Si diez mil ceutíes vertebraron la ética con su recorrido a favor de la libertad palestina y en contra del genocidio el pasado 10 de noviembre, es que la ciudad está viva emocionalmente. Un pueblo representado así mantiene su valía, sus reflejos, su dignidad.
Resulta esperanzador que desde El Príncipe y Hadú, hasta la Gran Vía, haya ido creciendo la respuesta humana al crimen contra la humanidad, perpetrado desde hace décadas en ese gozne sobre el que giran los mundos, donde la guerra y sus señores continúan infligiendo tanto dolor.
Los movimientos vecinales que han alumbrado la convocatoria merecen todo el reconocimiento, pues la vergüenza ajena que hoy provoca la política encuentra en la sociedad civil el único suelo para cultivarse, mientras crece de modo preocupante la distancia emocional entre el pueblo y las castas que pastorean su silencio.
Con todo el poder y los medios apretando la venda que tapa los crímenes, es casi un milagro que la pequeña ciudad haya logrado responder con tal contundencia, un verdadero ejercicio de pedagogía ante tanta intelectualidad amordazada, paralizada por el miedo a lo que diga su amo y ajena a lo que nos costó mirar para otro lado a las puertas de aquel otro holocausto.
Así que enhorabuena a los 10.000 de Ceuta que se han visto obligados a comparecer públicamente en un ejercicio de consciencia, animados por esa indignación con la que remata Chéjov uno de sus cuentos (“Rasmasnia”): Qué fácil resulta en este mundo, ser fuerte…ante los débiles.
Me hubiera gustado más que también protestarán por el genocidio y terrorismo de hamas y no solo por el genocidio israelí