Al doblar el siglo, yo escribí Una política exterior de prestigio describiendo un panorama moderadamente triunfal y desde luego factible a la búsqueda de un pasado esplendor, lo que redoblaba y suavizaba desde la prudencia poco después en España y el interés nacional. Nuestra eseidad, nuestros compromisos y responsabilidades históricas y nuestras expectativas, volvían a encuadrarse en la vieja Europa a la que habíamos accedido tres lustros antes, en los cánones clásicos, sobre los principios occidentales, todo ello nucleado por el valor-guía del humanismo.
Sin embargo, con el decurso del tiempo no parece que la res publica se esté manejando todo lo bien que se debiera, al menos a niveles suficientemente sostenidos, con el inocultable agravante de una polivalente heterodoxia semi campando por sus respetos. En un país como el nuestro, caracterizable en cierta medida por un confusionismo creciente, ya galopante en cuanto a la pérdida de determinados valores, así como por un casi correlativo menguante peso atómico en el olimpo de las naciones, parece imponerse alguna que otra sugerencia asumible, que aquí se limitará al campo internacional.
(Incidentalmente y por supuesto fuera de texto pero no de contexto, la actualidad quizá haga oportuna una mención académica al golpe de Estado, sobre el que tanto he escrito y conferenciado con el recuerdo lejano de Tierno Galván, en la todavía dorada aunque ya crepuscular universidad de Salamanca. Diferenciable de una veintena de figuras próximas pero distintas, incluidas las ahora célebres en España de la rebelión y la sedición, se inicia en la intriga, en su ámbito propio y oligárquico, que se pretende elitista en el sentido derivado de pocos, de los menos; se materializa a través del contubernio; se vertebra, perfeccionándose, en conspiración o en conjura; y asciende a complot, y origina el golpe)
Parece seguir resultando invocable mi antigua tesis de que a pesar de contar con unas credenciales impresionantes o quizá por eso mismo, España, a veces, da la impresión de tener más dificultades que otros países similares no ya para gestionar sino hasta para definir e incluso para identificar cumplidamente el interés nacional.
Surge, se agiganta en el complicado iter español en política exterior, el campo cardinal de los derechos humanos en el que es clave la dialéctica principios e intereses, regida por la necesaria aunque tan difícil de aplicar asepsia cuando se trata del interés nacional, que tanto afecta a España desde el conflicto del Sáhara, hasta la cooperación al desarrollo y la emigración.
En el Sáhara, donde a sus tipificaciones consustanciales, se suma hoy día la deriva canaria en las aguas territoriales -cuánto tiempo hace que, siguiendo a Lacleta et alii y ahora Yturriaga reclama correctamente que la delimitación ZEE y Plataforma Continental sea desde el litoral efectivamente marroquí y no desde el saharaui, por supuesto- yo también escribía enfatizando la necesidad de deslindar la jurisdicción marítima, complicada cierto, pero para eso está la diplomacia y su prospectiva, con los frentes saharaui y de Ceuta y Melilla más las Canarias.
Mucho más tiempo, desde, el Estudio diplomático sobre Ceuta y Melilla, 1989, que es libro de referencia, vengo casi en profesional solitario, proponiendo hasta una veintena de soluciones, y más en la acuciante actualidad dada la hipostenia en incremento de la posición y el animus españoles, cuando las ciudades notan la presión acentuada. Hace años también, el Instituto de Estudios Ceutíes, en primera línea de nuestras controversias territoriales, pidió públicamente y sin éxito, que se me asignara a los contenciosos diplomáticos, para cuyo debido tratamiento –los tres grandes están íntimamente entrelazados en una especie de madeja sin cuenda- yo reclamé una oficina coordinadora, que sólo con Moratinos estuvo a punto de hacerse realidad.
Como en el Sáhara, 43 conocedores del tema (43 es una cifra simbólica, los años transcurridos desde el inicio del conflicto, y por supuesto ampliable) de la diplomacia, la universidad, la milicia, firma hasta un ex JEMAD, el más culto, han pedido al gobierno, que se me asigne para cooperar con el mediador de Naciones Unidas, cuya larga lista desafortunada en el presente ni siquiera cuenta con representante, y para que España tenga mayor presencia y visibilidad internacional. Es sabido que soy el primer y único diplomático que se ocupó in situ de los españoles que allí quedaron, a los que censé, en lo que quizá fue una de las mayores operaciones de protección de compatriotas del siglo XX.
Ya en 1976 yo ponía en Rabat sobre papel oficial, la urgente necesidad de que se reunieran los ministros de Interior de España y Marruecos ante el tráfico que despuntaba del hachís. El tráfico de drogas que tanto golpea a Occidente y que no hace mucho seguí desde Bissau, escala del sudamericano.
La técnica diplomática permite descubrir así que España juega normalmente con las piezas negras, con una táctica defensiva, de respuesta ante la acción exterior, dejando a veces que los temas se deterioren hasta extremos de difícil reconducción, en lugar de tomar la iniciativa con las piezas blancas.
