En política, como en la vida, hay mentiras, malas interpretaciones y manipulaciones. El ecosistema político, por simplificarlo, se suele dividir en derecha e izquierda, de ahí derivan las diferentes opciones catalogadas como ultras. Lo más apropiado sería hablar de tendencias: conservadora o progresista, y dentro de éstas habría posiciones más o menos escoradas e incluso alguna que buscaría el centro. Cuando entras en política pronto descubres que la diferencia sustancial entre las distintas opciones políticas se localiza en el grado de sectarismo y dogmatismo que impregna a cada uno de esos partidos. En general los votantes y militantes progresistas son más críticos, y especialmente con su propio entorno, que los conservadores. Por eso me inquieto cada vez que escucho que España es un país con una mayoría de izquierda, progresista o plurinacional. Porque no es cierto o al menos a mí no me lo parece.
Si cogemos la suma total de votos emitidos en las pasadas elecciones generales existe lo que se denomina empate técnico entre conservadores y progresistas. Pero si nos vamos a la representación política en ambas cámaras resulta que en el Senado hay una mayoría abrumadora conservadora y en el Congreso gana también la ideología de derecha. Un partido nacionalista además de nacionalista tiene un ideario conservador o progresista y, tanto, PNV como Junts son de derechas cosa que no ocurre por ejemplo con Ezquerra Republicana de Catalunya. Si desde la llamada izquierda se lanza el mensaje de que se ha ganado porque somos un país progresista, además de engañar a la ciudadanía, se estaría haciendo un flaco favor a nuestra democracia pues muchos de los que se han quedado en casa o votado nulo siendo progresistas podrían pensar que no es necesaria su movilización. Los votantes de derechas no son plurinacionales y gran parte de los socialistas tampoco, no existe una marea plurinacional en España sino de respeto a nuestras instituciones y al modelo autonómico. Del 23J la principal conclusión que se puede obtener es que los españoles, con catalanes y vascos a la cabeza, han decidido frenar a la ultraderecha, única posibilidad para gobernar que tiene el PP. El “no pasarán” a Abascal y compañía ha convertido a Feijóo en el “capitán del Titanic” aunque se niega a hundirse con él y a Sánchez en el potencial presidente de un Gobierno que difícilmente gobernará. Consecuencias derivadas de lo ocurrido a finales de julio son también:
¿Qué puede salir mal?
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