Opinión

Diplomacia y estrategia en los contenciosos de la política exterior de España

Tras el Brexit, la incidencia real sobre Gibraltar ya sólo admite ponderaciones cualitativas

Hace exactamente un año titulé Los contenciosos diplomáticos ¿hacia un turning point? Y lo puse en interrogante por la obligada cláusula de estilo que impone el tacto, la mesura diplomática en tan delicados temas -la diplomacia es la primera de las ciencias inexactas, que acuñó hace un siglo el conde de Saint Aulaire, como recuerda Rojas Paz- no porque el horizonte contemplable impidiera entrever el discurrir de los acontecimientos, que se diría casi diáfano.

Varios hechos singulares vienen introduciendo en los últimos meses una aceleración sin precedentes en la dinámica de los contenciosos. Tras el Brexit, cuya incidencia real sobre Gibraltar ya sólo admite ponderaciones cualitativas, el Tribunal de Justicia europeo ha estatuido que el Sáhara Occidental no forma parte de Marruecos (ya en el primer tratado hispanomarroquí, el de Paz y Comercio, de 28 de mayo de 1767, Mohamed XVI reconocerá ante Carlos III que “S.M. Imperial se abstiene de deliberar sobre el establecimiento que S.M. Católica quiere fundar al sur del río Nun…a causa de no llegar hasta allí sus dominios”, y treinta y dos años más tarde, en el segundo tratado, firmado el 1 de marzo de 1799, entre sus sucesores, Solimán II reiterará ante Carlos IV la ausencia de soberanía sultanal en el mismo territorio) lo que se traduce en la prohibición para Rabat de disponer de los productos agrícolas saharauis y en la misma línea, más que previsiblemente, de un momento a otro, el Tribunal extenderá su jurisprudencia a los de pesca, entre la UE, léase aquí principalmente España, y el reino Alauita.

Al mismo tiempo, el cuadro de fondo hispanomarroquí se complica con los saltos masivos a la valla ceutí, esporádicos pero recurrentes, más de una vez unidos o relacionables con crisis en las relaciones; los colapsos fronterizos del Tarajal; el incremento en la llegada de pateras con marroquíes, superando cifras que no se alcanzaban desde el 2006, denunciadas por algunos sectores como involucradas con momentos bilaterales erosionados; la agudización de la problemática del Rif; la reactivación de la acción andaluza, en su diplomacia paralela vivencial, como en Gibraltar, en solidaridad con la reivindicación, conectando con la puesta de urnas en el Parlamento de Andalucía pro referendum saharaui, hace tres lustros; el movimiento andaluz, tan minoritario como inocultable, para incluir Ceuta y Melilla y el Rif en la república andaluza…

"En estos momentos España parece estar facultada para jugar con las blancas, tomando la iniciativa"

Los nuevos factores dan un cuadro de situación neotérico en el que si hasta ahora la duda metodológica hispánica radicaba en proseguir manteniéndose a la defensiva, jugando con las piezas negras, en estos momentos España parece estar facultada para jugar con las blancas, tomando la iniciativa, con un margen que se diría bastante -otra vez Saint Aulaire, con el juego del alors, del en ce cas- en este lubricán del ajedrez diplomático de los contenciosos. Porque si hay algo claro es que así, donde la situación global no se resuelve sino que se deteriora progresivamente, no se puede seguir.

Y a la vez con la estrategia clara, lo que implica reconocer en su valor justo o aproximado la firmeza, la fijeza tradicional alauita, que marcó un hito llamando por primera vez a consultas a su embajador en octubre del 2001, tras anunciar y reiterar categóricamente, que no renovarían el acuerdo pesquero con la UE, como así hicieron, a pesar de que Aznar les trató ¨como ni siquiera Franco se hubiera atrevido a hacerlo¨, citan a un ex ministro marroquí Obiols y Solanilla, mientras que el embajador en Rabat, luego premiado con la dirección del contraespionaje, era, al parecer, uno de los que creyeron que firmarían. Constancia y habilidad, como patentó Hassan II en la Marcha Verde. Y persistencia inextinguible, la paciencia típicamente árabe de su credo reivindicativo sobre Ceuta y Melilla.

"Con un margen que se diría bastante en este lubricán del ajedrez diplomático de los contenciosos"

Al tiempo de sopesar debidamente que no es lo mismo tratar con los hijos del Profeta que con los de la Gran Bretaña, si existiera la suficiente voluntad política sería ahora, donde el coste diplomático de la operación resultaría siempre alto pero menor por la decreciente fortaleza, al menos ocasional, de la contraparte, aplicando precisamente la técnica de la coyuntura que con tanto éxito y rentabilidad siguió con España Hassan II, un reputado maestro diplomático, desde Ifni al Sáhara, en el juego del federalismo nacional que podría avecinarse. De llegarse a ello, sería el momento de, como hace años se ha propuesto, reforzar el status de las Ciudades, elevándolas a Comunidades Autónomas, que es lo que demanda en primera instancia el interés nacional -quien esto escribe es un diplomático español- lo que abriría un sugerente iter hacia su propio destino. En el supuesto de que Marruecos reactive su demanda -mediatizada en alto aunque imprecisable grado por la evolución del Sáhara- que está congelada en el Comité de los 24, desde el 13 de agosto del 75, ¨pendiendo cual espada de Damocles sobre la cabeza del gobierno español hasta el día en que a Rabat le interese reanimarla ¨, en la frase efectista pero autorizada del diplomático Francisco Villar, y consiga la inclusión de Ceuta y Melilla en el estatuto de Territorios no Autónomos, de la mano de la autodeterminación las Ciudades podrían llegar a la libre asociación o la integración a alguna de las partes, e incluso hasta la independencia, sin que resultara inconveniente determinante la exigüidad territorial, Ceuta, 19.300 Kms2, Melilla, 12.300. Recuérdese que Mónaco tiene una superficie de 20 kms2. A partir de ahí, he mantenido hace treinta años, la viabilidad sería otra cuestión, lo que emplaza el tema ante la posibilidad teórica de la libre asociación, en el estado políticamente casi puro de Puerto Rico con Estados Unidos o en los más peculiares pero igualmente operantes de la ¨amistad protectora¨ de Francia con Mónaco o de Italia con San Marino y dentro de esos regímenes interesarían los aspectos económicos, es decir, las uniones aduaneras del tipo Liechtenstein-Suiza o Mónaco-Francia.

