Es clásica la respuesta de un secretario de Estado vaticano cuando oyó que la mejor diplomacia del mundo era la de la Santa Sede ¨¡ pues cómo serán las demás! ¨ replicó, beatífico y socarrón, el representante papal. Pues bien; hoy, varias décadas después, la posible supremacía prosigue como un valor casi inmutable y genéricamente atribuido sin mayores complicaciones, en especial por lo que se refiere a la información, herramienta básica de los servicios exteriores. Juan Pablo Somiedo mantiene que ¨la influencia de la diplomacia vaticana en el panorama geopolítico, es un hecho que muy pocos se atreven a cuestionar… en particular por la información que llega al Vaticano desde cualquier rincón del planeta de la mano de sus nunciaturas y de una gran red de inteligencia humana, de potenciales informadores religiosos y religiosas y desde las ONG, cuya información es procesada por 300 técnicos de inteligencia¨.
Con la antigua Academia de Nobles Eclesiásticos, creada en 1701, como escuela diplomática, y después de que la Santa Sede, junto con las repúblicas italianas, perfeccionara la cifra en la Edad Media, mantiene hoy relaciones diplomáticas con 183 Estados sobre los 193 que integran Naciones Unidas; media en conflictos enconados; y goza de una prédica y de un predicamento indiscutibles a escala mundial, privilegiando como corresponde los derechos humanos, lo que realza sobremanera y complica en el sentido positivo del término, su actuación.
Entre los servicios exteriores modernos, en el imparable mundo asiático figuran otras diplomacias incisivas y de referencia, polarizadas por el tema económico, por el negocio, núcleo clave de las modernas relaciones internacionales, como las de la ASEAN o Corea del Sur, al tiempo que Tokio ejecuta con acierto la denominada diplomacia del sushi, el soft power japonés, basándose de manera creciente, amén de en la nota económica, en la cultural, que le ha llevado a organizar los juegos olímpicos del 2020. Y naturalmente China, presente a nivel planetario, que se introduce a pasos agigantados en zonas con altas posibilidades de intervención y que ha puesto definitivamente fin al bilateralismo imperfecto USA-Rusia, la otra gran potencia que no se contempla aquí por una invocable e invocada cierta falta de trasparencia, mientras Beijing, sobrepasando a Moscú, delinea ya en el horizonte contemplable una nueva bilateralidad, quizá más inestable.
Y junto a los valores básicos de la cultura y la economía, la propia supervivencia marca la política, la interior y la exterior, que aparecen así mezcladas, confundidas, incontornables en su carácter bifronte, y que escapan del medio plazo atrapadas por el acuciante día a día, como el caso de Israel, paradigma de la moderna diplomacia científica y tecnológica así como de la eficacia militar acreditada. Por su parte, el factor demográfico no resulta suficiente si no va acompañado de variables congruentes complementarias, lo que ejemplifica la India, el otro gigante poblacional mundial, pero lejos en avances de la ultradinámica China.
Desde otro ángulo, resulta asimismo conocida la distinción entre los estilos diplomáticos, que acuñó Harold Nicolson, en 1939, en los albores de la guerra: ¨los diplomáticos británicos se caracterizan por su sentido mercantil o de tendero; los italianos por su oportunismo incesante y ágil; los alemanes por su concepto heroico o guerrero; y la rigidez francesa cuya diplomacia debería de ser la mejor del mundo por su tradición, agudeza de información y brillante facultad de persuasión, pero convencidos de su superioridad intelectual y cultural carecen de tolerancia, y con ello ofenden¨.
Una de las características de la diplomacia de la Ilustración fueron los estilos, el estilo diplomático, que trataba entre nosotros Villa-Urrutia, durante la primera guerra mundial, en 1916. ¨Los distintos caracteres nacionales ya patentados con la sociedad verdaderamente internacional que existe desde Utrecht determinan diferentes tipos de comportamiento diplomático, de diplomacia¨, señala Nicolson, puntualizando que ¨ las variaciones en la tradición, el carácter y las necesidades nacionales determinan la política y esta a su vez la diplomacia ¨, lo que completará José María Jover con que ¨ el estilo diferenciado en función de cada país, es asimismo distinto en base al horizonte histórico en que se desenvuelve, a los condicionamientos de la época¨.
