Opinión

Disuasión y diplomacia se simultanean en la fricción de Rusia y Ucrania

En las últimas jornadas y digámosle en las horas decisivas que se juegan en este escenario fluctuante, la provocación de incursión rusa sobre territorio ucraniano sublima la tensión entre Occidente y Moscú y hace temer irremediablemente los conatos de una nueva Guerra Fría.

Y es que, Ucrania, atravesando una situación en extremo delicada, se convirtió en un Estado ingobernable de manera súbita e insospechada. De ser la República postsoviética más sólida desde la vertiente política, económica y social en la década de los noventa, se ha erigido en una región inconsistente, empedrada de conflictos armados y aflicciones nacionalistas alentadas desde fuera de sus fronteras.

En las dos caras de una moneda, en su anverso, los inquilinos del Occidente de Ucrania muestran afinidad hacia Europa y, más en particular, anhelan su ingreso inmediato en la Unión Europea, UE; y, en el reverso con contraste puntiagudo, residen quiénes ocupan el Oriente y Sur distinguiendo en Rusia la cuna de su cultura, religión e idioma, por lo que su aspiración incondicional es supeditarse a esta nación.

Ante este entorno volátil e irresoluto, en Ucrania los contratiempos se han precipitado dramáticamente, porque las acciones perentorias de la Federación Rusa al incorporar a Crimea y su Ciudad portuaria de Sebastopol, revelan una discordancia perspicaz con la inanición en las réplicas de la UE y los Estados Unidos, hoy por hoy, continúa siendo una poderosa llamada de atención para no postergar el protagonismo ruso que la redime en las cuestiones internacionales.

Por lo que es factible que el curso de estos advenimientos dé un viraje significativo que no es posible pronosticar, y del que no ha de perderse de vista ante las coyunturas que podrían desatarse.

Cómo es sabido, con la descomposición de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (1922-1991) y el ocaso del bloque socialista de Europa Oriental, la amplia mayoría de las administraciones occidentales enaltecieron el descalabro del comunismo soviético, así como el declive de Rusia del nivel de superpotencia a la de potencia de segunda clase. Ciertamente, se supuso que Rusia acabaría resignándose a la disposición de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, abreviado, OTAN, en zonas cada vez más colindantes a sus límites fronterizos.

Sin soslayarse, las perturbaciones internas que ha asumido Rusia para instaurar una economía de mercado, como la fuerte inflación y el desempleo prominente, han vigorizado la creencia de su debilidad. Sin añadirle, la corrupción a gran escala y el fuerte incremento de la criminalidad. En esta envolvente, la crisis de Ucrania evidencia que el nacionalismo ruso, a diferencia de lo que se presuponía, se encuentra activo y con la energía cualificada para proceder conforme a su empecinamiento.

Obviamente, el conflicto de Ucrania y el contrapeso de intereses y poderes de las potencias principales en torno a la misma, adquiere indicaciones no solamente regionales, sino de igual forma, globales, al justificarse que la rivalidad de Rusia se mantiene como una de las prioridades de la política exterior de Estados Unidos, y que es apuntalada por una serie de estados de la UE, al conservar discrepancias sustanciales entre sus miembros en relación con la estrategia que ha de implementarse con Moscú.

Ni que decir tiene, que la amplificación avivada y radical en Ucrania, indica hasta qué punto pueden ser vitales los alicientes e influjos externos que llegaron a transformarse en detonante, de un contexto que hasta ese momento yacía latente, pero moderado.

Del mismo modo, la encrucijada de Ucrania confirma los antagonismos ideológicos y geopolíticos que subyacen entre Rusia y Estados Unidos, circunscribiéndose a Europa, más la cota elevada de subjetividad que concurre en diversos medios de comunicación, que, lejos de exponer la realidad desde un plano integral, se define realzando las aristas concretas del conflicto, mostrando un tanteo sesgado e incompleto de lo que realmente acontece. De hecho, numerosas fuentes occidentales han pretendido publicar unas condiciones no plenamente objetivas y realistas de los medios destacados en la comarca Este de Ucrania.

