Un viejo dicho nos advierte que cuando en un debate candente hay dos partes enfrentadas y una de ellas aporta razones y argumentos y la otra insultos, ya sabemos dónde está la razón. Sentada esta premisa sería muy instructivo y pedagógico analizar los escritos que aparecen estos días (y otros días) en la prensa para darnos cuenta de quiénes son los que orillan tal aserto y se dedican a lanzar improperios, descalificaciones y amenazas por toda argumentación. Pero, eso sí, no confundamos describir con insultar. No es lo mismo. También es casualidad, o no, que quienes están más a la izquierda del espectro son aquellos que menos argumentan, menos razonan, y más insultan, descalifican y amenazan. Sacar a pasear expresiones como fascista, nazi, racista, xenófobo, cobarde, derecha rancia y casposa, capullo, ultraderechista, y otras del mismo jaez, contaminan de tal forma el discurso que en modo alguno ayudan a fijar el debate (que nunca hubo) sobre la inmigración legal e ilegal. Acaso, los de ese espectro hayan estudiado todos con el mismo manual. Y como decía aquel otro, en el mundo no hay gente cabezona ni testaruda, sino individuos incapaces de aceptar que sus semejantes no piensan igual que ellos. Acaso sea así. Los nombres de esos especímenes están en el ánimo de todos, no es preciso traerlos aquí. Por ahora, claro. Lo cierto es que quienes se apoyan en los votos de los ciudadanos –los políticos– y quienes se apoyan en su prestigio académico –los intelectuales– se aprovechan de su posición en sus respectivos campos para manipular
los hechos, la realidad, en defensa de una causa, o causas, da igual que sea justa o no, independientemente de su bondad o de su perversidad, de su maldad. Más claro: los hay quienes arriman el ascua a su sardina, perteneciendo a lo que se llama élite política o élite intelectual. De este modo, el Sistema se aprovecha día a día de la gente, de la masa, a la que ciega con sus terminales mediáticas y sus voceros, convirtiéndola en una masa envilecida, aborregada, adoctrinada y exenta de juicio crítico y de rigor.
Para lograr envilecer y cloroformizar a las masas, y arrastrar a los disidentes por el lodo, desacreditándolos, los lacayos del Sistema manejan hábilmente las técnicas retóricas llamadas ‘falacias’ (argumentaciones mentirosas). De ellas se valen los más hábiles –los otros se conforman con insultar y amenazar– para convencer a la masa de que están en posesión de la verdad y, por el contrario, los disidentes han de ser arrojados al infierno de la exclusión y pasarlos por la piedra de las leyes al respecto. Tal vez, a esos que manejan esas falacias se les haya pasado por alto que las triquiñuelas de las falacias residen, no en su conclusión, que podría ser verdadera, por causas que se escapan o fortuitas, sino en su razonamiento ‘falaz’, mentiroso, engañoso.
Así, los que hacen uso de estas ‘falacias’ –recuérdese que suelen estar más a la izquierda del espectro– empiezan por descalificar al contrario, a la persona, descalificación ‘ad hominen’: en vez de descalificar los argumentos presentados, se descalifica a la persona que los sostiene, o a otras personas que también mantienen esos argumentos. Los hay que defienden argumentos con chantajes y amenazas, haciendo uso de la fuerza, apelando a las consecuencias negativas que pudieran caer sobre la cabeza de quien sostenga una posición contraria a la que se enarbola (“la fuerza hace el derecho”, es su corolario). Otra falacia usada por los que contaminan el discurso es cuando se argumenta que como la mayoría de la gente está de acuerdo con una idea, entonces, ésta es cierta. Esta falacia despierta emociones y sentimientos. Es una argumentación demagógica y, además, seductora: ha de ser verdadero lo que se dice cuando nunca se creyó lo contrario. Muy sutil. La ‘verdad a medias’ es, acaso, una falacia de las más destructivas y perversas, ya que sólo se cita un lado de la cuestión. En definitiva, con la ‘verdad a medias’ se trata de considerar los argumentos a favor de una postura, silenciando los argumentos en contra de ella. Uno de los recursos retóricos mas engañosos y mentirosos consiste en “la tergiversación de las opiniones contrarias” para refutarlas con facilidad: por ejemplo, afirmar que las tesis contrarias son disolventes, conspirativas, fascistas, xenófobas, etcétera, para desde esa posición de debilidad (social) del oponente, refutar sus opiniones y argumentos. Falacia esta muy del gusto de los que se hallan a la izquierda del espectro. Existe otra falacia, muy querida por los amigos de la descalificación ‘per se’, y es la “minimización o indiferencia de los hechos conocidos y repetitivos”, tratándolos como “hechos puntuales”. En esta falacia tal vez se reconozcan algunos o algunas que llaman “hechos puntuales” a las continuas tropelías que cometen los que asaltan nuestras fronteras impunemente.
El corolario de todo esto es que quienes se encuentran más a la izquierda del espectro tratan de asustar, amedrentar, desacreditar socialmente, arrastrar por el lodo, amenazar, en suma, a quienes sostengan posturas disidentes, posturas enfrentadas con lo socialmente establecido, posturas en nada ‘políticamente correctas’; a quienes manifiestan su hartazgo, su cabreo y desencanto con la vergonzosa situación de las invasiones africanas a través de las fronteras de nuestras dos ciudades; a quienes pronostican calamidades futuras como consecuencias de estas inmigraciones masivas; a quienes se resisten a entrar por el aro de lo políticamente correcto y son capaces, aún, de hacer uso de su libertad de expresión y de argumentar con espíritu crítico y con rigor. Y como escribe, certeramente, el periodista Carlos Carnicero, “la sumisión es rentable, mientras que la rebeldía tiene un precio que pagar”.
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