Opinión

Disculpe el Señor

El noi de poble sec necesita poca presentación. De padre catalán anarquista -y militante de la Confederación Nacional del Trabajo- y madre maña, el niño destinado a remover conciencias vino al mundo un 27 de diciembre de 1947 en Barcelona.
En 1965, al tiempo que se graduaba como perito agrónomo, Joan Manuel Serrat presentó, en el programa Radioscope, de Radio Barcelona, sus primeras canciones. Muy poco tiempo después, llegó el primero de una larga y exitosa lista de trabajos musicales. También por primera vez se subió a un escenario, el del teatro de Espuglas de Llobregat.
Pionero de lo que se llamó la Nova Canço, integró el grupo Els Setze Jutges, que cantaba en catalán y bebía del trío de libertarios divinos franceses: Brassens, Brel y Ferré. Casi nada.
En el año 1968, la polémica. Serrat fue designado para representar a España en Eurovisión con el “La la la” del Dúo Dinámico. Buscando aumentar la notoriedad de Serrat, su representante exigió que cantara en catalán, pensando que el Régimen cedería y le dejaría cantar al menos una estrofa en su lengua natal. Pero la época no estaba para concesiones y fue Massiel quien ganó el concurso.
Un año más tarde, interpretó su famosa canción “Penélope” en el festival de la canción popular de Río de Janeiro. Con ese tema ganó todo lo que se podía ganar, representando su despegue definitivo hacia el estrellato en toda Sudamérica.
En 1971, la explosión definitiva en España. Su disco “Mediterráneo” -a pesar de la férrea censura que intentaba arrinconarlo- fue número 1 durante varias semanas y estuvo durante todo ese año en la lista de los diez trabajos más vendidos.
Apoyó la campaña electoral del francmasón chileno Salvador Allende, actuando gratis en sus mítines. Como era de suponer, con el sangriento golpe de estado de Pinochet, a Serrat se le prohibió pisar el suelo de la Nueva Extremadura. Lo mismo ocurrió en Argentina.
En 1975 condenó el régimen franquista y hubo de exiliarse a Méjico al pesar sobre él una orden de busca y captura.
Joan Manuel Serrat, de quien dijo Alfonso Guerra que Miguel Hernández era su letrista favorito, ha sido siempre la diana perfecta de todas las intolerantes de medio pelo desde Barcelona a Santiago de Chile. Manía que suelen tener las adictas del brazo cara al sol, se etiqueten como se etiqueten, la de disparar a discreción contra las librepensadoras. Un clásico.
Decenas de trabajos, a cual mejor, galardonados con incontables premios y reconocimientos, avalan a uno de los grandes de nuestra canción.
Sin embargo, Joan Manuel Serrat siempre ha sido mucho más que un cantante de éxito. Sus temas siempre han estado comprometidos con la libertad y con una visión de la sociedad muy alejada del pensamiento prêt à porter.
De hecho, en 1992 presentó un álbum cuyo título, “Utopía”, daba una precisa idea de la orientación de toda su obra... y probablemente enseñando la marcas de un ADN sociopolítico familiar muy marcado. Una no puede (ni quiere, en la mayoría de las ocasiones) obviar las enseñanzas aprendidas a golpe de abrazos y de Fraternidad. El resultado suele ser invariablemente coherente.
En una de las canciones que componían el repertorio de “Utopía”, el catalán se rebelaba (una vez más) contra lo establecido, advirtiendo de lo que inexorablemente se nos venía encima. Con el visionario “Disculpe el señor”, el cantautor daba voz a quienes viven eternamente con la palabra castrada y la mente amordazada. Señalaba implacablemente a quienes, teniendo mango y sartén, deciden sobre nuestros destinos sin el menor atisbo de Humanidad. ¿No le suena?
Serrat, recurriendo a ácidas preguntas e irónicas excusas, evidenciaba en esa canción un sistema (póngale usted el color, poco importa) en el que la ley de la más fuerte siempre es ejercida por las poderosas. Razones no le faltaban.
Y en esas estamos.
Visto lo visto, nosotras también deberíamos utilizar el ingenioso estilo del cantautor para disculparnos vitriólicamente ante el señor. Razones no nos faltan.
Así pues, disculpe el señor:
-Por subrayar que hasta el Rabino de Roma ha alertado del alarmante aumento del antisemitismo y del antimasonismo en Europa, presagiando lo peor y sin que a nadie parezca importarle la inminente llegada de la “Noche”. Pavor.
-Por señalar que, en lo que se suponía iba a ser el siglo de la Luz, nos estamos dedicando a pudrir a marchas forzadas lo que aún queda de sano en nuestra Tierra. Aunque inteligentemente nos enseñen de vez en cuando la zanahoria que perseguimos como buenos equus asinus, toda esta mierda contaminante sólo sirve para llenar los bolsillos de las de siempre, sin que esa evidencia logre conmovernos más allá de reciclar (a veces) el papel en el contenedor amarillo. De puta pena.
-Por indicarle que las vitriólicas tenemos muy claro que el retroceso en derechos sociales que usted, señor, tan hábilmente ha diseñado nos está llevando a los albores del pasado siglo, con la salvedad de que ahora a nadie se le ocurre agruparse en la Federación Regional Española. A mis abuelas les daríamos vergüenza.
-Por recordarle que en las orillas del H2SO4 sabemos de sobra que las luchas cainitas en los partidos y sindicatos no resuelven los problemas de las que dicen representar y defender. Cuando las libertarias advertían de que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente, no se equivocaban. Seguimos sin aprender.
-Por decirle que quienes seguimos defendiendo los principios de “Libertad, Igualdad y Fraternidad” continuaremos denunciando que las mujeres se mueren por millares en mares, desiertos, invernaderos y prostíbulos intentando conjugar el verbo vivir, algo que les resulta imposible hacer en sus lugares de nacimiento. Y mientras, usted ordena mirar para otro lado al tiempo que evoca sutilmente la existencia de diferencias basadas en el color de la piel. La melanina, está comprobado, procura a quienes viven en el Edén un estatus dominante. Y aún tenemos el cinismo de reivindicar los derechos humanos. Asco.
-Por apuntarle que, quienes manejamos la plomada (que en su justo sitio todo lo sitúa) somos perfectamente conscientes del poder que el señor detenta, y de su capacidad para manipular verdades y mentiras adaptándolas a la realidad que más convenga. Pero quienes nos obstinamos en seguir persiguiendo la luz de la Utopía también sabemos que con la fuerza sólo se vence y que sólo con la razón se convence… aunque sea cien años más tarde. Un clásico.
Usted, como siempre, sabrá lo que más le conviene pero, llegadas a este punto, me temo que no le quedan muchas más opciones que seguir perteneciendo a la servidumbre del señor de turno, o tomar conciencia de que, parafraseando a Serrat, “cuando ya no hay nada que perder, no hay nada que temer”. Cuestión de dignidad. ¿Le suena?
Ojalá, a fuerza de ser tan serviles, no tengamos que recurrir algún día a Sabina, el “compadre” de Serrat, cuando, en su tema “La canción más hermosa del mundo”, sentenciaba:
“Frente al cabo de poca esperanza arrié mi bandera”…
Cierto es que una bandera negra nunca se arría. Nunca. En el H2SO4, bien lo sabemos.
Más allá de lo que cree mandar el señor, Usted decide.
Nada más que añadir, Señoría.

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