Pero para desgranar la magnitud y la fuerza de gravedad imperante en la estrategia desenvuelta por la Dirección rusa ante la atmósfera de desequilibrio del país vecino, es preciso retrotraerse en lo acontecido, advirtiendo sucintamente como el tiempo ha moldeado tanto la identidad, como el carácter y la esencia, tomando en peso los precedentes históricos de la compleja y estrecha relación bilateral que ha coexistido entre Rusia y Ucrania a lo largo y ancho de más de un milenio, desde la fundación de la ‘Kievskaya Russ’ o ‘Rusia Kievita’ en las postrimerías del siglo IX, hasta terciados el siglo XIII, con una federación de tribus eslavas orientales manejada por la dinastía rúrika.

Actualmente, esta superficie posee un pasado desbordado de conflagraciones y dicotomías sempiternas, tanto étnicas como geomorfológicas, políticas e ideológicas. El ayer de Ucrania ha de ser entendido en base a la semblanza de varios imperios europeos, incluyéndose el otomano.

Precisamente, dentro de las invasiones del Imperio Otomano regido por la dinastía osmanlí, se halla el ‘Kanato de Crimea’, cuyo espacio era invadido por una mayoría tártara. Este departamento correspondió a los otomanos hasta el año 1774, subsiguientemente, en 1783 y con la autoridad de la emperatriz Catalina II de Rusia (1729-1796), se consumó la anexión de Crimea al Imperio Ruso.

Además, en el flanco Oeste de Ucrania ha subsistido una mayor tipificación cultural, histórica e ideológica con un cimiento europeo Occidental, debido a la pertenencia de estas zonas a la República de Polonia y al Imperio Austrohúngaro desde el siglo XVIII. En cambio, la porción Oriental guarda un engarce más próximo a Rusia, valga la redundancia, a partir de la toma del Imperio Ruso tras los repartos de Polonia. Sin inmiscuir, que en el siglo XIX se impidieron las divulgaciones en ucraniano, así como la alfabetización de este idioma.

"La encrucijada de Ucrania confirma los antagonismos ideológicos y geopolíticos que subyacen entre Rusia y Estados Unidos, circunscribiéndose a Europa, más la cota elevada de subjetividad que concurre en diversos medios de comunicación"

Ya, en los comienzos de la efectividad de la Unión Soviética, principalmente, con la atribución de Vladímir Ilich Uliánov (1870-1924), alias Lenin, se materializó una política de inclusión de las etnias no rusas dentro del embrionario Estado soviético. Y como resultado de esta estrategia multicultural del Estado bolchevique, se autorizó el automatismo, aplicación y publicidad de trabajos en lenguaje ucraniano.

Inversamente y desde el inicio de 1924 con el régimen de Iósif Vissariónovich Dzhugashvili (1878-1953), más conocido como Iósif Stalin, se defendió una política de rusificación inapelable, en la que se hostigó al nacionalismo ucraniano de modo intransigente e implacable.

En 1954, Nikita Serguéyevich Jrushchov (1894-1971), en calidad de ex presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética, determinó transferir el enclave de Crimea a la República Socialista Soviética de Ucrania, comúnmente referida a la Ucrania Soviética. Dicha dirigencia nunca supondría que años más tarde de determinarse esta medida, se desatinaría un conflicto por esta demarcación que atesora un legado histórico valioso, fruto del triunfo soviético sobre el fascismo en el año 1945.

Posteriormente, el acaecimiento de conceder la región de Crimea a Ucrania fue una acción ilegal, porque el Presidium del Soviet Supremo de la Unión Soviética no disponía de las facultades precisas para traspasar tierras de una República Soviética a otra, impugnando los postulados de la Constitución de la URSS de 1937.

