Categorías: Opinión

Disolver la historia

En realidad, cuál es la utilidad de la Historia, la utilidad de conocer la Historia. Los clásicos dejaron escrito que la Historia es “maestra de la vida”. ¿Es esto cierto? Escribe Javier Tusell que si el ser humano es radicalmente histórico, la Historia nos acerca a lo humano. Cierto es que cuando leemos Historia aprendemos de la experiencia de las generaciones anteriores, de sus éxitos y de sus fracasos. Pero esto no quiere decir que sea, según el mismo Tusell, “maestra de la vida”, en modo alguno es la Historia la que nos marca el porvenir, tampoco vertebra nuestra vida como individuos, sino que nos revela más aspectos de la vida humana en general de los que una experiencia individual sería capaz de allegar. Tusell nos advierte que a través de la Historia podríamos de algún modo reconciliarnos con los hechos y acciones de los hombres del pasado, y probablemente mostrar la Historia a los ciudadanos constituya “un sano ejercicio de terapia social”. Pero creo que en modo alguno se ha de tergiversar la propia Historia de ‘antaño’ para que ciertas comunidades de ‘hogaño’ no se sientan, por algún motivo, ‘heridas’. Más claro, no se trataría, en efecto, de disolver la Historia –los hechos históricos– en aras de una tolerancia y una convivencia saludable entre las comunidades diferentes que viven, ahora, en un mismo territorio.
Llegados a este punto, parece que los ceutíes tenemos un problema a la hora de celebrar en 2015 la Toma de Ceuta. Hay opiniones para todos los gustos, y cada una de ellas sostenida con argumentos de cierto  fuste. El último en entrar en escena ha sido ‘Septem Nostra’, que lo ha hecho con un largo escrito.
Más pronto que tarde debo escribir que no se trataría de que el ‘Día de Ceuta’ sea el día en que tuvo lugar la Toma de Ceuta por los portugueses, sino que se trataría  de conmemorar, recordar, o llámese como se quiera, ese día de la Toma. ¿Con esto se hieren sensibilidades? ¿Es una celebración excluyente en la Ceuta de ahora, “que invita a los juicios morales sobre el pasado”? El pasado es inamovible, nos guste o no. Lo cierto es que no se deberían juzgar con ojos del siglo XXI los hechos sucedidos en aquellos días tan lejanos. En modo alguno debemos usar los parámetros de ‘hogaño’ para juzgar los hechos de ‘antaño’. Los contextos son inmensamente diferentes.
Hagamos un ejercicio de memoria histórica: en 732 Carlos Martel vence en Poitiers a Al Gafiqui; en 1085 Alfonso VI reconquista Toledo; en 1095 el Cid reconquista la Taifa de Valencia; en 1212 Alfonso VIII derrota a los musulmanes en las Navas de Tolosa; en 1229-30 y 1238 Jaime I reconquista Mallorca y Valencia, respectivamente; en 1236, 1246 y 1248 Fernando III reconquista respectivamente Córdoba, Jaén y Sevilla; en 1340, 1341 y 1344 Alfonso XI vence a los benimerines, y reconquista Alcalá la Real y Algeciras, respectivamente; y, para finalizar, en 1492  Isabel de Castilla y Fernando de Aragón rinden Granada. Pues bien, ¿no deben los franceses de Poitiers, los autóctonos de las Navas, los toledanos, los mallorquines y valencianos, los cordobeses, jiennenses y sevillanos, los nativos de Alcalá y los algecireños y, por fin, los granadinos celebrar esas fechas en las que sus ciudades fueron ‘reconquistadas’ al invasor árabo-beréber-musulmán, porque comunidades de musulmanes se han asentado posteriormente en esas poblaciones y se podría herir las sensibilidades de estos recién llegados?
Respecto de nuestra ciudad cabría decir, en palabras del profesor Gordillo Osuna, que existe, con altibajos, una continuidad hispánica, aunque no sea siempre bajo un mismo manto confesional. Recordar, asimismo, que Ceuta participó de la comunidad lingüística, administrativa y de interés creada por los romanos. En la etapa musulmana, Ceuta queda integrada en la unidad política de la España musulmana, que, como observa Gordillo, cuando se inicia la descomposición en Taifas se convierte en un reino más, hasta el extremo que su caudillo Ali ibn Hammud, un auténtico Idrisí, se apodera de Córdoba levantando la bandera de la legitimidad califal, titulándose Abderrahman III, al Nasir, siendo la primera vez que un soberano no omeya ocupaba el trono marwani, según recoge Gordillo Osuna.
Ni siquiera cuando las invasiones de almorávides, almohades y benimerines significa que la Ciudad dé la espalda al norte peninsular, pues “cuanto gravita sobre el Sur mauritano lo hace dentro de la misma entidad política que las tierra de al-Andalus.” Lo cierto e importante es que, en la misma forma en que había ocurrido con cualquiera otra ciudad del Sur español, la etapa musulmana de Ceuta concluye a manos del vecino reino de Portugal, dando paso a la llamada ‘modernidad’ en nuestra ciudad con todo lo ello supone.

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