Y el Sáhara. Cuelga en mi estudio el diploma de reconocimiento de los miembros de la Misión Cultural española, junto con la piedra caliza que me regalaron, representando un ave, prueba de que el desierto hace diez mil años, fue un vergel. El diploma tiene fecha de 20 de enero de 1978: hace 40 años que comencé a ocuparme de los compatriotas que allí quedaron, mientras que los polisarios habían proclamado la RASD, librando una contienda contra Marruecos en la que la suerte de las armas les ha sido esquiva. No hace ni una semana se calibraban en el IEEE como inexistentes sus posibilidades militares, tras la construcción del tercer muro por Rabat. Aunque al mismo tiempo, la RASD viene sumando, lenta, trabajosa pero visiblemente, victorias diplomáticas –y la justicia europea está marcando un hito- en el conflicto, que no quedará en verdad resuelto hasta que se cumpla el mandato de Naciones Unidas (corríjase por atípico que el mediador onusiano siga el diferendo desde su Berlín natal en lugar de asentarse en Nueva York como corresponde) y se celebre el referendum de autodeterminación, en el sentido que sea. Yo tengo amigos en ambas partes y saben los dos queridos e inolvidables países (en Rabat pasé casi un lustro) que les deseo lo mejor. Y la paz.

"Tras el Brexit resulta meridiano y coinciden los analistas, que se despeja el camino hacia el cambio de status"

Respecto de Gibraltar, tras el Brexit resulta meridiano y coinciden los analistas, casi nemine discrepante, que se despeja el camino hacia el cambio de status, hacia la cosoberanía como paso previo, siempre, por supuesto, con el asenso de los llanitos y el correspondiente blessing desde Londres – es sabido que Inglaterra fue país pionero con las instituciones representativas y es justo que se le rinda incesante homenaje- doble condición sine qua non, que podría prenegociarse muy cordial y simbólicamente, lejos del “a Ynglaterra metralla que pueda descalabrarles”, del tan citado por nosotros Gondomar, hasta tomando un café con Picardo en el Jury´s -a falta, por el baldón de paraíso fiscal, de algún gentlemen’s club, como el muy británico y distinguido Reform, donde yo he tirado en buen esgrimista, y del que en la ficción salió Phileas Fogg para dar la vuelta al mundo en 80 días- lo que como los conocedores intuyen no supone ninguna boutade sino más bien situar coloquialmente la cuestión en coordenadas mentales y geográficas, en principio no reñidas con un asunto que casi todo él es sui generis por no decir heterodoxo. Aquí, en el Campo, en La Línea, la diplomacia paralela vivencial de los andaluces, como con su permiso catalogo, ha captado hace tiempo ese hipnótico punto de referencia de “la diplomacia mercantil, de tenderos”, tal como sir Harold Nicolson caracterizaba al accionar exterior británico y con su proverbial suavidad, con diplomacia que es la mejor estrategia, viene actuando en consecuencia, dentro del margen impreciso pero ortodoxo que permite en este caso la realpolitik.

Ahora bien; va sin decir que el approach técnico a Gibraltar adolece necesariamente de incompleto a falta del final de este experimento quizá más impensado que impensable. Si se va a un Brexit duro, es decir, el que parece responder a su motivación refrendada en plebiscito, los británicos, al quedar fuera del marco europeo y por tanto sin vericuetos para su economía artificiosa, sólo podrían encastillarse transformando the Rock en una base militar. Es conocido que precisamente la oposición del ministerio de Defensa habría constituido otro obstáculo de primer nivel para el acuerdo ¨antes del verano¨ Aznar-Blair del 2002. Entonces, pero no ahora, cuando los llanitos no irían a ningún referendum por la cuenta que les tiene al quedar aislados, y la base no desvirtuaría en demasía el fondo del asunto, las dos banderas (de hecho, también se ha dicho que en el frustrado acuerdo citado de cosoberanía, Madrid habría aceptado el control de Londres sobre la base naval) máxime cuando en la práctica sería de la OTAN, con españoles y británicos aliados en la misma organización, además del pertinente recordatorio convergente a estos efectos, de las bases de Estados Unidos en territorio español y de que la alianza anglonorteamericana es la más longeva en la historia moderna. Sin embargo, si se fuera a un soft Brexit, el Peñón proseguiría en alguna manera y en cierta medida con su entramado financiero, esto es, sin que el contribuyente inglés tuviera que mantenerlo, lo que significa otra clave mayor del asunto, y entonces España, tras más de tres siglos frente a una incontornable esclerosis negociadora, singular además en el mundo occidental, ante la ausencia total de animus constructivo de la contraparte, se vería en la inexcusable precisión de aplicar el tratado de Utrecht con todas sus consecuencias, ahí incluido que la capacidad de reacción de Londres, retorsiones y represalias, quedaría equilibrada en principio con la de Madrid, empezando por el capítulo más sensible, porque si hay doscientos mil españoles en el Reino Unido, son trescientos mil los súbditos de Albión en España.

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