El sábado que viene es el uno de octubre. Una fecha que durante gran parte de mi vida fue fiesta oficial, nada menos que el llamado “Día del Caudillo”, y ello por ser el aniversario de una efeméride fundamental en el devenir del régimen de Franco, ya que en ese día del año 1936 y en una ceremonia celebrada en la Capitanía General de Burgos, tuvo lugar la entonces llamada “exaltación” de Franco a la Jefatura del Estado. Según cuentan, la “Junta de Defensa Nacional”, integrada por altos cargos militares comprometidos con el alzamiento, había decidido designarlo “Jefe del Gobierno del Estado hasta que acabase la contienda civil”, pero en muy pocos días el interesado (que ya con anterioridad había sido nombrado “Generalísimo”) maniobró con habilidad para que desapareciesen las restricciones que suponían tanto lo “del Gobierno” como la limitación en el tiempo, de forma que, a la postre, la citada “exaltación” puso en manos de Franco todos los poderes, sin otra fecha de caducidad que la inexorable de la muerte.
Ahora parece que en esa misma fecha hay quien, llevado por su ansía de ocupar el Palacio de la Moncloa, pretende ser “exaltado” como candidato a la jefatura de un gobierno disparatado, porque, de mantenerse, como es previsible, la declarada incompatibilidad entre “Ciudadanos” y ese “Podemos” que quiere asustar, necesitaría el apoyo de toda una jauría de antisistema y de contrarios a la unidad de España, pero al que llama “gobierno de progreso” ¿A qué clase de concesiones se podrá comprometer este próximo “exaltado”? ¿Acaso ignora que para modificar o derogar la vigente Constitución, necesita el apoyo del Senado, donde el PP tiene mayoría absoluta?
Por lo que se ve, no se ha enterado tampoco de que las medidas restrictivas –los recortes y las subidas de impuestos- tuvieron que adoptarse necesariamente, al obligado objeto de adaptar nuestra política económica a las directrices de la UE y del Eurogrupo, con la finalidad de ir reduciendo los déficits presupuestarios anuales, que estaban en torno al 10% (un gasto al año que superaba lo ingresado en torno a los diez mil millones de euros), reduciéndolos ahora a un 5%, lo que significa que los diversos organismos del Estado se gastan todavía cinco mil millones más de lo que ingresan, cantidad que se cubre acudiendo al crédito, es decir, incrementando la deuda, por cuyo motivo las mencionadas entidades supranacionales persisten en exigir a España nuevas medidas de ahorro, lo que impedirá cualquier propósito de acordar de inmediato las de carácter expansivo que promete y pretende Pedro Sánchez, pues no en balde nuestra nación, al pertenecer a tales entidades, les cedió una parte de su soberanía. No es posible tener una moneda común y hacer con ella mangas y capirotes, a espaldas de los demás.
Evidentemente, la austeridad no es un invento del criticado Mariano Rajoy, objeto de los más feroces vituperios por parte del próximo “exaltado” ¡Qué más quisiera un gobernante que dictar siempre normas destinadas a hacer más feliz a lo que ahora se ha dado en llamar “la gente”! Pero las circunstancias mandan, y lo que se puede hacer en algunos momentos es imposible hacerlo en otros. Se está venciendo a la crisis, gracias precisamente a las medidas adoptadas por el gobierno presidido por Rajoy, cuya gestión es tan criticada, cargándole culpas que venían de atrás, culpas de los que ahora hay quien se presenta como un ángel puro venido a España para salvarla de la supuesta maldad de un gobierno que, desde hace nada menos que diez meses, está en funciones, sin poder adoptar medidas cada vez más necesarias y urgentes,
No cabe duda de que en el río revuelto del paro (que al final está disminuyendo claramente) y también de unos recortes que afectaron a servicios públicos como la sanidad y la educación, han sabido pescar no solamente los ahora denominados “partidos emergentes”, sino, en general, todos los de la oposición.
Según se cree, Sánchez querrá manos libres para pactar su “gobierno progresista”, borrando así las líneas rojas que con anterioridad le fueron fijadas. Todas, excepto la que se refería al PP, a ese no quiere verlo ni en pintura. A él se le antoja absurda la realidad de que en Europa existan diversos gobiernos de coalición en los que participan partidos de derechas y de izquierdas. Le gustaría acercarse a la extrema izquierda, a “Ciudadanos y hasta a los independentistas, quienes lo votarían, o al menos se abstendrían, porque lo ven más dúctil que Rajoy, un individuo sin piedad que les niega su supuesto “derecho a decidir” y no los deja celebrar su tan anhelado referéndum. Algo que, por cierto, hace en defensa de la soberanía nacional, esa que la Constitución nos otorga a todos los españoles, y no solo a una parte de ellos.
Hacer demagogia es muy fácil. Lo difícil es tener que afrontar de verdad los problemas y adoptar medidas impopulares porque son necesarias, haciéndolo a pesar del desgaste que ello conlleva, pero pensando en que, a la postre, resultarán más beneficiosas para España y para los españoles.
Con un gobierno “frankestein”, como lo ha llamado el anterior Secretario General del PSOE, Rubalcaba, o “Sánchezstein”, como le han puesto algunos tertulianos, poco o nada se podrá hacer. Y si algo se hace, no será precisamente bueno.
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