Diario de un caminante (III) Estaba desvelado sobre las cinco de la madrugada y decidí llevarme al perro a dar una vueltecita. No me gusta desplazarme con el ya que es muy inquieto y hay que estar muy atento con el animalito. No se le puede dejar suelto porque aunque sea una mezcla, como popularmente se le denomina jarabito, el instinto le lleva a estar rastreando y buscando cosas.
Le encantan las palomas es donde el animal da todo lo que tiene. Hace unas poses preciosas, los expertos en la caza le llaman a esta posición muestra, donde indica con la cabeza, acompañado del hocico, cuerpo y cola en horizontal quedándose quieto. Es digno de ver ya que todo el mundo dice que tiene pinta de ser de una raza llamada pointer. Lo que pasa es que es muy grande.
Advierto que siempre hay que ir provisto con el kit de paseo de cánidos, o sea, bolsa de basura para recoger los detritos de nuestra mascota y evitar accidentes de terceros al pisar lo que salió de dentro de nuestro animalito de compañía y un bote con agua mezclada con un desinfectante para evitar que la micción del mismo pueda acarrear una plaga de pulgas.
Dejé el coche en los aparcamientos de la marina y empecé a caminar. No hacia mucho frío y si observé que todos los cristales de los vehículos estaban empapados de agua, luego deduje que podía ser levante. Me dirigí hacia la subida de la antigua Cruz Roja y luego giré a la derecha.
Cuando estaba a la altura de la Asamblea de la Cruz Roja me paré junto al muro que sirve de protección para evitar una posible caída al vacío que da a la parte de la Marina coincidiendo con el final del Parque Marítimo del Mediterráneo joya de nuestra arquitectura de nuestra patria chica.
En este lugar hice una parada técnica que aproveché para darle lecciones a Zeus que creo que no le valieron para nada pero al fin y a la postre vinieron muy bien para que una persona mayor se acercara y me empezara a decir: Has visto lo bonito que es este parque acuático. Pues hace unos años todo lo que hay allí enfrente no existía era todo desde donde te asomas hasta el final roca, arena y mar.
Desde el puente del Cristo hasta la Cruz Roja. Gracias a la modernidad echando piedras grandes hemos conseguido ser una Holanda, ganando espacios al mar. No se si será bueno, pero ahí está. Yo he echado muchas horas en estas playas. Me gustaba a parte de bañarme pescar. Hay que reconocer que siempre estaba llena de alquitrán por culpa de los barcos que limpiaban los depósitos en alta mar.
No tanta vigilancia como ahora. Alguna que otra vez a esta hora antes del amanecer recuerdo que venían hombres fuertes que te invitaban a irte del lugar e incluso te daban dinero que era un chollo. Y me dirás ¿por qué? Pues alijaban tabaco de contrabando que lo traían en pateras de barcos cercanos.
Otra de las fuentes de riquezas que tuvo nuestra ciudad. Esto coincidía con confidencias que me dio mi padre cuando trabajaba en el periódico decano que cuando terminaban el mismo, es decir, cuando la rotativa había terminado de tirar la prensa escrita diaria y embuchaban se marchaban todos junto a la marina a conversar e intentar que le cayera el “oro de las américas encima” como calificaban cuando aparecían estos hombres con los dineros en la mano. Era el “maná” buscado como premio al colofón de una ardua tarea que era antiguamente hacer un diario.
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