Categorías: Opinión

Discriminada, parada y maltratada

El pasado día 22 de febrero fue el Día Internacional de la Igualdad Salarial. Que se hagan estas celebraciones, en principio no parece que venga mal. Sin embargo, yo creo que no es más que la constatación de que algo no funciona. Lo mismo podríamos decir del Día Internacional de Lucha contra la Violencia de Género, o del de Lucha contra la Discriminación Racial. Es increíble que esto se tenga que reconocer en pleno siglo XXI, pero los estudios lo corroboran. Nos lo explicaba nuestro profesor de estadística en la clase que impartía precisamente en ese día. Con la frialdad propia de los análisis estadísticos, pero con la seguridad que proporcionan los trabajos elaborados con la metodología científica adecuada.
En España una mujer tiene que trabajar 82 días más que un hombre para cobrar lo mismo. Nos lo dicen las estadísticas. También que las mujeres perciben un salario anual en torno a un 20% inferior al de los hombres por trabajos iguales o de igual valor. Es decir, que lejos de superarse, la brecha salarial sigue ensanchándose por trabajos de igual valor entre hombres y mujeres. Mucho más, si los trabajos tienen salarios inferiores a la media. Pero esto no ocurre sólo en España. En media, en la Unión Europea la diferencia salario/hora entre sexos es del 16%. En el país que más, Alemania, con un 20%. Precisamente el más desarrollado económicamente de Europa.
Si nos fijamos en la ocupación laboral, se descubre que más de un 30% de las mujeres que trabajan en la UE lo hacen a tiempo parcial, lo que supone cuatro veces más que los hombres. Pero es que además, como se explica en el último informe que ha elaborado el sindicato Comisiones Obreras, mientras que en España no hay ninguna ocupación laboral en la que el salario medio de los hombres esté por debajo de los 15.000 euros anuales, en el caso de las mujeres un 47% trabajan en ocupaciones con salarios medios inferiores a dicha cantidad. Por encima de los 30.000 euros de salario medio sólo se encuentran un 9% de las mujeres asalariadas, frente a un 31% de hombres. Es decir, que la ganancia media de las mujeres que trabajan es inferior a la de los hombres en todas las ocupaciones laborales. A esto hay que añadir que la tasa de ocupación femenina sigue siendo inferior a la de los hombres (53,42% frente al 66,52%) y la tasa de paro superior (26,55% frente al 25,58%).
Pero, con ser terrible lo anterior, mucho más lo son las estadísticas de la violencia de género. Las detallaba con un realismo sobrecogedor Bianca Jagger, directiva de Amnistía Internacional, en el Festival de la Poesía de Nicaragua celebrado el pasado 18 de febrero de 2013 en Granada (Nicaragua). De acuerdo con la ONU, seis de cada diez mujeres son víctimas de violencia física y/o sexual en sus vidas. Cientos de mujeres han sido masacradas en Ciudad Juárez, México, en las últimas décadas. En India, en 2010, se denunciaron 8.391 casos de muerte de mujeres en el país. En Sudáfrica, una mujer es asesinada cada seis horas por su pareja. Durante la guerra de Bosnia se estima que 50.000 mujeres fueron violadas sistemáticamente. Como también lo fueron, durante el genocidio de Ruanda en 1994, entre 250.000 y 500.000 mujeres. A nivel mundial, 60 millones de niñas son sexualmente asaltadas en su camino a la escuela cada año. De 100 a 140 millones de niñas en todo el mundo han sido sometidas a la mutilación genital. De las 800.000 personas que se estima son víctimas del tráfico a través de fronteras nacionales cada año, las mujeres y niñas constituyen el 80%, y la mayoría lo son con fines de explotación sexual.
Días atrás, en una de mis clases de la universidad, la mayoría de estudiantes empezó a reírse de un compañero, de origen musulmán, porque expresó en voz alta su opinión sobre el trabajo femenino. Simplemente dijo que él creía que la mujer no estaba preparada para ejercer determinadas ocupaciones. Les expliqué que había que ser respetuosos con las opiniones de los demás, aunque no coincidieran con las nuestras. Pero les conté una historia real, que a mí me ocurrió hace unos años con un compañero de trabajo. Médico y cristiano practicante. Tuvimos una acalorada discusión porque él defendía que las mujeres debían quedarse en la casa cuidando de sus hijos, y no acudir al mercado laboral a quitar el poco trabajo existente a los padres de familia.
La triste realidad, aunque nos cueste reconocerlo, es que la mayoría de nosotros somos machistas. Es nuestra desgraciada herencia genética. De todos, independientemente de nuestra religión, ideología e incluso de nuestro sexo. Que desaparecerá con el tiempo. Sí. Pero que por ahora sigue siendo la causa de esta especie de “pandemia global” que nos asola.  Pese a los golpes de pecho que nos demos y a los Días Internacionales que celebremos. Cuanto antes nos demos cuenta, antes podremos hacer examen de conciencia y trabajar juntos en la solución del problema.

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