Opinión

El drama de la España vacía que abandona el entorno rural

En los últimos tiempos, la manifestación de la despoblación en España entendida como la disminución masiva de habitantes de una región o ecosistema por causas de defunción, declive o desplazamiento a otros puntos, es un problema estructural de gran calado cuyas consecuencias están siendo demoledoras.
Tanto es así, que taxativamente podríamos estar refiriéndonos a dos Españas bien definidas: Por un lado, la que aglutina a ciudades superpobladas que atañen a superficies urbanas y áreas próximas al mar que gradualmente han ido aumentando; y por otro, las zonas rurales que prácticamente se están quedando desocupadas.
Por tanto, es una evidencia que miles de pueblos padezcan gravísimas dificultades por el éxodo imparable y que una buena parte se hayan valorado como ‘espacios rurales en riesgo de decadencia irreversible’.
Ahora, no es para menos, que calzadas, calles o viales sin circulación; o caminos, paseos y callejuelas totalmente desolados; o mismamente, tiendas, almacenes y establecimientos sin apenas aglomeraciones, podrían escenificar el deleite de los pocos allí residentes, a diferencia de las multitudes y gentíos de las grandes urbes.
Sin embargo, la nostalgia por la mengua de cuántas localidades trasiegan en esta misma línea, ya no es patrimonio exclusivo de los últimos vecinos de aquellos pueblos. La despoblación ha alcanzado límites insospechados en las capitales de comarca y en muchas de las provincias del interior. Una hemorragia poblacional visiblemente significativa que inquieta a tres de cada cinco municipios.
Las justificaciones que se constatan refieren que mientras las capitales se masifican, más de la mitad de la circunscripción española se incluye en el rango de ‘desierto demográfico’.
Indudablemente, ello ha concatenado una serie de efectos para las regiones desfavorecidas, donde los jóvenes con menos márgenes profesionales escapan en desbandada a las ciudades, lo que ciertamente hace intensificar la despoblación. Sin inmiscuir, el colectivo de personas mayores que queda desamparado en los territorios desocupados.
Las sombrías secuelas económicas, sociales, demográficas y medioambientales habidas para el entorno rural, con procedimientos agrarios que proscriben a los agricultores y ganaderos del campo; han de añadirse otros, como la clausura de servicios básicos en pequeñas jurisdicciones como la sanidad y educación; o la no inversión en acciones financieras alternativas; o políticas fiscales que no contemplan los costes adicionales de residir en este contexto.
E incluso, las infraestructuras que conectan con las grandes ciudades que dejan incomunicados a los parajes que transpone, serían algunos de los indicios que mejor encarnan este arduo panorama.
Luego, no me estoy refiriendo a un inconveniente que concierne exclusivamente a los distritos pequeños y que en las últimas décadas se ha agravado, sino que se ha amplificado a metrópolis medias y cabeceras de comarca.
Ahora se divisa el vacío y retraimiento, dos conceptos que parecen haberse fundido en el crisol rural, engarzando historias olvidadas que sollozan y se dejan llevar por la demencia del silencio. Tal vez, aquellas memorias inextinguibles hoy litigan ante la ausencia de ese ruido resonante de niños y niñas, que jugueteaban en bocacalles o callejones; o la vivacidad de las gentes de antaño, que a ritmo atareado prosperaban en faenas de labranza.
O acaso, esas vecinas y vecinos que tomaban parte de las ocupaciones comunitarias o sencillamente, se congregaban al mediodía en tabernas o a las puertas de las casas a la caída de la tarde.
No cabe duda, que muchos de estos rincones han declinado mansamente al estar deshabitándose a marcha imparable, donde muchas vidas han mutado en el sigilo y circunspectas han quedado descarriadas en el horizonte, ante lo que se cree que fueron épocas infinitamente inolvidables.

