Opinión

Dolores Escacena, viuda de Sánchez Prado, detenida en Sevilla

Dolores Escacena, no podía, pese al cariño de numerosos conciudadanos, continuar por más tiempo en Ceuta y cruzarse en la calle con personajes que se sumaron al golpe y contribuyeron al asesinato de su marido, el doctor y alcalde Sánchez Prado.
La tragedia para su familia comenzó en la noche del 17 de julio, su marido se encontraba en la alcaldía. Comenzó a recibir llamadas manifestándole que las tropas se habían sublevado en Melilla y que en Ceuta pasaría lo mismo. Le propusieron que se marchara a Tánger, a lo que contestó que su sitio estaba junto a los defensores de la legalidad vigente y no podía dejar al pueblo que tanto confiaba en él.
Con las primeras horas del 5 de septiembre de 1936, su marido sería pasado por las armas junto a su secretario particular en el ayuntamiento, Adolfo de la Torre Guillen y los vecinos de la barriada del Sarchal, Ángel Guijo Higüero y Fidel Vélez Roldán.
Dolores, pese a ser una mujer joven, con tan solo cuarenta años, tiene cuatro hijos a los que sacar adelante. A los pocos meses salió de Ceuta y se marchó al pueblo sevillano de Herrera, donde le unían muchos lazos sentimentales. Dejaba atrás doce años felices de vivencias en la ciudad. Años que vivieron arropados por un pueblo que les querían y les admiraban. Le acompañó en este traslado su cuñado Bernardo Rizo. A Dolores le ofrecieron regentar una pensión en Sevilla y con ello conseguir sacar a la familia adelante.
La situación económica en la que quedó era muy angustiosa, ya vimos en el consejo de guerra a su marido que apenas tenían 19,50 pesetas en el banco y ninguna propiedad. En abril de 1937 ya estaba en la capital hispalense y la casa de huéspedes estaba en la calle Dalía. Parece que las cosas podrían enderezarse, a pesar del drama vivido. Incluso su hija Carmen, de veinte años, consiguió trabajo en el diario El Correo de Andalucía, aunque estuvo muy poco tiempo, ya que al tener conocimiento la empresa del pasado de su padre sería despedida.
Dolores Escacena fue una mujer fuerte con personalidad y llena de recuerdos. Se trasladó a Madrid donde vivió junto a su familia sus últimos años, falleciendo el 16 de febrero de 1993. La inhumación se produjo al día siguiente en el cementerio de La Almudena.
Tendríamos que echar la vista atrás y situarnos en esa aciaga tarde, del 17 de julio de 1936, y recordar los tristes acontecimientos vividos por el alcalde. Sobre las 17,00 horas llamó al delegado del Gobierno, (en la actual plaza de los Reyes), para interesarse sobre estas alarmantes noticias. Le contestó que sobre las 17,00 horas le llamó el jefe del Gobierno y ministro de la Guerra, Casares Quiroga, informándole de los sucesos que se estaban dando en Melilla.
Le contestó que la situación en Ceuta era normal, como una tarde cualquiera de verano. Los acontecimientos se están precipitando y el alcalde, ante las noticias que le van llegando, decide hablar personalmente con el delegado del Gobierno. Este le tranquilizó, explicándole que ya se habían tomado las medidas oportunas y que las tropas sublevadas en Melilla serían en pocas horas derrotadas.
Dolores Escacena, estaba constantemente hablando por teléfono con él. Le tranquilizó argumentando que en pocas horas se detendrá el golpe militar de Melilla. Su marido, además de no abandonar la ciudad, presidió una sesión municipal que ya estaba prevista desde hace días. Con ello busca tranquilizar a los ceutíes ante el temor de que pasara lo mismo que en Melilla. A las siete de la tarde comenzó la sesión con una reducida asistencia de concejales: Moisés Benhamú, de Unión Republicana; Luis García, independiente; los miembros del PSOE Valentín Reyes, José Lendínez, Manuel Pascual, David Valverde y Antonio Becerra; del Partido Comunista Antonio Berrocal y Sertorio Martínez, y Juan Arroyo de Izquierda Republicana.

Dolores salió de Ceuta

Retrato de Sánchez Prado.
En su casa (frente a la Iglesia de Los Remedios), atemorizados, su mujer y sus hijos, escuchando Radio Ceuta, que desde media noche solo emitía música militar. En plena madrugada del 18 de julio fue sacado de su vivienda esposado. Tras despedirse de su mujer Dolores y de sus cuatro hijos les manifiesta que, en unas horas, cuando todo se aclare, estaría de vuelta, que no se preocuparan por él, y tras besarlos lo bajaron a empujones por la escalera. A su familia le quedó en el eco de la noche la esperanza de una vuelta a casa, pero solo tuvieron el ruido de la muerte, sin explicación. Fue introducido en un vehículo militar que esperaba en la puerta. Dentro estaba ya detenido Isaac Medina, que vivía frente a su casa, en el patio Marcos Medina. Fueron llevados a la comisaría de policía y posteriormente a la prisión de García Aldave. Dolores, temía, que cualquier noche, podían sacarlo de la prisión y ejecutarlo en cualquier descampado. El alcalde continúa en la prisión y está comprobando cómo los barracones que hacen las veces de cárceles se están llenando de compañeros de la política, sindicalistas y amigos que corren su misma suerte. Dolores, al tener cuatro niños pequeños, no podía desplazarse a llevarle la ropa, comida y cartas. Al alcalde, en el silencio de la noche, le llegaban los trágicos ecos de los disparos, en la cercana «Curva de las viudas». Muchas de estas ejecuciones se realizaban mientras los detenidos eran trasladados a la prisión de García Aldave.

