Opinión

Dicen que llegó la democracia... por Manuel Castillo Sempere

Dicen que llegó la democracia desde una noche fría de enero... Sin embargo sus brotes por la helada se han perdido, y habrá que esperar a otra primavera donde los hombres aprendan a hablar con la palabra libertad... No parece que después de 40 años hayamos aprendido mucho a dialogar y a oír al mensajero que nos trae la otra cara de la moneda de lo que nosotros pensamos. Cada uno de nosotros asalta las murallas de la libertad, cargado con su ideología y sus creencias sin que nada ni nadie pueda alterarla lo más mínimo, como si en ello le fuera la vida. Sin embargo, aquellos que ya hemos andado y desandado los caminos y los columbramos desde el término del otero de un roquedal, o una alta cumbre donde el paisaje se eterniza en el horizonte malva de la tarde, tenemos la responsabilidad de decir y expresar lo que pensamos cuando la democracia malvive en un pedregal devastado por los políticos erráticos de este país, donde antes hubiera verdes campos de trigo que presagiaban fértiles cosechas en las almas esperanzadas de los hombres de habitan nuestras tierras.... En realidad los que manejan el negocio del Estado: «Offering something so as change nothing» que dicen los ingleses, a saber: «Ofrecer algo para no cambiar nada». Así es, los poderosos mandan cambiar alguna cuestión ostentosa e inútil, para que parezca que se producen cambios, pongamos, como dice Rajoy: «Las pensiones en la legislatura del partido Popular siempre han crecido», pero lo que no dice es que han crecido al 0,25 %, que es lo mismo que no crecer nada, pero mantiene la retórica de que siempre han mantenido -a pesar de la crisis- su regular crecimiento. En algunas democracias como la nuestra, estos subterfugios y estas malas artes políticas se hallan a la orden del día: dicen aquello que desean decir, y ocultan lo que no les conviene, en un teje y maneje de medias verdades, o medias mentiras, que hacen que el ciudadano acabe por no entender nada de la jerga parlamentaria que los políticos emplean un día sí, y otro también. Nada, como consecuencia de este obscurantismo dialectico es lo que parece; y, aquello que parece, no es lo que definitivamente ha de quedar constatado y rubricado por las órdenes y decretos ministeriales de turno. No; de ninguna de las maneras, pues lo que queda finalmente en las hojas de los boletines oficiales es aquello que nunca dijeron, y preservaron para que quedaran espléndidamente grabadas en dichas páginas de manera incontestables. Como ciudadano de a pie, de aquel «españolito que vienes al mundo y una de las dos Españas ha de helarle el corazón», que cantara don Antonio Machado, no me siento representado por tanto diputado vacío de contenido intelectual, falto de interés por el ciudadano, y sólo preocupado por las dietas que el Parlamento le proporciona por sus espurios desvelos, o lo que su partido le indica en su quehacer diario como si fueran dichas por el mismo Dios del Antiguo Testamento. Que bochornoso espectáculo dan los señores diputados* en el Congreso, donde no se discute con argumentos; más bien se sale a la palestra para que su bancada le aplauda como si estuviésemos en una corrida de toros, y el maestro hubiese dado un pase con la muleta magistral, que rozara los cuernos del animal su pantorrilla. Sí; no hay nada más despreciable para una sesión del Congreso o del Senado esos aplausos comprados de antemano para el orador de un determinado partido. Nada es natural, y todo es puro artificio de salir airoso del envite, sin haber añadido una sola idea nueva que acompañe al discurso. Al parecer lo superfluo, lo vanidoso y lo carente de profundidad, parece que se promueve como la nueva forma de oratoria que da buenos resultados en las urnas, y deja al votante complacido de tanto engaño y tanta mentira oculta en unos programas que dejan en el trastero nada más acabar las elecciones, y que volverán a sacar a la luz en las próximas elecciones que se convoquen. Dicen que llegó la democracia desde una noche fría de enero... Dicen, dicen, pero no es cierto; ni acaso tampoco llegó esa primavera llena de libertad, que haga sentirnos ciudadanos libres y llenos de vida que posibilite la participación de la ciudadanía en los problemas que nos golpean cada día a nuestra puerta. Los ciudadanos salen a la calle a gritar sus consignas reivindicativas, hartos ya de estar hartos y que los Gobiernos de turno, no le atiendan ni se espera que sean atendidos. No; no podemos espera más, porque ya no tenemos tiempo y se debe de acabar para siempre el tiempo del acomodo. No hay nada más frustrante que los políticos mientan una y otra vez, como si al personal se le pudiese engañar tantas veces como ellos quieran. Esta democracia ya tiene cuarenta años; y, ha llegado otra generación diferente a aquella que salía de una dictadura y, es claro, que debe de ser revisada en aquello que ha quedado anticuado y fuera de lugar. El cambio generacional es inexorable, y