Opinión

Docentes multifunción: un docente para todo, todo para un docente

Hace poco más de mes y medio comenzó el curso escolar 22/23, con una nueva ley (otra más, y van… e irán), la LOMLOE, de la que poco o nada sabemos salvo una nomenclatura básica que la Dirección Provincial tuvo a bien enviarnos no hace mucho por correo electrónico (menos mal), pero que asumimos abandonados a nuestra suerte, completamente solos, sin una preparación, sin una información, sin una explicación ni profundización en torno a la misma, con la publicación del currículo de Primaria nada menos que a finales de agosto, apenas unos días antes del comienzo del curso. Maravilloso.

Y empezamos como siempre: con pocos días para preparar las clases y bajo la vigilancia oportuna de la Inspección (más bien fiscalización, registro mediante) en torno a los apoyos que hacemos los docentes en otras clases al alumnado con necesidades educativas, veinticinco horas lectivas sobre veinticinco horas (vaya a ser que nos tomemos alguna hora libre, yo qué sé, para hacer yoga), con la angustia de que no te da tiempo de revisar ni corregir los cuadernos de tus alumnos y alumnas; preparar las programaciones diarias, el material, los controles, las fotocopias, unas clases ricas preñadas de esa calidad que tanto reclaman las leyes educativas de antes, de ahora y de después. Se hace la trampa desde la Administración de contar horas y no recursos humanos: “Con los docentes de que disponéis, vais sobrados”. Y no, no vamos sobrados. En absoluto. Los docentes de los centros somos esos recursos que la Administración debería contratar (como ocurre en otros países, ya saben cuáles) y no lo hace para ahorrar dinero (o porque no lo hay) y porque nos consideran trabajadores multifunción, como las impresoras. En resumidas cuentas: Un docente para todo, todo para un docente.

Con las horas de dedicación exclusiva al centro (reuniones individuales con padres, coordinación con tus compañeros/as, preparación de material, corrección...), no tenemos ni para empezar. El fracaso escolar no se resuelve con los docentes trabajando 25/25 sencillamente porque no das abastos. Te volverán a decir los de arriba que “Tenéis una serie de horas para trabajar en casa que se os pagan también”, pero nada más lejos de la realidad: unas horas diarias en casa no te dan para preparar los controles y corregirlos después (se os olvida que muchos docentes pasamos de las fichitas y controles cutres diseñados por las editoriales y los confeccionamos nosotros); las actividades, las programaciones, la preparación de las clases, rellenar actas, cumplimentar registros… y la corrección de libretas, que no te puedes llevar a casa a diario ni cada equis tiempo porque simplemente es un peso muerto real añadido que acabará por echarte abajo la espalda tarde o temprano. Se nos exige cumplir con la legalidad, pero si la legalidad salta por los aires realizando las tareas multifunción que te asignan, amén -cómo no- de las burocráticas (consistentes, entre otras cosas, en rellenar actas de y para todo lo que sea y que van a resolver los problemas de la educación, ¡qué risa floja!), resulta que deberías estar literalmente todo el día viviendo para el trabajo, ¡con lo bien que vivimos los docentes y las “peaso” vacaciones que tenemos!

“Tengo clarísimo que mis alumnos y alumnas son lo primero y a ellos me debo, que no son pocos precisamente y cuya ratio, casualidad, tampoco cumple con la legalidad, esa misma que nos exigen solo a nosotros”

Nuestro alumnado no se merece la presión a la que estamos sometidos, el estrés que nos supone tutorizarlos o, en el caso de los especialistas, dar sus materias, además de atender a apoyos sin descanso; y papeles, papeles y más papeles (porque, claro, quizás no se fían de nosotros) mientras ellos pasan de puntilla sobre ilegalidades evidentes (para empezar, echar más horas en casa de las que te pagan porque no te queda más remedio si quieres atender con la dignidad, el respeto, la profesionalidad y la responsabilidad que merecen tus alumnos y alumnas).