"Pese a que las realidades no son demasiado halagüeñas para el paisaje rural, este texto pretende denotar el encanto y la fascinación en defensa de lo que es afín con este ambiente. Porque, aunque en ocasiones sea vilipendiado por no cumplir con los patrones que se consideran más fructíferos de la vida cosmopolita, no debería quedar el más mínimo prejuicio, que en la aldea global del siglo XXI este medio y su vertebración social es un espacio de especial relevancia”

Pese a que las realidades no son demasiado halagüeñas para el paisaje rural, este texto pretende denotar el encanto y la fascinación en defensa de lo que es afín con este ambiente. Porque, aunque en ocasiones sea vilipendiado por no cumplir con los patrones que se consideran más fructíferos de la vida cosmopolita, no debería quedar el más mínimo prejuicio, que en la aldea global del siglo XXI este medio y su vertebración social es un espacio de especial relevancia.
Y es que, desde la decrepitud, la identidad rural nos ha proporcionado antiquísimas tradiciones al ser alegre consigo misma, pregonando sus fiestas patronales que han brillado por antonomasia con fuegos artificiales, luces y grupos musicales, que ahí han quedado para el recuerdo.
A día de hoy, de los más de 8.000 municipios que engloba el Reino de España, la mitad con un censo menor a mil habitantes, se encuentran en peligro de desaparición; el resultado más inmediato no puede ser otro, que el de un Estado donde el 93% corresponde a la parcela rural y sobre el que singularmente reside el 20% del conjunto poblacional.
Como inicialmente se ha expuesto, la sobrepoblación en España no pasa de largo en los sectores urbanos y costeros, que es la otra cara de una misma moneda con la que cohabita este país.
España es uno de los estados europeos donde la despoblación severa o en situación de padecerla, crece apresuradamente. Según las cifras manejadas por el Instituto Nacional de Estadística, en las últimas cuatro décadas este país ha experimentado un ascenso poblacional, superando de los 34,2 millones de habitantes en el año 1975 a los 46,9 actuales, lo que representa un crecimiento del 36%.
No obstante, este incremento se ha originado de manera diferencial, lo que ha alterado la división de la población, haciendo que el 90% de los ciudadanos, más de 42 millones se agrupen solamente en el 30% del territorio.
Indiscutiblemente, el resto del 10%, o lo que es igual, algo más de 4,6 millones de personas ocupan el 70% restante, con un encaje que prevalece en los 14 habitantes por kilómetro cuadrado.
Con estos mimbres referenciales, localidades como Soria han visto como la serie histórica de su población activa se ha aminorado más de un 23%; mientras que otras como Madrid, apremiada por la intensificación de la capital y de las ciudades dormitorios que la circunvalan, se ha ampliado un 73%.
Esta fuente de depreciación poblacional se advierte en comarcas que los expertos han calificado como ‘la España vacía’, ejemplos como Zamora, Ávila, Salamanca, León, Burgos, Palencia, Teruel, Segovia, Cuenca, Valladolid, Zaragoza, La Rioja, Cáceres, Huesca y Guadalajara, ponen de manifiesto la seria amenaza de extinción.
