Categorías: Opinión

Distinguir el culo del codo

No deja de ser sorprendente que el debate sobre la inmigración ilegal renazca cada año de sus cenizas para enconarse aún más. Creíamos que la sociedad española se había acostumbrado a las continuas entradas de ilegales, y que el ciudadano, ya cansado, había desistido de ocuparse y de preocuparse por la inmigración. Pero parece que no es así en modo alguno. ¿Por qué el español de a pie sigue preocupándose todavía por la inmigración ilegal? La respuesta podría ser que este fenómeno no se abordó, desde el comienzo de las entradas clandestinas, años noventa, con la libertad que requiere toda controversia, y sí se hizo con el miedo, con el pudor, de no ser políticamente correctos. Por aquellos años noventa el diálogo sobre la inmigración fue secuestrado por organizaciones de izquierda, ya políticas, ya sindicales, por elementos de la iglesia, por ONGs y por ciudadanos que tenían poca o ninguna idea sobre la inmigración que se nos estaba viniendo encima, pero tomaron partido por la inmigración ilegal.
Así, aquellos ciudadanos, cuyas opiniones sobre la inmigración no coincidían con las políticamente correctas opiniones al uso por aquellos días, optaron por cerrar el pico y hacer mutis por el foro en espera de nuevos y mejores tiempos. Aquel ciudadano de aquellos años asistió al despellejamiento en público de quienes se aventuraban a manifestar sus opiniones políticamente incorrectas. Han llegado tiempos nuevos, pero los que se han apropiado del discurso sobre la inmigración, como antaño, siguen reacios a dar cancha al ciudadano que se resiste a seguir callando. A este ciudadano de hogaño le siguen lloviendo imprecaciones, descalificaciones y amenazas por pensar con criterio propio y no al dictado de la voz de su amo, pero ya no se arredra visto lo que nos ha caído encima desde aquel entonces.  
Lo que nos ha caído en todos estos años han sido disturbios muy graves en los que los inmigrantes, legales e ilegales, han tomado parte muy activa. Baste recordar, en España, los que han tenido lugar en Salt, Vic y Lérida. En Europa, son continuos los disturbios en Francia, Reino Unido, etcétera. Estos frecuentes disturbios son debidos, en gran parte, a tres razones principales: 1.- Heterogeneidad de culturas y de nacionales viviendo en un espacio reducido (Salt y Vic, por ejemplo);  2.- Permisividad en la entrada indiscriminada de inmigrantes procedentes de las más variopintas culturas y países sin que haya habido tiempo a que se hayan ido integrando; y 3.- Débil o ningún sentido de pertenencia de las minorías al territorio en que viven. Estas tres razones forman los ingredientes del cóctel explosivo de la inmigración. El corolario de ello es que se corre el riesgo de fracturar la sociedad a lo largo de las líneas étnicas que se han configurado en el tejido social.  
Así las cosas, el inmigrante que ingresa en nuestro país, desde el mismo instante en que su pie toma contacto con suelo español, ese inmigrante –repito– observa que se les abren las puertas del paraíso. ¿Las puertas del paraíso? ¡Vamos, anda! Veamos. Se legislan leyes, tanto en Europa como en España, para que sea más difícil su expulsión. Por uno u otro motivo se impide que ese ilegal sea repatriado a su país. Así, si después de sesenta días en un CIE no se ha averiguado su país de origen, es puesto en la calle, con una orden de expulsión en el bolsillo, a la voz de “¡búscate la vida!”. El Tribunal de Justicia de la UE ha sentenciado que si un inmigrante incumple una orden de expulsión no puede ser encarcelado porque violaría sus derechos humanos. Desde el 30 de julio las extranjeras que denuncien malos no serán expulsadas (habrá, sin duda, picaresca en este sentido). El gobierno dará papeles a inmigrantes cuyos hijos hayan nacido en España (aunque ninguno de los dos progenitores sea español, como hasta ahora). Y sólo el 9% de los inmigrantes sin papeles es al final expulsado (si en tres meses, junio, julio y agosto, han entrado en Ceuta alrededor de 650 ilegales, quiere decir que se expulsarán a 59 y para el resto, 591, se les abrirán las puertas del paraíso terrenal). Finalmente, en el monte del Jaral, en Ceuta, en suelo militar, los ilegales, que no desean someterse a la disciplina del CETI, han montado un campamento de chabolas, maderas y cartones, y lo que clama al cielo es que la guardia civil no puede levantar el campamento porque hay sentencias de tribunales en las que se recogen que esas chabolas constituyen ¡el domicilio de los individuos que viven allí!  
Y en este asunto, lo más sangrante de todo es que quienes  nunca han sabido distinguir el culo del codo ahora vienen impartiendo doctrina sobre esto, o sobre aquello, respecto de la inmigración.

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