lo que ayer fue necesario en una democracia incipiente y frágil y vigilada por los poderes de la dictadura, hoy ya no lo es; y se necesita otros cauces donde la palabrería y los modos políticos presentes pasen a mejor vida, y sean consensuados otras forma más directas, libres y cercanas a los millones de ciudadanos que tienen todo el derecho del mundo a ser tenidos en cuenta por los políticos que, al fin y al cabo, han sido elegidos con el compromiso de contribuir a resolver las necesidades del pueblo. Después de esta reflexión no estamos del todo seguro, que hayamos dejado en el lector la duda que habita en nuestro interior acerca del sentido democrático que se desarrolla en nuestra nación. Cada vez que elegimos la aventura de trascribir a las cuartillas blancas aquello que nos preocupa, sentimos el vacío y la náusea -como dijera Albert Camus- de la soledad y la ausencia de la realidad. A nuestro parecer todo el ámbito político se juega en un escenario mediático, donde cada actor sabe cuál es su papel dentro de unos límites de actuación ya determinados en el guión que cada grupo de poder se reparte. De tal manera que España tiene ya asignado su forma de Gobierno, sus parámetros económicos, su liderazgo y los objetivos a conseguir dentro del orden mundial al que pertenecemos. Todo el andamiaje democrático que podemos columbrar es sólo una estructura ficticia, para hacernos creer que navegamos libres en este océano de intereses de organismos mercantilistas internacionales de bolsas y bancos, que acechan en cada esquina nuestros parámetros del balance de facturas adeudadas y la solvencia de pagos para obtener beneficiosos intereses; y, así mismo, para también hacernos creer que somos una democracia consolidada de Occidente. Sin embargo, las ratios y las estadísticas dibujan la España real que a poco que la observemos nos damos cuenta en qué lugar nos encontramos; y, bien poco podemos hacer para salirnos del lugar que al parecer nos han asignado los poderosos que ejercen su inalterable poder en el mundo. Y, en este punto, se nos allegan los millones de necesitados del país con unas prestaciones miserables, o malviven con sueldos insuficientes para tener una existencia digna que merezca la pena vivirse... Y, dicen que llegó la democracia, eso dicen... Sin embargo, el Gobierno y los poderes que lo sustentan, no han tenido a bien convocar un referéndum pactado y legal que diese a los catalanes la opción, como en otros países cercanos, llámese: Canadá, Reino Unido, Checoslovaquia..., de elegir el futuro que mejor convengan en conciencia a sus deseos.
El tiempo da y quita razones, sin embargo, estamos convencidos de que el referéndum sobre Catalunya no sólo es necesario para que se defina de manera libre la sociedad catalana; sino que con su convocatoria la democracia quedaría plenamente evidenciada en su aspecto más programático y generador de las libertades políticas, como los estados democráticos que antes hemos mencionados y que son paradigmas por sus valores contrastados, y por su propia historia de democracias significativas contrastadas en el mundo. Cuando un Gobierno continuamente necesita del Poder Judicial para poder llevar a cabo unas determinadas políticas que conllevan ciertas dificultades en su aplicación, no podemos determinar que es un estado construido y finalizado en su trayectoria; sino que -en nuestra consideración- es un estado a medio terminar, donde el poder político no ejerce o no tiene la fuerza suficiente para imponer sus criterios. En el caso de nuestra joven democracia, el poder político llevado de su inoperancia y de su falta de responsabilidad, deja en manos de los jueces la resolución de la problemática que deben resolver los políticos en aquellos ámbitos, que resueltamente bien sabemos que se circunscriben de lleno a las circunstancias políticas. Es claro, que esta ambigüedad calculada del Poder Ejecutivo -el Gobierno- en favor del Poder Judicial -los jueces-, conlleva una debilidad extrema de nuestro sistema constitucional, que si no se pone remedio, y se vuelve a una separación real de los poderes del Estado, se estaría entrando en una preocupante deriva democrática, donde los tres poderes que significan y substancian a la democracia, se hallarían afectados, tanto en la génesis de su incuestionable independencia, como en el marco competencial donde se ejercen sus funciones. En el Congreso los diputados ponen voz a su ideas y discuten y tratan de liderar las propuestas de sus grupos con el ritual prosaico de la liturgia de la palabra; mas es en vano, porque los ciudadanos no necesitan la oratoria de las frases dichas en la atemporalidad de los asientos del hemiciclo; sino que necesitan a unos políticos convergentes, valientes y hermanados con el pueblo que les ha votado, y que sientan y pongan toda la voluntad en no dejar abandonados a aquellos que en su más legítimo derecho, ruegan y piden no ser olvidados...

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