Ya hace mucho tiempo que la diplomacia dejó de ser una tarea personal por excelencia, cuando el Congreso de Viena marca el zenit con la triada clásica de sus maestros, Metternich, quizá el primero, Talleyrand y Castlereagh. Como igualmente pasó a la historia la en su momento, también en el XIX, el siglo diplomático por antonomasia, la entonces irrebatible máxima de Ranke de que ¨sin política exterior no hay política alguna¨, tesis en la actualidad inoperante para la inmensa mayoría de los países por la absoluta prevalencia y condicionamiento de sus políticas interiores.
Hoy también, la tecnificación de las relaciones internacionales, con la omnipresente globalización, han dejado atrás la figura del diplomático para ser adecuadamente sustituidos por los servicios exteriores, los nacionales y los supranacionales –a mencionar el de la Unión Europea- la mayoría sustancialmente similares por el factor nivelador de la técnica en las relaciones internacionales. De ahí, que cualquier ranking de diplomacias se centre fundamental, casi exclusivamente, en los resultados, en la eficacia, quedando por tanto clara la escasa operatividad de cualquier otro aditamento en la búsqueda del buen fin de la misión, siempre por supuesto dentro de márgenes reñidos con la heterodoxia internacional.
Así, la respuesta a cuáles son las mejores diplomacias y aunque no sea enteramente unívoca, se basaría en el proceso medios-técnica-eficacia, y sitúa, desde la propia asepsia del análisis, al servicio exterior norteamericano a la cabeza, por la indiscutible singularidad respecto de la cantidad de medios asignados y utilizados. Junto al formidable aparato tecnológico, son 75.000 los funcionarios que desde Foggy Bottom gestionan la política exterior, más complicada todavía a causa de su proverbial protagonismo y amplitud manifiesta de su otrora ¨destino manifiesto¨.
Simultáneamente aunque en estratos conceptual y funcionalmente inferiores, resultaría asimismo que el estilo diplomático se emplaza en zonas próximas a lo simbólico pero su virtualidad facultaría para seguir marcando diferencias cualitativas, que son las que añaden un plus de civilización en el manejo de los asuntos exteriores.
Desde este punto de vista, sin duda aceptable, goza de merecida fama la diplomacia brasilera. Como precisa Bruno Ayllón, “Brasil ha desarrollado un estilo propio en su conducta internacional que se ha convenido en llamar “moderación constructiva”, es decir, un estilo que desdramatiza la política exterior y opta preferentemente por la negociación y las soluciones diplomáticas, esto es, prefiriendo el poder de la diplomacia a la diplomacia del poder. Pacifismo (que desde la guerra con Paraguay, 1864-70, ha llevado al país a convivir en paz con sus vecinos); no intervención; respeto a las normas jurídico internacionales; realismo pragmático, y el desarrollo, son las fuerzas motoras que orientan las acciones de su política exterior y le confieren su racionalidad ¨.Esa filosofía y claro está una praxis congruente, han cimentado el prestigio de Itamaraty en un subcontinente que cuenta con servicios exteriores de notorio nivel regional como los de los palacios de Torre Tagle y de San Martín, así como el mexicano y el chileno, con sus distinguidas academias diplomáticas, el Instituto Matías Romero y el Andrés Bello, así llamado en honor del ilustre prócer, autor de la Gramática de la lengua castellana para uso de los americanos(1847).
España -que figura a justo título entre las fundadoras del derecho internacional por varios conceptos comenzando por el más importante, la incorporación del humanismo al derecho de gentes, pero sobre la que pesa el lastre, como sobre otros países, de que hasta que no resuelva o encauce en grado suficiente sus contenciosos, no normalizará su situación internacional, en lo que constituye si no una ley matemática, sí diplomática- cuenta siempre, desde sus históricas y singulares coordenadas culturales y geoestratégicas, con la gran potencialidad que se agiganta de forma cada vez más nítida, y que radica en contribuir a vertebrar un lobby iberoamericano, que termine de confirmar las altas expectativas que conllevaría en la diplomacia multilateral.