Los ojos cansados de Alfonso hablan por sí solos. Y más, ahora, junto a la fosa común del cementerio de Santa Catalina de Ceuta, donde a unos metros están enterrados su madre y su padre, al que fusilaron hace 82 años. Alfonso González Ojeda está a punto de cumplir los 92, pero no olvida ni un ápice de su historia. Una historia de años de sufrimiento que ya en sus ojos puede verse. Aunque si hay un momento que tiene grabado a fuego es la última vez que vio a su padre, Prudencio González Martín, cuando iba “con las manos amarradas como un criminal y con una gorra” a declarar ante el Consejo de Guerra.
Este es el relato en primera persona de su familia, en memoria de su padre, guardia municipal por aquel entonces del ayuntamiento y que trabajó durante tantos años como escolta del alcalde Sánchez-Prado, condenado en un consejo de guerra, el 10 de enero de 1938, pero también en memoria de otras y otros muchos, casi anónimos, de los que poco se sabe, también asesinados por la represión de la época. Recordar sus nombres, contar sus historias para que no queden en el olvido, ni en el anonimato, no sólo ayuda a la dignificación de las víctimas, sino también a conocer nuestra historia colectiva.
“No sabíamos nada de por qué le habían fusilado ni nada de la historia hasta hace tres años”
A Alfonso le ha ayudado a conocer su historia personal. “Hace dos o tres años descubrimos lo del Consejo de Guerra y que todo estaba archivado en el Cuartel de Guerra de Regulares. Lo acusaron por defender al alcalde hasta las últimas consecuencias. Mi abuelo, como yo, era militante de UGT y gracias a Pepe Mata, de UGT y a Francisco Sánchez Montoya, que han estado con el tema de la memoria histórica, hemos podido saber qué fue lo que ocurrió. No sabíamos nada de por qué le habían fusilado ni nada de la historia hasta que hace tres años se descubrieron los 300 folios del Consejo de Guerra. En mi casa tampoco se hablaba nada ni en la familia, pero yo desde pequeño sabía que mi abuelo había sido fusilado”, cuenta su nieto, José Manuel González.
Un pequeño pueblo al norte de Cáceres vio nacer a Prudencio González Martín, pero el servicio militar llamó a su puerta. El destino: Ceuta. Lo que jamás imaginó es que aquí se enamoraría de una malagueña, Socorro Ojeda Moreno, que era viuda y ya tenía una hija anterior, pero con la que se casó y tuvo 7 hijos. El antepenúltimo fue Alfonso.
Poco después se reincorporó a la vida civil. “Mi abuelo no sabemos cómo entro en el ayuntamiento, pero al poco fue nombrado escolta de Sánchez-Prado. Era guardia municipal porque en aquella época tampoco había mucho más. Mi abuelo fue su escolta y estuvo ejerciendo hasta el golpe del 18 julio del 36. Acabaron con Sánchez-Prado y metieron en la cárcel a mi abuelo. Estuvo preso casi un año y medio, desde julio del 36 a enero del 38”, continuaba contando el nieto mientras Alfonso se emocionaba.
Su padre fue víctima de un consejo de guerra que “fue una pantomima”. “Mi abuela fue con sus cinco hijos más pequeños a pedir clemencia al cuartel de sanidad en el Revellín, donde hoy está el auditorio. Pero no hubo suerte porque estaban condenados de antes. Los declararon culpables a él y otros seis guardias de rojos y propagandistas comunistas. Todos los siete de ese día eran afiliados de UGT y los fusilaron en la puerta de Málaga en la fortaleza del Hacho”, recuerda José Manuel.
“A los guardias municipales que dieron su vida por proteger la del alcalde Antonio López Sánchez-Prado”. Así reza la placa de reconocimiento a estos seis policías que se descubrió hace unos años junto a la estatua del antiguo edil. Un sueño que Alfonso pudo cumplir. “Mi padre no quería morirse sin ver que tenían un reconocimiento. De hecho, cada 14 de abril él siempre venía al cementerio con un artículo de El Faro en el que sale una foto de mi abuelo en el salón de plenos antiguo con el alcalde, los otros guardias y otros concejales”.
Cada 14 de abril Alfonso y su hijo José Manuel traen claveles, emoción y lágrimas a la fosa común del cementerio en recuerdo de tantos. Su padre y abuelo “por suerte” está en un nicho familiar. “Mi abuelo gracias a un cuñado de derechas, al que le comunicaron la muerte y avisó corriendo a la familia, puede estar en un nicho familiar y eso es un alivio”, concluyen.
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