Por dentro, el cine se consumía: la humedad, la erosión y distintos actos vandálicos habían hecho mella en las instalaciones durante años. El derrumbe del techo del edificio fue casi una sentencia de muerte para un símbolo de la cultura tangerina. Pero el antiguo cine tendrá una segunda vida gracias a la apuesta del estado y la Wilaya de Tánger: “Casi coincidiendo con el confinamiento provocado por el Covid-19, poco antes, se iniciaron las obras de rehabilitación con un coste aprobado de 4.620.792 dirhams (unos 425.000 euros) y un tiempo estimado de cinco meses”, desgrana Othman-Bentria a El Faro de Ceuta.
Tiempo, dinero y esfuerzo de distintos actores a nivel político, cultural y social para que el ‘Alcázar’, en su segunda vida, pase a ser un centro del séptimo arte de la ciudad, aunque “aún quedan elementos por concretar”, matiza Othman-Bentria. No obstante, lo que sí queda claro es que la rehabilitación del espacio “pasa también por recuperar su carácter popular, su importancia como centro cultural y dinámico de su entorno, y su pluridisciplinariedad”, basada en el cine y centrada sobre todo en el público infantil y juvenil, siendo el lugar tanto de proyecciones como de talleres y otras actividades pedagógicas que conecten con el público local para así convertir el espacio en un elemento acorde a su historia, accesible, “tremendamente vivo” e interesante para el visitante. Si bien “aún quedan elementos por concretar”, prosigue. Pero lo importante, subraya Othman-Bentria, es que a pesar de todo, Tánger “siempre renace”.
El ‘Alcázar’ como parte del puzle del patrimonio “material e inmaterial”, apunta Othman-Bentria, que proteger. Algunos “agoreros”, como les califica, habían vaticinado la “agonía irreversible” del Cine Alcázar hasta poco antes de comenzar las obras. Se llegó a decir que las autoridades pretendían el derrumbe definitivo del inmueble, cuando finalmente lo que ocurrió es que adquirieron la propiedad de los terrenos para protegerlo de manos de posibles especuladores. “Siempre digo que la mejor crítica es la implicación”, añade Othman-Bentria.
El polifacético poeta se hace eco de Alejandro Magno: “Decía que ‘de la conducta de cada uno depende el destino de todos’, creo que no hay una cita que pueda ser más actual en estos ‘tiempos interesantes’ que estamos viviendo y para los tiempos que vamos a vivir tras el coronavirus”.
La cultura permite dar identidad a la gente de un lugar determinado. Que se identifique, en definitiva, con una serie de expresiones artísticas a través de distintas disciplinas.
Pero lo importante, subraya Othman-Bentria, es que a pesar de todo, Tánger “siempre renace, siempre acaba haciéndolo”. Y hacerlo al recuperar el Cine Alcázar, recuperarlo además “para su barrio, para su comunidad, para cada uno de nosotros y de los que nos quieren, es más que una buena noticia, rehabilitar la cultura es apostar por la convivencia”.
Que el 'Alcázar' se recupere es otro de los síntomas que indican que puede ser una oportunidad única para la recuperación de la cultura española dentro de la ciudad. Así, al menos, se manifiesta Javier Rioyo Jambrina, director del Instituto Cervantes de Tánger. Una institución que se prepara para participar de la nueva vida del antiguo cine: "Lo que el Instituto Cervantes pretende es organizar ciclos, encuentros, proyecciones… Nosotros creemos que con el Cervantes contarían en lo que es programación del cine español", augura Rioyo.
Con una comunidad española que llegó a reunir hasta a 30.000 ciudadanos en Tánger, los lugares que recuerdan la presencia española son bastantes. Por eso, Rioyo insiste en que el 'Alcázar' es un pequeño gesto de todo lo que podría llegar a hacerse por recuperar esa identidad deteriorada con el paso del tiempo.
Aunque Rioyo no tuvo la oportunidad de vivir el Cine Alcázar, sí que tiene momentos compartidos con aquella fachada venida a menos: "Yo no lo he conocido: cerró hace 40 años. Cuando voy al Café Colón, en la calle Italia, tengo enfrente el Alcázar mientras tomo un té", describe.
