Ya llevo treinta años en el oficio de enseñar. Me apasiona este trabajo que tantas veces pasa desapercibido en una sociedad materializada por conseguir buenos resultados académicos sin darse cuenta del valor fundamental: " la educación integral, el pensamiento crítico, la creatividad, la participación y tantos otros aspectos que no constan en las programaciones, en los currículos o en las calificaciones de los alumnos y alumnas a la hora de evaluar".
¿ Quiénes son los encargados de esta tarea invisible? ¿ Cómo conseguir esa motivación que sea capaz de extraer la personalidad oculta y dormida del alumnado? ¿ Cuándo interviene el profesorado en las dinámicas enriquecedoras que rescatan a los chicos y chicas de una enseñanza sorda, muda, abstracta, incapaz de ver más allá de los resultados académicos valorados en una calificación.
A lo largo y ancho de los pueblos y ciudades en los que he intentado enseñar entre bambalinas lo que se esconde detrás de los libros y las materias, me he topado con compañeros extraordinarios con una vocación y una entrega impagable para transmitir a los alumnos los entresijos de la vida que les esperará cuando finalicen sus estudios.
Son esos docentes invisibles los que siembran el camino de la primavera cuando el trigo no ha madurado.
Recordaré con admiración a algunos de esos " maestros" ,en el pleno sentido de la palabra, que provocan una revolución silenciosa , en ocasiones, mirada de soslayo y bajo sospecha por parte de la comunidad educativa y de muchos padres que no lograban entender el propósito de entrar en las simas más profundas de sus hijos.
Tuve la suerte de encontrarme con Luis Carlos, profesor de inglés, que contaba historias magistrales de sus viajes por el mundo de la India tan desconocida. Aportó el yoga, técnicas de relajación, el contacto con las costumbres de un pueblo tan lejano. Enseñó desde la empatía otras culturas a través de infinitas anécdotas en las que dibujaba la geografías, las religiones, la gastronomía y la espiritualidad en todas sus facetas. Mi colega fue acusado de no enseñar inglés. Mi compañero y
amigo Alfonso Pérez, profesor del Siete Colinas, cuyo empeño ha sido formar a los estudiantes con todo tipo de técnicas para enfrentarse a las salidas profesionales, siempre dispuesto a resolver dudas, a luchar por la dignidad de la Formación Profesional y a crear materiales en algunas redes sociales que afianzan los conocimientos que imparte. La Dirección del Centro le abrió un expediente acusándole de dejar el Ciclo formativo sin alumnos.
Eduardo, compañero del Camoens, utilizando el baloncesto como valorcesto, insuflando el deporte, el trabajo en equipo, la entrega de los chavales al esfuerzo colectivo.
Belén Trabuqueli y Tula Fernádez, innovadoras en el trabajo por proyectos para rescatar del fracaso escolar poniendo boca abajo la enseñanza tradicional.
Juan Manuel Molino, profesor de música, construía el aula a lo largo del curso, inició el esfuerzo para implicar a todos los departamentos en una tarea común, la música en las distintas disciplinas. Organizó viajes, conferencias, visitas a auditorios, audiciones de melodías nada convencionales educando el oído. Su pedagogía fue misteriosamente acallada.
Mi amiga y compañera Carolina Sastre, animando a la lectura, trabajando por la biblioteca, preparando teatro enseñando la poesía en los certámenes del instituto, cubriendo las paredes con dibujos, frases, biografías y obras de escritores conocidos y menos conocidos. Siempre presente en las actividades extraescolares referentes a la literatura. En pocas ocasiones se le reconoce su entrega a una labor fundamental en " el otro aprendizaje".
Ángel Gabarrón, Presidente del foro de la educación, ofreciendo todos sus conocimientos, investigaciones e información a alumnos y profesores de Ceuta.
Mi profesora de Filosofía Margarita Fuster. Hacía de Sócrates, de Platón, de Nietzsche y nos transportaba en una alfombra mágica a los confines de los filósofos.
Son muchos, no sabemos sus nombres, son anónimos, no buscan ni la gloria ni el aplauso, son capaces de meterse en la mina y extraer la energía necesaria.
Están ahí, delante de nosotros, al lado de los que necesitan otro tipo de apoyos para ser rescatados de la adolescencia complicada. Son pilares fundamentales de una sociedad que los necesita para humanizar a las generaciones venideras.
Como decía " Dominique Lapierre en su libro "La ciudad de la alegría" son más grandes que el amor".
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