No es la primera vez que me refiero al daño que muchos cobardes hacen a través de redes sociales. No tiene límite, se lo aseguro. Ni siquiera se respeta a los niños. Da igual. En el gusto por insultar no hay freno. Y así, en ese mundo virtual, uno saca su peor faceta con comentarios hirientes que otros aplauden, secundando por tanto la burrada inicial hasta acrecentarla. Los perfiles falsos se permiten, proliferan y sirven para ocultar la autoría de lo que uno no se atreve a publicar con nombre y apellidos, conocedor de que su comentario supera todos los límites. Nadie pone barreras a esta situación. Facebook te bloquea imágenes que considera insultantes pero en cambio deja la vía abierta a cualquier tipo de comentario que no pretende generar debate, dar una opinión, ofrecer un punto de vista... sino que solo quiere hacer daño, sin más. ¿Por qué? No lo sé. Dedicarse a sembrar odio y a insultar parece que se ha convertido en el vicio de muchos. Demasiados.
Miren hasta dónde puede llegar la crueldad que hay quienes invierten su tiempo en insultar a un niño de pocos años haciendo daño a su familia. Así, sin más. La mofa, el insulto e incluso el ensañamiento tras una frase o un mensaje se convierte en una auténtica pesadilla para toda una familia. Y esto ha pasado y, me temo, seguirá pasando. Luego, cuando vemos las orejas al lobo, todos nos convertimos en buenas personas preocupadas por la salud de los demás, solidarias, empatizamos con el sufrimiento del otro. Pero pasada la tempestad, vuelve el odio, el insulto, el menosprecio y la auténtica vejación que se puede producir contra un niño porque sí, porque uno quiere, porque desde un perfil falso se hace y se escribe lo que le viene en gana, convirtiendo en menosprecio algo sano.
Dejar de seguir las redes sociales, incluso abandonarlas no es solución. Están ahí y pueden tener un fin positivo importante. Pero hay que buscar medios mucho más duros, medidas contundentes para que esto no se convierta en una cloaca en la que todo cabe, todo sirve, todo hasta insultar a un niño de corta edad porque a uno le viene en gana.
Luego nos llevamos las manos a la cabeza con lo que pasa. Quizá si analizáramos un poco lo que permitimos podríamos salvarnos al menos como sociedad. O, por lo menos, intentarlo.
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