Es el nombre de un pequeño pajarillo amarillo que canta como los ángeles. Por las mañanas mantenía largas conversaciones con su dueño y amigo, cuando éste se disponía a preparar el desayuno para los nietos. Mientras que él hacía el café, o las tostadas, domingo le llamaba. Su amigo le contestaba. Le volvía a piar, y éste a hablar. Y así un largo rato, hasta que le limpiaba la jaula, le cambiaba el agua y le ponía un nuevo recipiente de alpiste. En ese momento domingo rompía a cantar y emitía maravillosos sonidos que parecían imposibles, proviniendo de un animalito tan pequeño. Pero ese día, domingo estaba triste. Llamaba a su amigo, pero nadie le contestaba. Al otro lado de la casa había mucho alboroto. Unos hombres extraños, con fonendos colgados al acuello atendían a su amigo tendido en el suelo. Un fuerte dolor, seguido de un ligero mareo, lo mantenía postrado. El día anterior, los doctores no supieron diagnosticar la gravedad de lo que le ocurría. Pero él era consciente de que estaba muy enfermo y de que el final se acercaba. Con la serenidad y la entereza que le caracterizaban, me había dicho por teléfono que le dolía mucho la espalda, pero que lo soportaría. Fue la última conversación que tuve con él. Mi madre me contó que ese día se acordó mucho de algunos de sus seres más queridos, ya desaparecidos. Se lo llevaron de urgencia y ya no volvió. Era domingo.
Cómo es posible resumir la larga e intensa vida de una persona en un pequeño artículo como éste. Es difícil. Lo realmente trascendente es que fue un hombre sencillo, bueno y generoso, que no se paró ante las dificultades, con tal de buscar un futuro mejor para él y para los suyos. Fue uno de esos miles de españoles que en los años 60 decidieron buscar fortuna en otro país. Para ello, dejó atrás a su familia y amigos. Se endeudó más allá de sus posibilidades de entonces. Se arriesgó a ser detenido por carecer de “papeles”, como así ocurrió en su primer intento. Se enfrentó a un idioma desconocido. A trabajos duros y agotadores. Durante algún tiempo sobrevivió en condiciones muy penosas. Su soporte fundamental, y casi único, fue la red de apoyo y solidaridad que se estableció entre paisanos. Por eso entiendo ahora las lágrimas que se le cayeron en su funeral a algunos de estos viejos amigos, cuando se acercaron a darme el pésame. Pero nadie puede poner “puertas al campo”. El afán de superación y de buscar un mundo mejor no puede frenarse. Es imposible. Por muchas alambradas y cuchillas asesinas que instales para proteger tu lujosa sociedad. Estos miles de españoles y sus familias, que algún día fueron “clandestinos”, pero que finalmente salieron adelante, son la prueba de ello. Y deberían ser la inspiración para diseñar las políticas de inmigración.
Esta etapa en la vida de millones de emigrantes españoles ha dotado de unas especiales señas de identidad a varias generaciones. Han sido miles de familias que se han visto obligadas a vivir separadas. Padres que no han visto crecer a sus hijos junto a ellos. Hijos que no han podido ser acariciados y protegidos por sus progenitores en algunos momentos importantes de sus primeros años de vida. Como contrapartida, hemos gozado de mejores condiciones económicas y de vida. Y algunos hemos podido acudir a estudiar a determinados colegios, en aquellos momentos imposibles para los hijos de los obreros. La verdadera importancia para la economía española de las remesas que los emigrantes españoles enviaron en forma de divisas, estuvo en que eran reinvertidas directamente por sus titulares, sin intermediarios, creando riqueza inmediata en forma de vivienda, pequeños negocios, educación. Muchos pequeños municipios españoles cambiaron totalmente su situación gracias a ello. Es lo que grupos de investigadores han detectado que ocurre en la actualidad en muchos lugares de África con las remesas de sus emigrantes, y que aportan mucha más al progreso económico que la denominada “ayuda al desarrollo”, que a veces se pierde en tremendas redes clientelares y de corrupción.
Pero también nuestros emigrantes pudieron acceder a unas condiciones laborales mucho más avanzadas. A sistemas de protección muy completos. A pensiones dignas. A sanidad gratuita. A sistemas de educación pública y de calidad. Fue entonces cuando comprendieron la importancia que para el desarrollo de los países tenía lo que se llamaba el Estado de Bienestar. Por eso, muchos de ellos se enrolaron en partidos y sindicatos que defendían estas mejoras. Y han estado pagando sus cuotas sindicales, incluso después de la jubilación. Algunos, jamás han votado, ni votarán, a partidos políticos que propugnen claramente recortes en estos sistemas. No recuerdo ninguna conversación con mi padre que no fuera para defender estos principios. O para compadecerse de los pobres emigrantes que recogían exhaustos en las playas granadinas, o que interceptaban en el Estrecho. Jamás lo he visto mirar de mala manera a ningún emigrante que se pusiera en la calle a vender productos encima de una manta. Todo lo más, una exclamación: ¡pobrecillo!. Como tampoco nunca se ha creído el cuento de que los emigrantes son delincuentes.
En momentos como estos, suelen venirte a la mente decenas de recuerdos. De momentos felices que pasaste junto a un ser querido. Pero estos los dejo para la intimidad. Por ahora, quede mi reconocimiento y agradecimiento a una persona que lo dio todo por sus seres queridos. Mi forma de ser. Mi afán por superarme. Por estudiar y conocer. Por viajar y descubrir nuevas cosas. Por defender y buscar un mundo mejor. Son parte de sus enseñanzas. Por ello le estoy profundamente agradecido. No sé dónde estará en este momento. Conforme a sus creencias, será en un lugar maravilloso, desde el que nos estará contemplando y ayudando. De ser así, estará feliz de ver a su familia que lo recuerda con admiración y cariño. Pero también de oír a su amigo domingo, que ha vuelto a cantar. Descansa en paz, padre mío.
No sé dónde estará en este momento. Conforme a sus creencias, será en un lugar maravilloso, desde el que nos estará contemplando y ayudando. De ser así, estará feliz de ver a su familia que lo recuerda con admiración y cariño. Pero también de oír a su amigo domingo, que ha vuelto a cantar. Descansa en paz, padre mío.
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