Hace un par de días terminé la lectura del libro “La Diosa Blanca” del conocido escritor inglés Robert Graves. No era la primera vez que lo intentaba y, como dice el refrán popular, a la tercera va la vencida. Nunca me han echado para atrás los libros voluminosos, pero “la Diosa Blanca”, además de contar con ochocientas páginas es una obra que el propio autor reconoció que era difícil y muy compleja. Para abordar una lectura de este tipo hay que tener una fuerte motivación, y yo la tenía. Mis últimos descubrimientos arqueológicos, y una serie de experiencias personales previas y muy profundas, me llevaron a introducirse en el mundo de la Gran Diosa. He ido adquiriendo, leyendo y estudiando las principales obras relativas a la Gran Diosa y el arquetipo femenino, pero “La Diosa Blanca” de Graves se me resistía. No fue hasta hace algunas semanas cuando encontré la extramotivación para retomar, de manera definitiva, la lectura de este libro. El estudio de un molde de exvoto con la representación de una diosa, similar a la pieza que yo hallé en Ceuta, me permitió identificar que estaba ante la misma triple diosa de tipo lunar de la que trata el libro de Robert Graves.
El contexto histórico del hallazgo de Ceuta y de Jerez de la Frontera, así como las leyendas y textos de los que parte Robert Graves para hablarnos de la Diosa Blanca es el mismo: el siglo XIII. Cada día me interesa más esta centuria que fue testigo del resurgir de la Gran Diosa, conducido por un selecto grupo de sabios procedentes del cristianismo, judaísmo y del sufismo islámico. Estos sabios, entre los que figuraban los druidas de los que trata Robert Graves en su libro, eran conocedores de ciertos secretos de la naturaleza y del cosmos. Para proteger este conocimiento idearon un complejo sistema de codificación de letras y símbolos basados en árboles, animales, planetas, colores y metales. Todos estos enrevesado conjunto de símbolos, a los que sólo se podía acceder resolviendo algunos difíciles acertijos, ocultaban “el sagrado e innombrable Nombre de Dios”. Un nombre transmitido a unos pocos iniciados directamente por la Gran Diosa y que, a su vez, contiene la clave para lograr una vida plena, rica y…eterna. Para llegar a este conocimiento hay que leer quinientas cincuenta páginas que suponen, en sí mismas, una dura prueba para los iniciados que pretenden alcanzar la comprensión del gran secreto que guardaron los druidas, los alquimistas, los cabalistas y los sufíes, entre otros grupos que participaron en el despertar de la Gran Diosa en el siglo XIII. Sólo entenderán los capítulos finales de “La Diosa Blanca”, quienes estén preparados para ello, después de superar algunas pruebas y contar con ciertos conocimientos previos. De repente, el cielo se abre y donde antes sólo veías tinieblas, y un incomprensible galimatías de consonantes y vocales, contemplas el sentido de este fascinante libro y aparece ante tus ojos una serie de verdades que para mí no eran desconocidas, pero que, después de esta lectura, se han ampliado de forma ostensible. Hay que leer este libro en combinación de otra obra no menos fascinante y difícil: el “Mysterium coniunctionis” de Carl Gustav Jung, al que, por cierto, Robert Graves no cita en ninguna ocasión.
Necesito tiempo para asumir todo lo que contiene este libro y aplicarlo en mi vida, en mi obra literaria y en mis investigaciones sobre la Gran Diosa. Poco a poco voy comprendiendo algunas cosas, pero aún quedan muchos secretos por descifrar.
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