendo infinidad de librerías de Buenos Aires y La Plata, solo me pudo conseguir dos de estos; además, de segunda mano, en librerías de lance, los restantes en ninguna parte se encontraban. Solo era fácil adquirir Historia de una pasión argentina.
Uno de los mayores placeres que puede tener el aficionado a la lectura, sin dudarlo, es la relectura; y  a ello, de un tiempo a esta parte –sin olvidar títulos hodiernos-, me vengo dedicando. Hoy, para comentarla, he elegido -como no podía ser menos- una obra del autor argentino: Todo verdor perecerá.
Publicada en 1941, junto con Chaves (1953), está considerada una de las mejores obras malleanas, pese a que el autor en una entrevista, preguntado sobre ella con motivo de su reedición por Revista de Occidente dijera que era una “novela de juventud”. En la solapa de esta edición se recogen dos opiniones sobre ella: “Libros como Todo verdor perecerá cuentan entre las más logradas creaciones trágicas de la nueva literatura hispanoamericanas”: Mariano Picón Salas. Y: “Su lectura me ha emocionado sinceramente. No sé de ninguna obra reciente, dentro de la literatura sudamericana, que pueda comparársela”: Stephan Zweig.

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