Con lo cual, no es novedoso que España se halle inmersa en una mecánica de envejecimiento paulatino, con un dato que lo revela todo: por vez primera desde 1941, existen más fallecimientos que nacimientos, circunstancia desencadenada en 2017. Dinámica que transfiere a un indicativo en el círculo rural: los que ocupan este entorno, son cada vez menos en suma y más longevos en proporción; toda vez, que los jóvenes difícilmente contabilizados con los dedos de una mano, marchan con premura tras la localización de otras posibilidades que los campos ya no les puede ofrecer. En esta tesitura, los registros demográficos de lugares representativos se hacen notar en demarcaciones como Albacete, Jaén o Asturias. Allí, desde el año 2008 al 2018, nueve de sus diez mayores municipios han notado una bajada generalizada en la cantidad de habitantes.
Al compás que estas poblaciones se han comprimido en el total de ocupantes, lo único que en cierta manera parece haber aumentado son los camposantos, reduciéndose tanto las oportunidades como los servicios esenciales. De hecho, el pobre bagaje de niños afincados, lleva aparejado el cierre inmediato de colegios, que al menos requieren un mínimo de seis alumnos para continuar con su ritmo adecuado.
Obviamente, un pueblo sin aulas, acorta considerablemente la afinidad de familias jóvenes con hijos en edad escolar, que desean utilizar los beneficios propios de estar conviviendo en el ámbito rural, porque en última instancia, se acaban descartando los servicios públicos de obligado cumplimiento como la sanidad, la educación o el transporte público.
Conjuntamente a los trastornos habituales del resto de la zona, convergen otros idiosincráticos como la descomposición de las empresas agrícolas, problematizando el establecimiento de cooperativas integradas que puedan superponer más de una Comunidad Autónoma y maniobrar con solidez en la cadena alimentaria.
De la misma forma, nos topamos con movimientos poblacionales influidos por motivos económicos de bajo interés y coligados a materias tradicionales de naturaleza invariable; tales, como el régimen de propiedad de las tierras o el tipo de explotación aplicada y el modo de transferencia patrimonial entre generaciones, que incuestionablemente han llevado a una extrema parcelación o división territorial, induciendo a la falta de espíritu empresarial y capacidades financieras específicas, tanto de los agricultores como de las sociedades agroalimentarias, que análogamente han imposibilitado la evolución en la agricultura y silvicultura.
Automatismo que nos traslada a una sucesión de barreras en términos de discriminación, puesto que en una misma región o comunidad, la acogida de los servicios elementales no es lo mismo para todas aquellas personas; fundamentalmente, pasa a ser más susceptible con respecto a la salud y el bienestar general del colectivo en edad avanzada.
Advertidas algunas de las pinceladas que posteriormente desembocan en la despoblación de un sector rural, el resto de derivaciones se aceleran en un encadenamiento sucesivo que resulta complicado invertir. Ahora bien, la apuesta por la disyuntiva digital, es una inyección que los especialistas creen imprescindibles para la mejora de estas extensiones.
Las nuevas tecnologías de la información se entrevén como una salto cuantitativo y cualitativo, no ya solo por auspiciar la cultura y la gestión empresarial, sino para seducir a quienes prefieran renunciar a la urbe y dar por emprendida otra forma de vida en este medio. Pero, a pesar de los progresos obtenidos, prosigue habiendo una grieta en la distancia en el acceso, uso y apropiación analógica que aparece como vital en la interconexión de la ruralidad con la globalidad.
Lo cierto es que persisten impedimentos y carencias en la cobertura y calidad de las telecomunicaciones, principalmente, en las conexiones de banda ancha; en un menor orden repercute en la cobertura de la telefonía móvil y en los contenidos multimedia de la televisión y la radio.