Y… ¿Qué hay de la “competencia digital” que estimula la LOMLOE y, con ella, Europa? En muchas clases, la pizarra digital no sirve ni para proyectar (vaya, que el alumnado puede acabar mareado viendo temblequear los vídeos ilustrativos y actividades convertidas en una auténtica tortura visual), con el sonido que se acopla sin solución; sin la funcionalidad de ser táctil cuando hace muchos años, siendo jovencita, lo era. Pero hay más: ¿saben los de arriba, aquellos que nos exigen trabajar 25/25 y papeles y más papeles para solucionar el fracaso escolar de una realidad compleja, caleidoscópica, muy específica de esta ciudad, que las paredes de mi aula se caen literalmente de mierda (siento emplear una palabra tan poco educativa y malsonante, pero utilizar otra distinta sería “blanquear” la realidad) porque lleva años sin pintarse? ¿Saben los de arriba que un enorme trozo de papel continuo tapa más de media pared de mi aula debido a una gran mancha de humedad que convertía el clima emocional-ambiental de clase en una caverna lúgubre y que, como docente, me daba incluso vergüenza que vieran los padres a los que citaba? ¿Saben, intuyen, notan los de arriba el estrés, el cansancio, los rostros de los docentes al final de cada jornada -no digamos ya un viernes- que no tienen tiempo ni para establecer un ambiente laboral sano y en condiciones que intentamos no transmitir al alumnado, disimulando? Deténganse en todo esto porque no va a llevar a una educación de calidad: todo lo contrario. Este atracón solo puede llevar, por hartazgo físico y psicológico, a la rutina y a una mecánica funcionarial en el sentido más siniestro del término. Por supuesto, mención especial para los equipos directivos, que hacen lo que pueden (más de lo que pueden).

"Nuestro alumnado no se merece la presión a la que estamos sometidos, el estrés que nos supone tutorizarlos o, en el caso de los especialistas, dar sus materias, además de atender a apoyos sin descanso"

Inclusión. ¿Qué inclusión? Preciosa palabra, maravillosa declaración de intenciones que queda muy bonita y bien reflejada por escrito a nivel legislativo y propositivo… pero se da de bruces, al menos en ciertos aspectos muy duros, contra la realidad. Me recuerda a aquel tema de Luis Eduardo Aute, Va como va: “Arte, poesía, belleza, ¡qué extrañas palabras! ¿Serán un conjuro? Hoy cualquier cerdo es capaz de quemar el Edén por cobrar un seguro”. A eso suena la inclusión. Como docente, como cualquier docente, está fuera de dudas la defensa de la inclusión en las aulas porque los seres humanos somos diversos y necesitamos respuestas y soluciones a nuestras necesidades. Lo contrario, sería una aberración. Creemos en la inclusión, pero para ello hacen falta recursos y, amigos, amigas, los recursos somos una vez más los docentes de los centros. ¿Es inclusión sacar al alumnado del espectro autista más severo y menos adaptativo de sus aulas específicas TEA en las horas de diversas áreas? No, no lo es, al menos tal y como está planteado. Vaya por delante lo triste, lo injusto, lo duro que resulta para sus padres y el derecho que, efectivamente, tienen a una inclusión real, con dignidad, no parcheada. Este alumnado severo no se comunica, no entiende el lenguaje y es imprevisible: tan pronto está tranquilo como estalla en cualquier momento. En un centro ordinario, se suman en esas horas a su grupo de referencia, junto a sus iguales, apoyados por un docente del colegio mientras el maestro/a correspondiente da su clase. Pese a que se intenta que realicen sus actividades adaptadas, se autolesionan, gritan, se tiran al suelo de forma repetitiva, se echan a la boca lo primero que pillan, tumban su mesa o arrasan con todo lo que hay en ella, intentan dar bocados o arañazos o los dan directamente ya sea al docente o a un compañero o compañera que tengan cerca; se levantan; hay que ir tras ellos; no aguantan esa actividad adaptada más allá de unos minutos. ¿Es esto inclusión? Quizás lo sea para este alumnado, pero… ¿qué hay de los otros veinticuatro entonces? La sesión de clase se interrumpe mientras ves los rostros desencajados, estupefactos y temerosos de sus compañeros y compañeras, de sus iguales, mientras que para el Tutor o Tutora, para el especialista de turno o para el maestro/a que lo apoya supone impotencia y dolor ante lo que le ocurre a ese chiquillo, y desesperación porque no puede remediar tanto la situación particular del alumno/a TEA como la general del grupo-clase… y porque no somos especialistas en estas lindes ni nadie nos ha enseñado ni preparado para atenderlos como se merecen (no, no sirven ni de lejos las directrices generales que nos dan, con la mejor voluntad, los compañeros y compañeras que se encargan de ellos en aulas especializadas). Los docentes que en ese momento se encuentran en esa clase dejan de tener ojos para todos y se centran en la situación problemática que ocurre, sin que en ocasiones el concurso de varias personas pueda consolarlo o reconducir la situación. Se necesitan recursos humanos en este tema para trabajar con estos alumnos si se quiere una inclusión realmente efectiva, bajar a la realidad, engullirla. Se necesita que la Administración sea consciente de que, tal y como ahora se lleva a cabo, es un parche caótico que nada soluciona.

