Pedro Almodóvar hace mucho que alcanzó un nivel artístico excelso, con sus traspiés, sus recurrentes caídas en lo chabacano, sus particularidades irritantes. Pero es un cineasta con mayúsculas, poco reconocido en España, y futuro mito, ya autor de culto en todo el mundo.
Rozando los setenta años, se encuentra muy por encima del bien y del mal, elementos vitales que te aportan la perspectiva de la edad, la certeza de saber quién eres y la seguridad que te regala el hecho de hacer bien lo que haces. Es justo ahora el momento adecuado para, más que cerrar un círculo, a su cine le queda cuerda, para plantearse el hecho de espantar fobias y miedos desde la sinceridad y la humildad que cuesta tener con tanto halago en las espaldas. Almodóvar ha hecho ejercicio de constricción, se ha desnudado delante de sus espectadores y ha sido muy sincero en esta puesta en escena con tintes autobiográficos que tenía muchas posibilidades de caer en la egolatría disparatada y ha acabado siendo un sensible diálogo desde el corazón con su público fiel. El dolor no ha podido con él y la gloria tampoco.
La historia con sus saltos temporales retrata a un director de cine y escritor cascado de corazón y de cuerpo que no se ve capaz de hacer lo único que aporta sentido a su vida, y que revisita mentalmente ciertos momentos de su trayectoria a los que hasta ahora no se había visto preparado para viajar. Para ello el propio cineasta entrelaza realidad y ficción, y da el papel protagonista a un Antonio Banderas que se emplea a fondo y que realiza uno de sus mejores trabajos en lo que también acaba siendo un “cerrar el círculo” con el Almodóvar persona y también con su cine.
Además de Banderas, la producción cuenta para especial comodidad del director, también guionista, con habituales como Penélope Cruz, Cecilia Roth, Julieta Serrano, Leonardo Sbaraglia o Asier Etxeandía, seguramente este último el que más brille de todo el reparto con su impecable interpretación del actor en el ocaso que hace tiempo que la edad y las drogas bajaron del pedestal…
Música de Alberto Iglesias (nos ponemos en pie) y melodrama de lágrima contenida con poso optimista y coloridos marca de la casa envuelven este regalo para los sentidos con el que el director manchego hace meritoria exhibición de madurez profesional y también personal. Te hace valorar que el personaje cuando más es el propio autor es cuando más oscuro se nos enseña. Humildad, humanidad y sensatez.
En conclusión podemos afirmar que Dolor y gloria mira hacia adentro siendo consciente de que precisamente en los adentros suele haber más oscuridad reprimida y oculta que luz, y se confiesa su creador en la propia piel que habita, gracias a un Antonio Banderas que se presta a crear este alter ego con las mismas formas, la misma apariencia y mucha delicadeza desde un respeto que puede que siempre haya sido cariño, también admiración, pero no siempre devoción ciega. Todos tenemos que enfrentarnos a nuestros fantasmas tarde o temprano si queremos mantener la higiene de espíritu…
Puntuación: 9
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