Opinión

Más dura será la caída

Queridos lectores y escuchantes del CAÑONAZO. Hoy como casi todos los días, en un Bachillerato, unos alumnos, como sigue siendo habitual, me impiden dar clase. Computo horas perdidas invitándoles a callarse, a guardar los móviles, a mantener el respeto hacia los compañeros: nada de nada. Esta mañana después de ponerme como la niña del exorcista delante de los jefes de estudio, los alumnos lo niegan todo. Lo niegan todo con una capacidad de engaño y cinismo que clama al cielo.

También sucede, según sufro en mis propias carnes y sufren en sus carnes casi la totalidad de docentes con los que hablo, la impotencia para ejercer la docencia en condiciones por alumnos disruptivos llenos de partes y expulsiones; empoderados; envalentonados: los de siempre, los habituales. ¿Qué hacer? Dónde acudir?

Estoy tan agotado, tan cansado de esta dinámica, de esta falta de respeto a la comunidad educativa: profesores, equipos directivos desbordados, inspectores que tienen que hacer cumplir la ley, una ley que no nos ampara en estos casos. El legislador legisla en el mundo de Platón y fuera de cualquier realidad cotidiana en las aulas. Olvida bajar a los “bajos fondos” de este tipo de problemas y crean leyes sin tener en cuenta que, como dice el Eclesiastés, “la realidad añade dolor”.

¿Qué hacemos con los chicos y chicas que quieren estudiar en la enseñanza pública y algunos de sus compañeros se lo impiden? ¿ Qué les decimos a sus padres? ¿Cómo argumentamos a los afectados que “es lo que hay”? No es justo que el sistema cierre los ojos y haga dejación de funciones.

Después de 32 años en las aulas en las que he sido de todo: profesor, tutor, miembro del consejo escolar, miembro de tribunales de oposiciones, liberado sindical, miembro de la Junta de Personal Docente, miembro de tribunales de selectividad, interino, funcionario en prácticas, funcionario de carrera, tutor del máster de educación; de todo menos miembro de equipos directivos pues mi actitud crítica y mi naturaleza inconformista no es plato de gusto de los compañeros que deben gestionar el Centro escolar., percibo, ya con 60 años en el cuerpo y con 31 años de docencia que cada vez vamos a más y esto no lo para nadie. He sido testigo de muchas leyes educativas y pienso que obviamos el apoyo al profesorado, al alumnado, a los padres. Encontramos dificultades insuperables cuando tenemos que tolerar a discentes que irán minando nuestra fuerza y nuestra entrega. ¿En qué lugar del bosque colocamos a un “pirómano”? ¿Qué respuesta nos da la ley? La máxima sanción es un cambio de Centro y pasar el problema a otro Centro. ¿No hay forma de gestionar lo expuesto?

Sé que muchos de vosotros pasaréis situaciones similares, no creo ser el único profesor al que le ocurra en toda Ceuta. Hemos aprendido a callarnos para sobrevivir, a guardar silencio, a no levantar la mano en los claustro por miedo a todo. Respiramos miedo por cada uno de nuestros poros.

Nos desahogamos en los pasillos, en la sala de profesores, tomando un café o en cualquier sitio que se tércie. Demasiada terapia de grupo para soportar el dolor anímico y profesional.

Ahí lo dejo. El barco se va a pique. Sólo nos queda tocar el violín mientras que lanzamos un SOS al espacio. Nos conformaremos con un “sálvese quien pueda”.

Queremos crear una sociedad libre, crítica y responsable. Somos una cadena para poner en marcha generaciones futuras; pero la lucha está encaminada a la derrota cuando el organigrama educativo no habla de mecanismos para defendernos ante la adversidad.

Como anécdota, para que esto no tome un carácter dramático, os diré que al implorarle a un alumno que reconociera su actitud arrodillándome ante él, me caí al suelo y me partí un diente; Lo mismo es una metáfora de la vida docente. Ánimo a todos.

El derecho a la educación no puede ser incompatible con el derecho al trabajo, a realizarlo en condiciones dignas y apropiadas. No olvidar que ese derecho a la educación también lo tienen los que quieren estudiar.

Para terminar citar a Sócrates: “Quién conoce el bien, hace el bien, sólo pecan los ignorantes”. Si Sócrates levantara la cabeza...

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