Una vez más, se exhibía el poder de decisión que asumía la figura del Presidente del ‘Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética’, que incurría en Jrushchov.

Más adelante, con la potestad de Mijaíl Sergueievich Gorbachov (1931-90 años) se desplegaron las oportunidades para que las poblaciones y nacionalidades que constituían parte de la Unión Soviética, obtuvieran un margen de mejora para salvaguardar sus intereses e inquietudes. De esta manera, se emprendió la consumación del Estado Soviético al tomar fuerza las corrientes separatistas, que acabaron arrollando al régimen soviético con el desplome traumático de la superpotencia comunista (25/XII/1991).

Ese mismo año, el 20/I/1991, se efectuó un referéndum en Crimea con la mayoría abrumadora de los electores totalizado en un 93.26% de los votos, pronunciándose a favor de la recuperación de la República Socialista Soviética Autónoma de Crimea como sujeto de la URSS y miembro del Tratado de la Unión.

Sin duda, esta aclaración popular expresó el desconcierto ciudadano con la entrega de su territorio a Ucrania en 1954 y la revocación en 1945 de la República Autónoma Socialista Soviética de Crimea. No obstante, en la última etapa de ese mismo año se esfumaba la URSS como Estado y Ucrania y Rusia se establecían en dos naciones independientes, por lo que Crimea continuaría bajo la inspección de Ucrania.

En 1992, la Federación Rusa exigió el retorno de Crimea, a lo que el ex presidente de Ucrania Leonid Makárovych Kravchuk (1934-88 años) se negó, confiriéndose el Estatuto de República Autónoma.

Transcurrido cinco años, en 1997, se rubrica un acuerdo por el que Rusia mantiene la Base Naval de Sebastopol y otras infraestructuras militares de Crimea por un periodo de veinte años, en el que hoy es un territorio disputado como base de la Marina Rusa y la principal Flota del Mar Negro.

Adentrados en el siglo XXI, en 2010, con la recalada de Víktor Fiódorovich Yanukóvich (1950-71 años), se refrenda otro pacto con Rusia para amplificar hasta el año 2042 la estancia en Crimea de la Flota Rusa del Mar Negro, a cambio de la disminución de un 30% del importe del gas para Ucrania.

En los trechos más recientes, la Rusia de Vladímir Vladímirovich Putin (1952-69 años) vislumbra el ensanche de la disyuntiva en Ucrania desde una perspectiva meramente geopolítica e ideológica.

Así, desde ese espectro de comparación, el trayecto geopolítico de este estado del radio de acción de Rusia y su contigüidad a la OTAN, a la UE, y, sobre todo, la contracción de los vínculos económicos, políticos y militares con Estados Unidos, es calificado como un chantaje directo a su seguridad nacional.

A resultas de todo ello, la Administración de Estados Unidos requiere nutrir los paralelismos de cooperación y afinidad con Rusia, lo que cada vez es más inverosímil e incierto con las imposiciones políticas, económicas, comerciales y militares de Joe Biden (1942-79 años), al objeto de operar en conjunto y de forma ordenada con respecto a otros laberintos y complejidades, en los que el Gobierno ruso presenta algunas ventajas geopolíticas como Siria, Irán, Iraq, Afganistán, Asia Central e incluso, la República Popular China.

El régimen de Putin podría definirse como una dirección semiautoritaria que, apuesta por la tesis del nacionalismo, el patriotismo, la multipolaridad y el pragmatismo, pero no destaca ni el comunismo y el marxismo-leninismo como ocurrió con los gabinetes soviéticos.

Por el contrario, el sistema comunista de China sí que perdura con estos principios en sus argumentaciones oficialistas. Amén, que esto no alarma, incomoda o agrava a Occidente, como para emplear una política de sanciones afines a las adoptadas contra Moscú.

