Hace ya mucho tiempo que quería escribir unas breves notas por la memoria de personas mayores de Ceuta que he conocido en mi niñez y dejaron una huella de humanidad permanente en mi alma. Una vez, que hace escasos días he terminado la lectura del libro trascendentalista de mi amigo Jose Manuel Pérez Rivera, Arqueología del Alma, no vi mejor momento para dejar constancia de la memoria de estas personas conocidas y queridas por muchos. Francisco Sánchez Cariñanos murió hace algún tiempo y por encontrarme afectado personalmente por una enfermedad no puede atender lo que deseaba hacer desde que me enteré de su fallecimiento por boca de su hijo, mi amigo de la niñez Francisco Javier Sánchez Jiménez. Y ayer mismo se fue el bueno de Antonio de La Rubia Caparrós después de estar más tiempo del que hubiera querido postrado en una cama. Al recordarlos viajo en el tiempo a la Ceuta de mi niñez pues la añoranza comienza en mi época de colegial cuando pasaba diariamente delante de la pequeña y coqueta cafetería Viena que regentaba el mentado Antonio padre de nuestra muy querida amiga Lola y de su hermanos Juan y Chiqui. Tenía un gran corpachón, desgarbado y siempre lo recuerdo rodeado de amigos comentando diversas noticias y tomando café y desayunos con tostadas nuestro clásico alimento mañanero español. Sus ojos azules eran como dos luceros encendidos que miraban desde el interior y la sonrisa tranquilizadora me sentaba muy bien, ahora comprendo porqué me gustaba pasar por allí y hacerle algún recado a mi padre en la misma cafetería. La paz de la hospitalidad y el bienestar es oxigeno para nuestro mundo interior y lo concilia con el exterior por eso estar en la sola presencia de las personas buenas es sanador porque concilia y nos hace sentir bien.

De la misma forma puedo hablar de Francisco Sánchez el padre de mi querido amigo de niñez. Siempre recibiendo con una sonrisa en la boca y motivando nuestra pasión por el futbol y cualquier otro juego que se nos pudiera ocurrir con una improvisada mesa de ping pong o unas chapas en el suelo; tenía una curiosa pasión por los barcos derivada de su trabajo en la empresa Ibarrola de suministros a buques y con sus prismáticos nos enseñaba particularidades de los barcos que se atisbaban desde la balconada de su vivienda. Lo mejor que pudieron hacer nuestros padres y madres de la época era dejarnos en paz jugando en la calle hasta que estábamos rendidos. Cuantas meriendas en casa de mi amigo antes de la carta de libertad para jugar; también me llevo en mi talega vivencial no pocas experiencias en casa de su abuela materna en plena calle Teniente Pacheco. Este lugar es todo un mito de mi niñez pues allí hemos jugado a todo lo que se podía imaginar y también con la propia imaginación en activo hemos utilizado balcones como canastas de baloncesto y portones como porterías y con una tiza y chapas de refrescos hemos organizado la vuelta ciclista a España que tenía que detenerse cada vez que pasaba un coche por la calle. Por aquel entonces, Francisco Sánchez era un gran aficionado al futbol y en varias ocasiones me llevó a ver al Ceuta en directo al Alfonso Murube donde vibré animando al equipo y me gocé tanganas como las de antes por esta o aquella decisión arbitral. Con el padre de Javier tuve contactos más frecuentes hasta hace unos meses pues vivía cerca de mi casa, siempre lo veía con los ojos de mi mundo interior que está decorado con recuerdos entrañables donde este hombre tiene su espacio particular. No obstante, con el padre de Lola, Juan y Chiqui siempre tuve un contacto esporádico pero como he indicado muy gratificante porque irradiaba paz. Tanto Antonio como su mujer Lola han sido padres sacrificados y entregados a los cuidados de hijos y vecinos. Ninguno de estos hombres buenos retozaron en el lodo del poder ni engordaron amontonando dinero fácil sino que como los ejemplos del héroe mítico que sugieren el filósofo Javier Gomá supieron salir del gineceo protector y se enfrentaron al enorme reto de sacar a sus familias adelante. Posiblemente no conocieron mucho sobre el poder de los mitos pero ellos mismos reflejaron de forma modesta pero consistente su particular y privada epopeya de vivir heroicamente para los suyos sin desfallecimiento. Igual que no es necesario recorrer grandes distancias para conectarse con la naturaleza y el cosmos (que tanto repitió y practicó Henry David Thoreau) tampoco se requiere haber luchado en la guerra de Troya para ser un héroe sino seguir la línea que marca la llamada interior de lo humano y de la propia naturaleza que se manifiesta en lo que se ha venido conociendo como el inconsciente colectivo de nuestra especie siguiendo al gran pensador Carl Gustav Jung.