Mientras que por su parte, la filosofía diplomática permite entrever que hasta que España no encauce adecuadamente su en verdad complicado dossier de diferendos, no conseguirá normalizar su situación de manera cumplida en el concierto de las naciones.
Técnica y filosofía diplomáticas parecen erigirse así en una diarquía insoslayable para el quehacer exterior del país.
Siempre en el inacabable capitulo de los derechos humanos, aparecen la cooperación al desarrollo y la emigración, en los que hay que recuperar aquellas concepciones atingentes a la filosofía moral que se proyectan desde la vertiente europea en las cláusulas democráticas de los convenios suscritos por la UE. Apoyada en una ética supranacional en incremento, España tiene en estos dos fenómenos conjuntos, que marcan el nivel del principio de solidaridad, la posibilidad –y la necesidad- de sacar adelante una política exterior comprometida, no fácil y por ende de prestigio, arropada por una creciente sensibilidad de la opinión pública en asuntos exteriores.
Aquí, en la cooperación internacional, no habrá necesidad de puntualizar que la clave son los fondos, en incremento sostenido, que permitan a España hacerla digna y eficazmente. Se de lo que hablo porque he sido el primer director de cooperación con Africa, Asia y Oceanía, cuando a mediados de los 80 pasábamos de receptores a donantes y conozco de primera mano en qué condiciones financieras abrí horizontes, incluso con el Este, empezando por Moscú.
La nueva diplomacia anuncia acertadamente el refuerzo de la variable económica, la diplomacia económica tan fundamental que podría calificarse de política exterior de subsistencia, y que empieza por el cumplimiento cabal de las reglas de la UE así como de la ortodoxia en el comercio internacional con la ineludible referencia a la venta de armas. Aquí se precisa el despegue de la Marca España, vieja ya de casi dos décadas, más actualizada y funcional hoy en España Global, y de su implantación, a través del factor básico de la internacionalización de nuestras empresas con su bien probada competitividad, en los neotéricos escenarios orientales, asiáticos y europeos, más los tradicionales africanos, y hasta los más recónditos lugares.
Hasta donde se encuentran españoles por doquier, a escala planetaria, lo que demanda reforzar la política consular, sin necesidad de aditamentos terminológicos que me llevaron a escribir, con inevitable sarcasmo, cuando se comenzó en plan casi populista a poner junto a Consulares … y protección de los españoles en el extranjero o enunciados similares, pues claro, para eso existen hasta por definición las oficinas consulares, nuestros tantas veces sufridos cónsules, auxiliados por una amplia red de consulados honorarios, y no para propinar patadas en las espinillas a los compatriotas necesitados.
"No hay que ser un Metternich para concluir en la inconveniencia de las discusiones históricas en política exterior"
La entidad internacional de España, que hay que rentabilizar, es amplia y varia, con muy importantes aunque disímiles componentes, desde la formidable vertiente cultural, con la proyección de los valores occidentales, en la estela histórica de España cofundadora del derecho internacional con la introducción de su vector primario, el humanismo en el derecho de gentes; con la fuerza singular del idioma, el segundo mundial (aunque se impondría reconocer que en la práctica el primero es el único); cuarta economía de la UE, a cuyo título hay que hacer honor con el instrumento potenciado de la diplomacia económica; integrada en los perfeccionables para nuestros intereses, que no quiere decir ampliables, esquemas defensivos atlantistas…
Todo ello nos lleva a Iberoamérica, el otro eje ontológico junto con el europeo, de España, y ahí se requiere más que imperiosamente, impulsar, terminar de concretar, desde sus sobresalientes coordenadas comunes, un efectivo lobby iberoamericano, con las altas expectativas que conllevaría en la diplomacia multilateral.
Respecto de la Leyenda Negra, coyunturalmente lanzada a la palestra que no es precisamente el campo del honor, no hay que ser un Metternich para concluir en la inconveniencia de las discusiones históricas en política exterior. Y ello es tan evidente que podría significar una ley si no matemática desde luego que sí diplomática. La técnica a instrumentar parece clara: España no entra, por no proceder, en valoraciones que corresponden a siglos pasados. Ya es tiempo de que Madrid instaure esa praxis y la eleve a doctrina internacional.
¿Y Gibraltar? se preguntará el animoso lector que haya llegado hasta aquí. Pues qué quieren que les diga en esta síntesis de urgencia. Yo me he ofrecido repetidamente a colaborar con la oficina de Gibraltar, aquella que se amplió en el 2002, cuando el incidente Perejil -lo que conduce asimismo a reivindicar el papel de la diplomacia regia en las especiales relaciones con Marruecos- y al parecer algunos ilusos y aficionados creyeron que la solución era para ¨antes del verano¨. Algo así como aquel otro que iba a poner la bandera, él, privatizando la acción nacional, en el Peñón, en cuatro meses. No perdemos la esperanza y más tras el Brexit, que si bien no deja a los llanitos in the lurch, como yo mismo hiperbolicé, sí pone al Peñón en perspectivas más abordables desde la realpolitik en el horizonte contemplable.
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