En otras palabras: China ocuparía uno de los peldaños de entre los contendientes más preponderantes en el dibujo económico y comercial de Estados Unidos, provocando una cadencia de hostilidad y fricción que inquietaría en el marco mundial.

A tenor de lo expuesto en estas líneas, el ascenso del nacionalismo militante dentro de Rusia, aparte de la convicción de Putin que Estados Unidos está extenuado y confuso, así como las divergencias habidas en Occidente, tonifican a Rusia, por lo que cabría entrever quién sale favorecido de este entresijo.

Es incuestionable que para Occidente es mejor una Ucrania conducida por vanguardias ultranacionalistas de extrema derecha, que resultarían transitorias y poco confiables, antes que admitir una representación resignada a Rusia, como sucedió con Yanukóvich. Los designios geoestratégicos pasan por retraer territorial y militarmente a Rusia de modo concluyente, al costo que sea indispensable y, en esta ocasión, Ucrania es el espacio propicio.

Visto lo retrospectivo del tiempo en Ucrania hasta desembocar en nuestros días, al ceñirme brevemente en los orígenes inmediatos de la crisis, son numerosos los factores que reportan a este país a una situación intrincada con un calibre incalculable. Fundamentalmente, me referiré a tres elementos que lo traducen en un blanco vulnerable.

Primero, ha de subrayarse su potencial y, por consiguiente, las muchas atracciones económicas y geoestratégicas que ello acarrea. De Ucrania puede afirmarse coloquialmente que es la piedra preciosa de la corona, porque geográficamente está ubicada en un lugar estratégico y trascendental, a caballo entre Rusia y la UE, atravesado por una compilación de tuberías de gaseoductos por los que cruzan la mitad del gas que Rusia suministra al Viejo Continente. Lo que entraña templar cuidadosamente un área clave entre Euro-Asia y Europa Occidental.

"En las horas decisivas que se juegan en este escenario fluctuante, la provocación de incursión rusa sobre territorio ucraniano sublima la tensión entre Occidente y Moscú y hace temer irremediablemente los conatos de una nueva Guerra Fría"

La copiosa productividad de sus tierras negras lo hacen ser uno de los grandes productores de cereales y, por si no quedase aquí la materia, las fuerzas armadas rusas penden de su fabricación aeronáutica y militar para su equipamiento.

Para el Kremlin no estaríamos hablando únicamente de una tierra repleta de abundancias, sino que al unísono entran a jugar un elenco de actores de orden político-cultural y, en términos geoestratégicos, Ucrania afianza a Rusia una periferia de seguridad que no está dispuesta a perder.

Segundo, resulta de capital importancia la multiplicidad que confluye en sus heredades, tanto étnica como lingüísticamente hablando, ya que no olvidemos se trata de una nación que obtuvo la independencia recientemente, y que como ya se ha dicho, su historia está integrada por incursiones y anexiones de distintos imperios.

Esta diversidad deriva en una segmentación demográfica contrastada, configurada en un 77,8% por ucranianos étnicos y un 17,3% de descendencia rusa. Asimismo, las procedencias minoritarias provienen de rumanos y moldavos con el 0,8%, a los que le siguen los bielorrusos con el 0,6%, los tártaros con el 0,5%, y el resto constituido por húngaros, polacos, griegos, judíos, búlgaros y gitanos.

Antecedentes que aclaran no ya sólo la enorme pluralidad étnica que hospeda, sino que la conglomeración de etnia rusa en el Este y, sobre todo, en el Sur nos descifra la predilección antieuropea y prorrusa de la urbe de estas franjas y, por ello, sus tendencias separatistas y de desunión con Ucrania.

Y, tercero, es necesario incidir en otro de los componentes del conflicto, al referirme en la agitación e inconstancia política a la que es subyugada desde su independencia de la Unión Soviética. La década de 1990 estuvo punteada por una economía de profunda recesión identificada por la hiperinflación, además de un derrumbe impetuoso en los volúmenes de producción, más un grado agudo de privatización estatal y el control de los recursos dominado por un pequeño número de grandes vendedores.

