¿Si algo necesitaban los sindicatos para seguir ubicados en su desprestigio y en su desvarío, y enlodarse aún más, es la huelga salvaje de los trabajadores del Metro de Madrid. El tratamiento que se les ha aplicado a los sindicatos en las diferentes columnas de opinión ha sido demoledor. Los columnistas no han dejado títere con cabeza. Se han ensañado, con razón, con unos sindicatos obsoletos, caducos, anticuados, en suma, decimonónicos. En resumen, los han despellejado sin piedad. Todo lo que huela a mundo sindical despierta cada vez menos simpatías en el ciudadano. El ciudadano está sumido en una crisis económica, que va a durar años, y no está para bromitas de unos sindicalistas, los de Madrid, que se sabe que se las tienen tiesas con el Gobierno de Esperanza Aguirre. Siete mil trabajadores del Metro han puesto de rodillas a dos millones y medio de usuarios, y el ciudadano, que está más quemado que la pipa de un indio, ha rechazado de plano los experimentos de los sindicalistas. Para colmo, Méndez y Toxo se han puesto de parte de sus compinches. Estos trabajadores del Metro se han ubicado, para más ‘inri’, en la ilegalidad más flagrante al no respetar los servicios esenciales. (¿Pondrá UGT sus servicios jurídicos a trabajar para ‘empapelar’ a esos sindicalistas que han hecho caso omiso de respetar los servicios mínimos?)
Es interesante hacer acopio de las frases lapidarias de los ‘pensadores’ sindicales del Metro de Madrid. El nivel no tiene desperdicio, son de una zafiedad, de una irresponsabilidad y de una desconsideración tal hacia los trabajadores, que cada mañana hacen uso del metro para ir a sus trabajos, que asustan, seguro que la mayoría son ‘hijos’ de la LOGSE. Ahí van algunas: “Vamos a poner Madrid patas arriba”; “Vamos a reventar Madrid”; “Si tenemos que entrar a matar, entraremos a matar”; “Entrar a matar si hay sanciones”; “El paro se puede repetir el lunes si nos tocan los cojones”. El caso es que las decían sin ningún pudor. El que más se ha destacado es un tipo sindicalista chapado a la antigua, es decir, al decimonónico modo, de nombre Vicente Rodríguez, sañudo, sudoroso, con cara de brutote y de semblante colérico y actitudes zafias, que aparenta tener menos luces que la boca de un lobo. Pero lo más chusco es cuando un tipo llamado Manuel Fernández, del Sindicato Solidaridad Obrera, dijo que suspenderían la huelga el día en que se celebrara el Orgullo Gay, pues no querían pasar por homófobos. Parece peregrino que este tipo sea muy cuidadoso y dadivoso con unos pocos miles de gays y de lesbianas, pero que se pase por el arco del triunfo a los dos millones y medio de usuarios que a diario utilizan el metro para ir y venir de sus trabajos. ¡Qué atento, qué cortés, qué solícito!
A todo esto se añade la violencia con que se han conducido eso que llaman ‘piquetes informativos’. Pues estos tipos que forman los piquetes ‘han calentado’ a más de un trabajador que quería incorporarse a su trabajo. Sin ir más lejos, 50 activistas de esta calaña le han pegado a 4 trabajadores en las cocheras de Canillejas. Amén de sabotear mecanismos de apertura y cierre de los vagones. Una desvergüenza sindical.
Hay que acabar con esta situación sindical. Es insostenible que UGT y CCOO, como recordaba en su momento Indalecio Prieto, en México, que los sindicatos asuman las funciones directivas del Estado. Eso es exactamente lo que Zapatero les ha concedido a estos sindicatos financiados con dinero de los contribuyentes, que sólo se preocupan por los suyos, por sus más de 57.000 de liberados y por quienes tienen un puesto de trabajo blindado a prueba de bomba. No es de recibo que el coste para las empresas de los representantes sindicales con dedicación exclusiva, como advierte El Mundo, ascienda a 1.600 millones al año. Los españoles no nos podemos seguir permitiendo esta indolencia sindical.
Los liberados han de volver a sus tajos y los sindicatos deben financiarse con las cuotas de sus afiliados. El dinero público está para otras cosas. El caso más sangrante es el del impresentable Méndez. Lleva desde 1980 alejado de toda actividad laboral fuera del sindicato. Y su compinche Toxo ha sido liberado sindical hasta 2005, y al producirse la liquidación de su empresa fue dado de alta en el sindicato. Y hasta ahora. Esta historia tiene su imagen y semejanza con cientos de mando sindicales. Un desvarío, un disparate y una desvergüenza sindical.
El colorarlo de todo esto, amable lector, es que, de ningún modo, debemos colocarnos detrás de estos sindicalistas que comen, eso sí, sin corbatas, en el exclusivo Hotel Villamagna de Madrid y se van en sus coches conducidos por sus propios chóferes, ni detrás de sus secuaces. Que desfilen todos ellos con sus indignidad. ¡Que se vayan de una vez! ¡Fuera!
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