Opinión

Diplomacia sobre Gibraltar... Y Ceuta, Melilla y el Sahara, al fondo

Hace mucho tiempo que vengo sosteniendo una tesis central en nuestros contenciosos diplomáticos y es la de que su gran problema radica en que constituyen una madeja inextricable, que no se puede o resulta muy difícil desenredar; una verdadera madeja sin cuenda, tremendamente entrelazada, en la que al tirar del hilo de cualquier diferendo no se deshace el ovillo sino que surgen automática, indefectiblemente los otros dos. Por eso, en metódico analista, hace tantos años como escaso éxito, que vengo propugnando un tratamiento coordinado de nuestras tres grandes controversias internacionales.

Aunque el euroescepticismo ya venía de antes, de siempre, no parecía esperable que ahora, casi de repente, un prometedor ya expolítico conservador británico, oficializara la necesidad de resolver tamaña cuestión de estado en base al  criterio tan democráticamente impecable como dudosamente representativo por mil circunstancias y más en este caso dadas su hipersensibilidad e implicaciones extranacionales, de la pura democracia numérica, de la mitad más uno. Justamente para superar esa servidumbre, la técnica del derecho político creó la mayoría cualificada.

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Nunca antes, en ningún momento de las tres centurias transcurridas reclamando permanentemente Gibraltar, España, gracias a un Brexit tan impensado como impensable, ha estado en una posición tan inmejorable para conseguir su objetivo histórico. España, cuyas perspectivas diplomáticas en el Peñón se mostraban más bien escasas en el horizonte contemplable, repentina, sorpresivamente, ha recibido el mejor regalo en esa dialéctica siempre incómoda, a veces no fluida (incluso ad intra, y Jose María Campos, reclama desde Ceuta que el ofrecimiento de la cosoberanía para Gibraltar se ha debido de consultar con ceutíes y melillenses previamente en previsión de los posibles efectos colaterales) y hasta hace nada sin salida visible, por la que ha venido transitando la causa nacional de Gibraltar.

Nunca antes, por consiguiente, la diplomacia española ha tenido tanta responsabilidad para la resolución del contencioso. Y de ahí, lo extremadamente cuidadosa, es decir, profesional,  que tiene que ser, como lo es, para recorrer un iter, que si bien se antoja corto, no está, no puede estar, exento de determinados obstáculos, sustanciales y adjetivos. Se trata, como ha señalado en  ¨ Una victoria a medias ¨, con su agudeza habitual, José Zorrilla, ¨no me hago ilusiones¨, a quien más de una vez le he dicho que pudo haber sido un nuevo Edgar Neville tras las cámaras, de ¨recorrer la otra mitad del camino¨, la que falta para llegar a la meta. La más difícil.

Lo primero que hay que hacer es evitar que las cosas se salgan de carril, degenerando en derivas improcedentes producto de ardores patrióticos fuera de lugar, al menos de este lugar, así como en  actuar con la suficiente mesura para anular o reducir el riesgo de que, apoyados en una cierta cuota de indocumentada opinión pública internacional de apoyo moral al más débil, se pudieran mutar lo que son derechos españoles y tornarlos por pasiva, en ¨una defensa numantina ante medidas abusivas ¨, incompatibles con todo lo imaginable e inimaginable. El plano procedimental requiere un cumplimiento escrupuloso y excluye cualquier tipo de semiparafernalia, desde las de bajo estilo, ¨el matonismo ¨que intenta adjudicar sin conseguirlo Picardo a la acción diplomática española, hasta las sin duda menos recusables por elegantes: nadie puede negar lo simpático y elocuente que resultaba el marqués de Santa Cruz, de quien se dice que llevaba a su perrita delante del mismísimo Buckingham Palace para exteriorizar más que simbólicamente su protesta.

Asimismo se impone ponderar en sus justos términos, ese casi hipnótico punto de referencia británico, lo que sir Harold Nicolson denominaba ¨la diplomacia mercantilista¨, ¨de tenderos¨, de sus compatriotas.

Igualmente la conceptuación de la Roca como base militar en zona estratégica, debe de catalogarse como corresponde, incluido el pertinente recordatorio de las bases de Estados Unidos en España y la condición de aliados en la OTAN.  Y también, como modélica, la alianza anglonorteamericana, la más longeva en el mundo occidental. Sería la oposición del poderoso ministerio de Defensa británico, el escollo técnico  insalvable para el acuerdo Aznar-Blair.

País donde antes se desarrollaron las instituciones representativas, los británicos figuran a justo título en la historia como campeones de la democracia, y en el caso de los gibraltareños, se muestran en su triple condición de paladines de sus deseos, de garantes de sus intereses y de custodios de sus derechos. De ahí, que esgriman de manera inmutable el respeto absoluto a la voluntad de los gibraltareños, ¨sin cuyo acuerdo nunca firmaremos nada¨.

Es decir, asenso de los llanitos y blessing desde Londres, como doble e inexcusable condición para la adecuada superación del diferendo, en el que los términos españoles deben de estar regidos por el señorío, el diálogo y la generosidad razonable. Esa misma o similar razonabilidad que puede pedirse a la contraparte.

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Avanzando, siempre teóricamente, en la senda hacia el Gibraltar español, Rabat no tardaría ni un segundo en reivindicar Ceuta y Melilla, reclamación que forma parte perenne e imprescriptible del credo político marroquí. Y que  en términos geoestratégicos, Hassan II dejó así centrada la cuestión: ¨ninguna potencia permitirá que un mismo país detente las dos orillas del Estrecho¨ (aunque se ha sostenido que con España en la OTAN este aserto podría ser susceptible de segunda lectura), completado con el corolario ¨cuando Gibraltar sea español, Ceuta y Melilla volverán a Marruecos¨.  Ante Naciones Unidas ya quedó el asunto en 1975, aplazado ante el Comité de los 24, ¨ pendiendo cual espada de Damocles sobre la cabeza del estado español, hasta que a Rabat le interese reanimarlo¨, en la frase un tanto efectista pero autorizada del diplomático Francisco Villar.

En ese nuevo escenario, en el que naturalmente también figurará el Sáhara (en enero hará 40 años que comencé a ocuparme de los 335 compatriotas que allí quedaron) y no precisamente como comparsa, el juego diplomático se complica y la respuesta española tendrá que estar en consonancia. Sin necesidad de explicitar, por conocidas y reconocidas, las distintas variables marroquíes, posiblemente baste con apuntar aquí que la dinámica  fronteriza africana con la UE, ha puesto de relieve la tremenda capacidad de retorsión del reino alauita, auténtico guardián de la llave del paso del Estrecho.

Yo espero, con un Exteriores ya en proceso de renovación, poder contribuir en directo con mi modesta pero reconocida competencia en los contenciosos diplomáticos (desde Argentina, con las Malvinas,  se la han recordado a Madrid) a la mejor defensa del interés nacional.

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