Dolores y su hija, encarceladas en 1939

Carmen hija de Dolores y Sánchez Prado (Archivo: Familia Sánchez Prado).
Dolores Escacena, tras salir de Ceuta, llegó a Sevilla, comenzó a contactar con otros represaliados. La policía la vigilaba porque sospechaban de sus reuniones y le seguía de cerca, pero lo que más deseaba era detener a la cúpula de la resistencia al franquismo. La brigada policial urdió un plan para hacer que Dolores les llevara sin saberlo a los dirigentes.
Y así fue como en la mañana del 3 de noviembre de 1938 se presenta en su casa una joven con una carta escrita por la socialista Emilia Tovar dirigida a ella, donde le explica que se encuentra en la cárcel de Granada.
En dicha carta le pide que ayude a la mujer de Sanchez Prado, esta joven por estar perseguida y con el deseo de combatir contra el régimen de Franco. Su hija Carmen, consciente de la barbarie cometido a su padre en Ceuta, le insiste en ayudarla siempre que su madre se lo permita. Tras la aprobación le comenta que no se preocupará, que le presentará a un enlace del Partido Comunista en el periódico donde ella trabaja. La agente Ochoa desea introducirse en la cúpula y conseguir todos los nombres. Convence a la hija de Sánchez Prado, Carmen, para que le presente a José Fernández, del diario El Correo de Andalucía, y este le lleve al partido.
La agente Ochoa está comprobando que su tiempo se le agota y que debe venir a Sevilla para que despeje todas las incógnitas que se estaban dando. En realidad, era el agente policial nº 289. La maquinaria represiva se puso en marcha y son cientos los detenidos en Sevilla. El 28 de junio de 1939 la policía se persona en la pensión de Dolores Escacena y la detienen junto a su hija, a la cárcel.
Nuevamente, Dolores recordaría a lo pasado en Ceuta con su marido fusilado. Celebrándose el 12 de agosto de 1936, tras casi un mes detenido, comenzó el consejo de guerra. Una de las acusaciones en las que se basaron para su detención y posterior condena fue una supuesta carta que aporta el fiscal militar y que se encontró en uno de los cajones de la Delegación del Gobierno.

"El 3 de noviembre de 1938 se presenta en su casa una joven con una carta escrita por la socialista Emilia Tovar dirigida a ella, donde le explica que se encuentra en la cárcel de Granada"

Manifiesta que un ciudadano anónimo – del que ya he escrito- acusaba al alcalde de comunista y de visitar la barriada del Sarchal para hablar con los miembros de su partido. Otra de las acusaciones de esa carta fue la ayuda que prestó el alcalde al diputado socialista Martínez Pedroso.
Pero, sobre todo, se centra en un homenaje que le realizaron los vecinos de la barriada del Sarchal a primeros de mayo de 1936. Según mis deducciones e investigaciones, esta carta tiene el sello de un vecino de la barriada que en otras ocasiones interviene en varios consejos de guerra acusando de comunista y «peligroso» a todo aquel vecino que no comulgara con sus ideas ultraconservadoras.
Parece poco probable que dada la buena sintonía del alcalde con el delegado del Gobierno ese escrito permaneciera desde junio en un cajón. La carta poca influencia tuvo en el consejo de guerra, él intuía que estaba condenado a ser fusilado por sus ideas y liderazgo en la izquierda republicana ceutí.
Con estos consejos de guerra, los sublevados querían dotar de legalidad y, en cierta medida, legitimidad la violencia ejercida. Era el modo de trasladar a la realidad el sentimiento de superioridad moral, de «necesidad» del «Alzamiento», donde el apoyo de la Iglesia católica tuvo un peso determinante.
Las acusaciones contra el alcalde se centraron en sus actividades políticas y sus continuas visitas a la barriada del Sarchal, lugar considerado por los sublevados como centro de marxistas, cenetistas y libertarios, donde todo el vecindario apoyó la candidatura del Frente Popular en febrero de 1936. Tras el golpe, las fuerzas reaccionarias desencadenaron una feroz represión contra estos vecinos.

La hija de Dolores con duras penurias

Cárcel de Sevilla.
Tras llevar en la cárcel, Dolores y Carmen, el 20 de abril de 1946, su hija falleció debido a las penurias pasadas en la cárcel, por corazón. En su celda, las noches se hacían demasiado largas. Era una oportunidad para que grupos de fascistas visitaran los centros de detención y sacaran a pasear a los presos con la excusa de que iban a ser trasladados a comisaría a declarar. Con estas visitas era la otra forma de represión, la psicológica. Con el chirriar de las cancelas, el descorrer de los cerrojos o los pasos de los ejecutores hacía presagiar la inminencia de una saca y la posibilidad de que fuera elegido. Se le notifica la causa de su detención: «rebelión y sedición». Esta acusación era la habitual en ellas los procedimientos sumarísimos, que la legislación fijaba como fórmula ocasional, se convirtieron, sin embargo, en la única fórmula empleada por los tribunales militares para juzgar los «delitos» de los que no eran adictos al nuevo régimen. Amparados en la más absoluta impunidad y parapetados tras la vía jurídica no dudaron en acusar y condenar de adhesión a la rebelión. Daba igual que las acusaciones realizadas se refirieran a asesinatos, pertenencia a organizaciones políticas o sindicales. El secretario del fiscal militar le manifiesta que tiene tres días para presentar al auditor de Guerra la revocación de su procedimiento.

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