Diario de un caminante (I)

Llevaba mucho tiempo sin sentir el frescor de la brisa del mar mezclado con el viento reinante de levante, con una pizca de bochorno ya que a las seis de la tarde no conviene entrenar. El calor del verano está entrando poco a poco aunque sea un año anormal y no deje pasar a la calima y por eso merma un poco en las fuerzas que mi cuerpo tiene a estas alturas de la vida. Son ya 54 veranos, aunque debo de decir que me quedan pocos días para aumentar en un dígito más los tacos que no perdonan. Aunque no queramos dar nuestro brazo a torcer los años caen como lozas y no se pueden tapar los agujeros que se van viendo. Ahora puedo decir que mi cuerpo que en antaño sangraba con cualquier roce, en estas fechas ya no lo hace ¿Es una señal que vamos mejorando o que algo está fallando? Esta duda es evidente que tendré que consultarla con algún médico. Un simple afeitado era una epopeya con pintas de guerra con la cuchilla ya que teníamos que ponernos mogollón de trocitos de papel higiénico en la cara que tenía la facultad de cubrir, la hemorragia y sellarla, Ahora raro es el rasurado que tengo que poner medidas.

Seguiré con mi ruta de marcha por la zona superior de la playa del Chorrillo ya que dejo mi utilitario en la gran explanada de Juan XXIII. Un poco más adelante después de pasar la gasolinera de la Cepsa hay un árbol que ha crecido en el muro y aunque estoy distraído con la música que proviene de mi teléfono móvil el aroma que desprende hace que automáticamente levante la cabeza y busque mecánicamente el lugar tan enigmático donde se encuentra el arbusto de una higuera. Siempre miro si hay algún fruto, pero de momento no he tenido suerte. Creo que por estar tan cerca de los transeúntes puede tener la tentación de que los regalos, que puedan dar, sean recogidos con sumo gusto por los mismos. Me acuerdo que ya dije que esta fruta tiene una función rara. Cuando se desprende del árbol el fruto se observa una masa viscosa de color blanquecina que se puede aprovechar para eliminar las verrugas de cualquier parte del cuerpo. Se pone en lo alto de la misma y se deja actuar. Muchos han dicho que tiene un porcentaje muy alto de eliminar la tan molesta, y antiestética prominencia en nuestra piel. Otros le llaman al producto “leche interna”.

Pero en mis adentros esta terminología puedo aceptarla ya que la sustancia es muy parecida a la leche condensada que me acuerdo tomábamos en nuestros primeros años de vida. La compraban nuestras madres en un establecimiento que lo denominaban ultramarinos situado en frente de la Iglesia de los Remedios creo recordar el nombre de Marcelino. La marca era las cuatro vacas en condensada y en líquida carnation. Era un símbolo de que éramos un territorio que sabía explorar fronteras y que gracias a estos puntos de inflexión podíamos traer productos que no había en ningún punto de nuestra península ibérica.

Recuerdo que cuando íbamos al pueblo de mi madre las maletas iban cargadas de nuestro chocolate Maruja, el café Borinke, el azúcar, a parte de otros productos muy vigilados por los aduaneros como eran los relojes, los aparatos de música y toda la tecnología que iba apareciendo por aquellos entonces. Mi mujer y un amigo me recuerdan las latas de mantequilla, de choped de lata, carne triturada argentina, paté azul, caballa en tomate, queso de bola e infinidad de artículos que si explorara un poco por los recuerdos de amigos y familiares seguro saldría muchos más manjares de las mesas caballas que eran exportadas por todos los rincones de la península recordando que también venían portugueses.

Fue unas fechas donde el comercio caballa se multiplicó por su enésima potencia y estuviéramos invadidos materialmente por una infinidad de forasteros que venían a comprar todos los productos ya indicados. Le llamaban “paraguayos”, ya que otro de los productos que se llevaban eran los paraguas. No se complicaron mucho en ponerle el mote a estos hombres y mujeres que venían para ahorrarse dos pesetas a pesar de tener que pagar un barco que siempre ha sido un lastre. Las calles estaban abarrotadas de estos compradores que fueron generadores de una nueva máquina de ganar dinero. Se formaron muchísimos comercios alrededor del puerto y que llegaban hasta bien entrada la Calle Real.

La importaciones eran hechas por unas inteligencias que por vivir fuera eran sagaces y se supieron mover como reptiles. Rápidos y con inteligencias. Se fraguaron muchas fortunas a los que se arrimaron a la ola. Hubo otras personas que hicieron fortuna llevando de un lado a otro mercancías, se las denominaban corsarios. Aprovechando las carencias de un lado y del otro y llevaban encargos, con comisiones. Lo que ha llevado desde esos días gloriosos. Me acuerdo que los días de fiesta mi madre me vestía de bonito y nos íbamos a pasear por el Paseo de las Palmeras donde lo tradicional era el olor a la garrapiñada que tostaban en directo en la calle y daba un plus a dar el paseo a este lugar tan distante de donde vivíamos y pasábamos los días normales. Recuerdo que cuando íbamos dirección puerto la parte derecha que correspondía a la carretera de doble circulación y el muelle deportivo no existía. Era todo mar. Mi padre siempre me decía que quien tuvo la idea de rellenar todas las zonas ganadas al mar fue el. Y los plasmó en algunos artículos confeccionados por el de la época.