Lógicamente, este intervalo de descontrol y oscilación causó en Ucrania el caldo de cultivo apropiado para el levantamiento de una mentalidad corrupta y de artificio.

Uno de los temas más peliagudos de este vaivén, sobrevino en la denominada ‘Revolución Naranja’ (22-XI-2004/23-I-2005), dada a conocer tras la estafa electoral que se perpetró en las ‘Elecciones de 2004’, cuando por entonces, la población coordinó reuniones, concentraciones, piquetes, huelgas y reclamaciones populares al Gobierno. Llegando a cercar edificios como el Centro de la Comisión Electoral o el Consejo de Ministros, entre algunos., e incluso, contraviniendo a las autoridades se manifestaron por lo sucedido, diversos funcionarios del Cuerpo Diplomático, como del Servicio de Seguridad y otros Órganos Autonómicos.

Allende a una confrontación territorial instintiva, la escalada de tensión que se vive entre Moscú y Kiev se ha enmascarado más de una década en intereses geoestratégicos e incidentes impulsivos.

Pero ¿qué busca verdaderamente Estados Unidos en Ucrania? Naturalmente, parte de la objeción se halla en incrementar nuevamente el campo de acción de la OTAN en Europa. Recuérdese que, en 1990, la coalición militar encabezada por Estados Unidos se esparció en dirección a Rusia, cuando los países del extinto campo socialista de Europa Oriental se integraron en la Alianza Atlántica. Llámense Polonia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Albania, República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia y la República Democrática Alemana (RDA).

De esta forma, la OTAN agregó en su cartel a unos cuantos estados de la vieja URSS como Lituania, Letonia y Estonia. Hay que aludir, el procedimiento llevador por la RDA, entrando automáticamente al unificarse con la República Federal Alemana (RFA). Si bien, la victoria de Estados Unidos sobre la URSS sería categórica, quedando ésta aislada y acorralada en una ardua transición a la economía de mercado, a la que se descartaría para dirimir las tareas internacionales.

En consecuencia, mientras Moscú sigue mostrando músculo intensificando las maniobras navales en el Báltico, el pueblo ucraniano echa un vistazo hacia Occidente y constata cómo sus vecinos polacos, con los que coincidieron en un ayer de socialismo real y angostos lazos culturales, paulatinamente, han rehecho su nivel de vida, mientras que su patria se ve sumida en un dilema no sólo económico, sino político y social, porque el engreimiento y la depravación en todas las esferas es el talón de Aquiles de cada jornada.

A pesar de todo, los ucranianos no dejan de anhelar una sociedad donde prevalezca los valores democráticos, o quizás, que los servicios públicos estén a la altura de las circunstancias, o que la justicia sea independiente y las leyes tutelen a los indefensos y no sólo a los réditos de los más poderosos.

Y en el horizonte, la OTAN, en estado de alerta anuncia el envío a Europa del Este de más tropas, barcos y aviones.

En resumidas cuentas, los actos intemperantes de Rusia contra Ucrania y el alegato de Occidente no van a confluir en el revés del orden internacional, si acaso, pudiese apresurar la causa, al encontrarse con que induce al revisionismo en vez de disuadirlo, haciendo hincapié en desenterrar el glorioso pasado de la Unión Soviética.

Y es que, en las últimas épocas las potencias occidentales se han servido de un diseño internacional que ellas mismas trazaron y encarrilaron. Aunque fuerzas emergentes como China, o la República Federativa de Brasil y la República de la India no han revocado estas instituciones globales, no les convence la fórmula con la que Occidente las maneja para apremiar sus intereses. Por ello, las esquivan a través de acuerdos bilaterales, al igual que se coaligan para difuminar el sesgo liberal de sus reglas de juego.

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