Opinión

Don gregorio y yo

Justo hace un mes cumplí 60. Don Gregorio de la Pinta hoy hizo 98 años. Estábamos tomando un café en la Plaza de los Reyes y mi amigo Pedro Toro, que cuida de él todas las mañanas y algunas tardes, se acordó y llamó a la familia de Don Gregorio. “Que no es su Santo, que es su cumpleaños”.
Algunos familiares pudieron sumarse a la videollamada y felicitarlo. Pedro, que es una persona polifacética, improvisó una fiesta de cinco minutos: abrazos, besos, el cumpleaños feliz, palmas. ¡Qué hoy es tu cumpleaños, abuelo! ¡Que ya tienes los 98! El sonreía mientras leía el periódico y saludaba a la familia como saludan los reyes de España cuando van en loor de multitud.
Yo ya no cumplo más años, aquí estoy, sin saber si es lunes o martes, sin saber lo que comeré hoy, sin saber en qué mes estamos. Así es el farmacéutico más longevo de Ceuta; entre los años cumplidos y entre que le importaba un pepino lo que sucedió ayer y todos los ayeres, siempre sonríe tomando el café, saboreando una cerveza con aceitunas y la despreocupación de no pensar en nada. Se desconecta en modo avión, ve a la gente paseando por la Plaza de los Reyes con una mirada alegre y desapasionada, aunque la alegría y su pasión forman parte de su personalidad.
Don Gregorio nunca habla de su vejez y siempre dice que está estupendamente y que no le dolía nada, mejor dicho, no quería saber sobre el dolor, la vejez, la tristeza y la incertidumbre de lo que le quedaba por vivir. La palabra “importancia” había desaparecido de su vocabulario.
Hace unos días que estoy de médicos: analítica, traumatólogo, oculista y a la espera de una colonoscopia.
Ayer Medín Catoira, el oftalmólogo, me dijo que me estaban aumentando las dioptrías y comenzaban a formarse cataratas.
Salí de la consulta y, por primera vez en mi vida, sabía que me estaba haciendo viejo, aunque no fuera consciente, aunque no contaba que la vejez también nos llega a todos, aunque piense que estaré siempre lúcido sin necesitar a nadie, sin pedir ayuda para hacer las cosas básicas.
Esta semana me salté un paso de cebra y desde el coche me gritaron: ¡Abuelo, lleve cuidado! . Hoy dos alumnos se han ofrecido a llevarme la bolsa de la compra y hace un tiempo que me ceden el asiento en el autobús.
Me despisto, no sé dónde pongo las cosas, busco las gafas que llevo puestas y los alumnos siempre me dicen que para los años que tengo me conservo muy bien.
Me estoy descubriendo en otro cuerpo que no conocía, en otra realidad paralela, en el espejo que no sabe mentir.
Escribo este artículo, hago un envío masivo y casi nadie me contesta, no me echan cuentas. Lo mismo me pasa en el trabajo; mis colegas me escuchan sin oírme, mis jefes me regañan, los chicos me intentan convencer que no están hablando, que no están copiando o que ya les he contado tres veces la misma historia.
Me he caído alguna vez al ir a recoger la caca de mi perra, me han fallado las piernas. Mi barba está poblada de canas, tengo ojeras y comienzan a crecer esas arrugas que me cuesta reconocerlas.

"Ya no me apetece quedar con nadie, es como una tortura la insistencia para que acuda a cualquier evento"

Oigo: “ Señor, usted, ... si necesita ayuda, lleve cuidado a ver si tropieza”, etc .
En septiembre ya me podría jubilar. Todo el mundo me anima a ello, que no lo dude, que si los años que nos quedan...
Ya me noto invisible haga lo que haga. Cuentan conmigo cuando necesitan algo y luego se olvidan de mí hasta cuando lo vuelva a necesitar.
Quedé con una pareja de amigos que cumplían al mismo día y cuando llegamos 14 amigos y compañeros estaban en la mesa para celebrar mi jubilación aunque yo no me iba a jubilar.
Y ahora escribo pensando en mis sesenta años, en mis circunstancias y en el que alguna vez ya no puedo contener el pipí y se me escapan algunas gotas.
Me he comprado unas gafas para ver de cerca y me llegan ofertas para audífonos y compra de un viagra infalible.
También está mañana Renfe me ofreció la tarjeta dorada y un vecino me contó los viajes del IMSERSO.
Carmen Echarri siempre está ocupada cuando pregunto por ella en El Faro para saludarla y llevo tres años para poder compartir un café con ella. Siempre anda ocupada.
Ya no me apetece quedar con nadie, es como una tortura la insistencia para que acuda a cualquier evento.
Cuando acompaño a Don Gregorio a casa de su hija lo cojo del brazo, compramos una barra de pan y bajamos la cuesta.
-Lleven ustedes cuidado a ver si van a caer,¡ En Ceuta se resbala hasta Juan Vivas!
Veo a dos ancianos caminando a paso lento. Hoy, por primera vez me he percatado que el segundo anciano soy yo. Se lo digo a mi perra aunque para ello eso no importa.

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