"El abandono, aislamiento y soledad continúan caminando de la mano inexorable de la despoblación, a menos, que se estimule la vida rural. El tiempo nos referirá si fuimos lo adecuadamente hábiles como para redimir aquella sonrisa y ese eco de cualesquiera de las calles de piedra de tantísimos puntos de España, que hoy por hoy, conviven inmersos en este letargo de insensibilidad”

La España deshabitada coincide con la España digitalmente aislada que está desligada de las infraestructuras, porque diversos territorios padecen daños en el desarrollo de la red viarias y la consecuente incomunicación que ello le atribuye. Es sabido que España ha desplegado una de las principales redes a nivel urbana, provincial, autonómica y estatal de Europa, pero el abandono de estos sitios y la inactividad asociada, los degrada al margen de esta fórmula de bonanza.
Evidentemente, para los que opten por ejercer alguna tarea en el sector servicios y quieran desempeñarlo con la fluidez que demanda, este escenario entorpecería el enlace con las ciudades colindantes. Cuestión razonable, si se tiene en cuenta la escasez de perspectivas laborales para los jóvenes, que más allá del empleo agrario, indagan otras direcciones en lo que a su carrera profesional y laboral se refiere. Por ende, a duras penas podrá hallarse un mercado atrayente; porque donde no hay empresas, no existen resquicios de negocio y la iniciativa privada es fácilmente frágil o ilusoria.
Queramos o no queramos, el paso de dar por desechada la ruralidad en busca de la coyuntura cosmopolita, es un derecho compartido de quien determina realizar un viaje que con toda probabilidad, no tendrá regreso.
Queda patente en estas líneas, la responsabilidad de a quiénes les incumbe tomar las medidas apremiantes y precisas, para al menos detener la hemorragia de la despoblación.
Está claro, que la merma poblacional comporta una depreciación en la estructura rural, donde escasamente se consigna la presencia de habitantes con un irrisorio número de afincados y que lo son en edad avanzada.
Consecuentemente, es inexcusable tender las manos entre los pueblos y ciudades, como también, abrir vínculos entre los elementos asociativos urbanos y rurales, para madurar un nuevo paradigma que reconozca los derechos reglamentados de los contornos de España.
Ante el drama de la España vacía que abandona el entorno rural, es ineludible emanar tendencias de opinión sostenible, cualificadas para reflexionar sobre el ideal de desarrollo, rescatando el pálpito de nuestros pueblos y concienciando a las ciudades sobre los principios de una cultura de sostenibilidad.
Incidiendo que el medio rural comprende el 80% de España y que en el sólo perdura el 20% de la población, es una representación significativamente microscópica con la que sensatamente deberíamos de recapacitar.
No hay nada más descabellado para el devenir del ámbito rural, que la desolación por la despoblación. Una realidad que redunda en un tercio de nuestras comarcas y con particular repercusión en los pueblos que tienen menos de 5.000 habitantes.
La atención y preservación que merece la riqueza natural y el patrimonio en diversidad biológica para las generaciones por venir, nos hace disponer de un escaparate infinito para reavivar, fortalecer y robustecer el mundo rural.
Una biodiversidad que puede y debe valer como uno de los inyectores de desarrollo sostenible del mundo rural, pero para ello, es irremisible concebir que ese tesoro natural, forma parte del desenlace de años de relación mutua entre los hombres con su medio, y por tanto, únicamente es viable conservar si se vivifica apropiadamente el componente humano.
La función verde y la fiscalidad rural, entre los objetivos de la administración estatal, autonómica y local, debe encauzar políticas públicas de repoblación, involucrando el acomodo de zonas deshabitadas o pueblos abandonados total o parcialmente.
Es posible un universo rural dinámico y sostenible en España, percibiendo que la despoblación además de ser un rompecabezas demográfico, es de primer orden político democrático, porque nos emplaza a examinar con minuciosidad su procedimiento a todas luces fracasado; llamado a prosperar en mayores asignaciones de coordinación de base comarcal. Cualquier decisión que se active en cuanto a la despoblación, aún admite un rayo de esperanza, porque el pueblo, villa, aldea o caserío que podemos reconocer como la génesis de nuestras raíces comunes, se revela a sucumbir ante sus problemáticas exclusivas. Siendo indispensable un mayor empuje, inversión y voluntad política para ejecutar gestiones enfocadas a insuflar nuevos aires.
En conclusión: La lucha sin tregua contra la despoblación rural, se libra desde el impulso de destrezas integrales de repoblación, que promovidas desde las administraciones públicas, tienen que contribuir a que esta anomalía razonadamente se detenga.
El abandono, aislamiento y soledad continúan caminando de la mano inexorable de la despoblación, a menos, que se estimule la vida rural. El tiempo nos referirá si fuimos lo adecuadamente hábiles como para redimir aquella sonrisa y ese eco de cualesquiera de las calles de piedra de tantísimos puntos de España, que hoy por hoy, conviven inmersos en este letargo de insensibilidad.

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