Sucesivas administraciones se han encargado de completar la compra de un espacio en manos privadas. El Estado marroquí consiguió hacerse con los terrenos sobre los que se levanta el ‘Alcázar’ y así, la Wilaya de Tánger es la que pudo preparar una solución para su abandono, “tanto en la búsqueda de expertos como en el desarrollo de la propuesta de rehabilitación, gestión y contenido”.
El proyecto se ha enmarcado dentro de ‘Tanger Métropole’, una iniciativa de las autoridades para la rehabilitación y el embellecimiento general de la ciudad, impulsado por el entonces Wali Mohamed Yacoubi. El actual, Mohamed Mhidia, “ha apostado por una remodelación del espacio exterior e interior que sea lo más fiel posible al original”, detalla Othman-Bentria, cuya familia está íntimamente vinculada con el mundo del arte y la cultura tangerinos.
“En el equipo cultural de la Wilaya destaca Doña Khadija Biari, su responsable, que para ésta y otras acciones del renacer tangerino ha conformado dos grupos de asesoramiento externo en los que participan destacados actores culturales de la ciudad así como representantes de las administraciones encargadas de cada proyecto, que en el caso de la rehabilitación del Cine Alcázar son la propia Wilaya, el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes (destacando la Dirección de Patrimonio de la Delegación de Cultura), la Comune de Tanger (Ayuntamiento) y el APDN, la Agencia para la Promoción y el Desarrollo del Norte, encargada de la obra”.
“Hoy día, aunque cerró en 1993, son muchos los que no olvidan ni a su encargado, el Señor Thami, ni una cifra, 1867, el número de teléfono del Cine Alcázar”, rememora Othman-Bentria. Este cine fue un factor de peso del español que se empezó a usar como “lengua vehicular” en este barrio a mediados de los años 40, gracias al empresario del cine Mimón Cohen. “Decide que todas las películas sean en español, y esa decisión, en una ciudad y en un barrio en los que el español era una lengua vehicular natural y en la que había tanto sefardí y tanto español residente (nacidos, aventureros, expatriados, inmigrantes, de familias mixtas o refugiados tras la Guerra Civil), fue un clamoroso acierto, tanto que, en ocasiones, hasta había reventa de entradas”, detalla el poeta.
Un lugar con un aforo para 700 personas que podían acceder por cualquiera de las dos entradas de que disponía. Una, para los palcos y butacas; otra, la zona general. Estaban separadas por un muro. Vecinos que se acercaban hasta aquí, en la época del cine mudo, para disfrutar de las películas acompañadas por un pianista que iba tocando su partitura, detrás de la pantalla, mientras se proyectaba la película.
Al Cine Alcázar no obstante le salió un competidor en el mismo año de su nacimiento: el gran Teatro Cervantes. Los primeros pasos de los hasta 14 teatros en funcionamiento en la primera mitad del siglo XX, cuando Tánger era ciudad internacional, fueron con el teatro, única forma de ocio en aquella época para unos vecinos cuya ratio de teatros o cines era inusualmente alta.
“En los años siguientes llegó el cinematógrafo a la ciudad con las proyecciones que hacían mi abuelo Abderrahman y su hermano Hamido en el que fue posiblemente el primer cine de África, el Cine Bentria, un pequeño local en la parte más antigua de la medina, Dar Baroud. La profesionalización de las salas de cine llegó con la apertura del Cine Vox, el Capitol y el Cinema American, todos en la medina, lo que provocó que en 1917, los Cohen, artífices de buena parte de todas las salas existentes, transformaran el Cine Alcázar en un espacio cinematográfico, que aparentaba ser mejor negocio y, desde luego, era más moderno, cuestión importante en una ciudad que ama las vanguardias”, desarrolla.
A partir de los años 30 llegaron cines más amplios, incluso con varias salas, como Rex (hoy Cinémathèque Rif), Roxy, Goya o Mauritania, por entonces el Teatro Cervantes hacía también proyecciones. “Pero la popularidad del Alcázar seguía intacta, manteniéndose siempre como uno de los más exitosos”, se apresura a matizar.
“Las primeras carteleras, pintadas en gran formato, y las primeras proyecciones de muchos de estos cines, también del Alcázar, las hacían mi abuelo y su hermano respectivamente, que ya habían cerrado su pequeña sala y habían entrado de lleno a colaborar en la profesionalización de los cines de la ciudad”, concluye Othman-Bentria.
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