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"El fracaso escolar no se resuelve con los docentes trabajando 25/25 sencillamente porque no das abastos"

¿Dónde está la figura del “maestro sombra”? ¿Cómo puede ser que este alumnado sea apoyado por varios docentes al salir de su aula específica cuando debería tener solo uno y no varias “sombras” que lo desubiquen, desconsuelen y afecten aún más? Nuevamente, la clave para el Ministerio es ahorrarse dinero y recursos humanos especializados y, por supuesto, darnos una vuelta de tuerca más a nosotros, “que para eso estamos”. Y no, porque también se necesita un buen número de cuidadores y cuidadoras, esos mismos que el Ministerio no contrata (y esa es otra: los docentes realizamos con este alumnado tareas propias de cuidadores, donde lo pedagógico brilla por su ausencia). Créanme, muchos acabamos llorando tras estas sesiones, temblando, nerviosos, derrotados y, en ciertos casos, aliviados con un tranquilizante… y luego vuelta a tu aula, con tus alumnos, a dar tus clases como si nada hubiera ocurrido. Por cierto, una segunda y última mención especial: Las maestras y maestros de la etapa de Educación Infantil, auténticos y solitarios héroes cuya situación deja en mera anécdota todo lo redactado anteriormente, podrían escribir al respecto no un largo artículo como este, sino llenar varios periódicos. Es desolador.

Por supuesto, no quisiera olvidarme de los sindicatos, que siempre al comienzo de curso reparten calendarios escolares arreglalotodo con la mejor de las sonrisas y que, posteriormente, parecen preferir centrarse en tareas propias de una gestoría al uso, como rellenar instancias para el concurso de traslados, de oposiciones, para listas de interinos o para reclamar décimas y centésimas en lugar de batallar por los problemas laborales (que devienen en auténticos problemas de salud laboral), déficits y abusos de la Administración para señalarlos, denunciarlos y reivindicar soluciones al respecto con las oportunas medidas y movilizaciones que puedan tomarse, esos mismos sindicatos que nos preguntan cuando nos visitan “¿Qué tal va todo?” o “¿Tenéis algún problema?” y cuyas respuestas que reciben no servirán de nada salvo para que uno se desahogue… pero no para velar por los trabajadores y trabajadoras, para defenderlos, tal y como les corresponde. El tablón sindical de las salas de profesores se muere de pena: ni un solo escrito o reclamo. Ni una reunión con los claustros para escucharlos y movilizarlos. Parece que aquí no pasa nada. Y pasa. En ese sentido, ante tanto desamparo, estresados, agotados, también los docentes deberíamos dejar de quejarnos entre nosotros y hacer frente, unidos, a todo lo que se nos exige y que acaban desbordándonos e, incluso, creando mal clima entre nosotros (divide y vencerás).

Finalizo ya, no sin antes decirle a quien corresponda que no me haga elegir entre mi alumnado, su dignidad, su necesidad de atención, de revisión, de corrección, de aprender, de revisar sus producciones personales, de ser ciudadanos competentes (el día a día del aula, en una palabra) y las legalidades con las que nos azuzan desde la lejanía: tengo clarísimo que mis alumnos y alumnas son lo primero y a ellos me debo, que no son pocos precisamente y cuya ratio, casualidad, tampoco cumple con la legalidad, esa misma que nos exigen solo a nosotros.

Un docente liendres que vive muy bien, con muchas vacaciones.

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