La amistad, hospitalidad y el apoyo mutuo son sinónimos de la bondad que es hermana de la compasión y todas ellas forman un coro que cuando entona su canción interior es para engrandecer y ensanchar nuestras almas. Estos sentimientos reunidos en torno al adaptativo concepto de bondad constituyen uno de los grandes portales por los que sentimos la eternidad en nuestros corazones. Quien ha transitado por estos caminos a pesar de otros déficits vitales ha tenido una vida significativa.

Deseo fervientemente aprovechar estas líneas en memoria de estos dos hombres que partieron hacia su viaje más importante que no es otro que la muerte física y la liberación de su esencia en el infinito desconocido, para hacer una llamada al colectivismo vital al que todos debemos retornar, fortalecernos como seres humanos y ser más plenos y felices. La principal transformación que el nuevo ser humano debe afrontar es la interior para volver a estar en contacto directo con la naturaleza y sentir su palpitar en nuestros corazones. Cuidarnos los unos a los otros y cuidar de la preciada y única biosfera conocida, es decir la de nuestro planeta, es la mejor inversión que podemos hacer a pesar de que no cotice en bolsa. Para ello, abandonar el feroz individualismo que nos separa a los unos de los otros es fundamental y teniendo en cuenta el crecimiento desorbitado de la población humana también una necesidad imperiosa de supervivencia colectiva. Personalmente me siento en deuda con estas personas porque siento y sé que participaron en mi formación humana con su bondad y ejemplo. Avanzar en una nueva organización que supere el modelo familiar no estaría nada mal como planteamiento aunque suene imposible. No todos tenemos porque tener retoños pero si podemos cuidarnos todos entre nosotros ocupando papeles distintos y participando de forma colectiva en el progreso social y no solamente en el alienante individualismo como meta del éxito y en el cansino crecimiento económico sin fin como necesidad vital. Dos mentiras o mitos capitalistas combatibles con mayores dosis de espiritualidad de la buena, con obras y vivencias auténticas que desde mi punto de vista y sin despreciar otras muchas creencias religiosas, explica muy bien las enseñanzas del amplio marco de referencia ético hinduista (sanatana dharma, en los libros de la Federación Hindú de España). Como he comentado en otras ocasiones vivimos en red conectados los unos con los otros y con la invisible pero real unión con la naturaleza y el cosmos. Somos seres trascendentes y estos intentos de positivismo, cientifismo y materialismo despiadado ya han durado demasiado y provocado mucho sufrimiento. No podemos desdeñar las lecciones del pasado ni rechazar las promesas del futuro pero lo que es imposible es huir de nuestra naturaleza y de la llamada interior de nuestra psique porque somos hijos de la diosa madre naturaleza y de ellas salimos y volvemos constantemente.

Compartir los cuidados entre todos es una de las tareas pendientes en este nuevo renacer del ser humano que se espera. Volver a convivir con los vecinos estrechamente y gozar y sufrir con ellos. Además, ellos han proporcionado nuestra formación aportando granitos de arena y somos nosotros los que tenemos que dar continuidad a toda esa obra de progreso social que pusieron en marcha personas como estos dos hombres y sus familias de las que estoy hablando y con la que entiendo que me une cuestiones significativas de la vida. Lazos invisibles pero consistentes y reales pues forman parte de nuestra psique desde siempre y como indica José Manuel, en su precioso nuevo libro, Arqueología del Alma, de nuestro paisaje humano. Por todo lo escrito quiero dejar constancia que hago esto para honrar la memoria de estos hombres que forman parte del paisaje humano de mi niñez.

Quiero volver mi mirada al pasado para recuperar lo importante y humanamente valioso.

Quiero mirar hacia el futuro sin perder de vista de donde vengo teniendo presente a los que hicieron posible mi progreso.

Quiero que sepáis que estoy agradecido por los pequeños gestos cotidianos que a veces pasan desapercibidos pero que no olvido.

Quiero deciros que entrar en vuestras vidas de una forma u otra fue un gran privilegio.

Quiero seguir compartiendo esta amistad con las familias de estos dos hombres buenos.

Quiero llorar con vosotros por vuestros padres perdidos pero también deciros que la muerte se celebra al final de una vida significativa.

Me gustaría concluir este homenaje con unas palabras que escribe José Manuel en su libro y que a mi modo de ver reflejan literariamente el concepto de eternidad “El sol por fin se deja ver y proyecta sobre el mar un ancho reflejo serpenteante que chisporrotea a ambos lados. Quisiera andar por este camino que el sol traza sobre el mar y descubrir hasta donde me lleva. Intuyo que es el camino que une a los hombres y mujeres con la naturaleza. Una senda que se abre sólo al alba y al ocaso para aquellos que aman a la naturaleza y saben valorar su bondad y belleza.

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